Lun 23.12.2002

CONTRATAPA

Conexiones

› Por Eduardo Aliverti

Se cumplió el primer aniversario de una pueblada que no sirvió para cambiar al país, pero sí para desatar una energía respecto de la que sólo el tiempo y la acción de los luchadores sociales dirán cuánto tuvo de efímero y cuánto de destino grandioso. Las calles de las ciudades más importantes fueron ganadas en recuerdo que se pretendió reactivador de la movilización masiva. Y en homenaje a las víctimas de la bestial represión originada, por un lado, en la pavura que asaltó a De la Rúa y su banda de ineptos; por otro, en el complot indisimulable que dirigieron Alfonsín y el peronismo bonaerense para terminar de hundir a uno de los gobiernos más inútiles de la historia.
Fue detenida la directora del grupo comunicacional más importante de la Argentina.
La pereza analítica, o un descuido en igual sentido, o sencillamente el desinterés por las cosas públicas, pueden llevar a no encontrar relación alguna entre los dos hechos. Sobre todo porque se trata de conexiones simbólicas, aunque profundamente concretas.
Habrá que demostrar que la investigación por los asesinatos cometidos durante la masacre de diciembre último no duerme, con sueño profundo, en los mismos cajones donde esta Justicia amainada y corrupta activa más de 3000 procesos penales contra militantes y manifestantes populares de todo el país, por el simple hecho de haber participado en cualesquiera de las protestas que crecieron desde el último tramo de la mafia menemista. Del mismo modo, claro, en que las cárceles revientan de presos sin condena ni derechos de casi ninguna índole. Si la viuda de Noble ha sido efectivamente víctima de un contubernio judicial atestado de irregularidades procesales, corresponde, tanto como condenar la maniobra, el señalamiento de que se está practicando con ella la misma medicina con que envenenan todos los días a innúmeros perejiles –y a veces no tanto– que no portan ni su apellido ni su poder. Causa ¿asombro? encontrar, entre los apoyos recibidos por el Grupo Clarín contra el arresto arbitrario de su directora, las firmas de muchos que hacen gala de su oposición al llamado “garantismo” procesal; es decir, de muchos de quienes han alzado la voz exigiendo mano dura contra la delincuencia a la par de una mayor laxitud en las prerrogativas de los jueces. Y es así, como ya lo expresaron algunos pocos colegas, que ha obrado el milagro de que términos o figuras como “garantías” y “garantismo” dejaran de ser mala palabra, de la noche a la mañana.
En segundo lugar, y no importa si más allá o más acá de las denunciadas arbitrariedades del juez Marquevich, hay que vivir en una nube para no advertir o intuir que a la detención de la señora le cabe, de mínima, el recuadro de una vendetta hacia las empresas del grupo a raíz de sus denuncias contra el cura Grassi y, hacia arriba, el de una guerra ya sin cuartel entre las tribus ya cebadas de la fiesta conclusa del menemismo.
Al caso de la señora de Noble le caben las generales de la ley acerca de los rumores. Lo importante no es que sean verdad sino que sean veraces, porque es la credibilidad lo que da la pauta de hasta dónde está tensada la cuerda y, con ella, de cuál es el alcance de la confianza o la sospecha masivas.
Puede ser cierto que la señora fraguó documentos públicos para ocultar que sus hijos adoptivos lo son de desaparecidos en la dictadura, y puede no serlo. Puede ser cierto que Marquevich responde a los mandos naturales del menemismo, y puede no serlo. Puede ser cierto que el atentado a Estela Carlotto estuvo relacionado con este asunto, y puede no serlo. Puede ser cierto que hay de por medio la grave situación financiera del grupo Clarín y una consecuente estocada de corporaciones extranjeras para quedarse con el emporio tras afectarlo severamente, y puede no serlo. Puede ser ciertoque no es para tanto y que “sólo” es cuestión de venganzas personales entre personeros de multimedios dispuestos a cualquier ardid con tal de afectar a adversarios en el negocio, y puede no serlo.
Lo que en cualquier caso es cierto es que se está frente a las astillas sectoriales de una clase dominante que es menos dirigente que nunca, y que cierta o no cada especulación en torno del caso es absolutamente creíble que lo rodeen corrupción, amenazas, extorsiones, trampas, falsedades, ventajismo. Decadencia.
Nada diferente, en suma, a lo que hace un año sacó la gente a las calles para pedir que se vayan todos. Un grito que sólo reprochó a la llamada clase política pero que debió involucrar, como vuelve a comprobarse, a una dirigencia empresarial que también debería formar parte de la Argentina que no queremos más.

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