› Por Rodrigo Fresán
UNO Mi primer Robin Hood, por supuesto, es el Robin Hood de la Colección Robin Hood (a la que muchos argentinos tanto le deben), y poco y nada recuerdo de él, salvo un principio invernal en el que, creo, alguien mataba a un ciervo prohibido. Después, enseguida, las películas (que iban de Errol Flynn a Sean Connery, pasando por un zorro animalizado marca Disney) y aquel dibujo animado de Robin Hood del Espacio (en el que Sherwood era un asteroide), hasta ir flechando las muchas variantes del mito que iban de El Zorro californiano al australiano Ned Kelly, al Sandokán malayo y al ciudadano del mundo Che Guevara. Así que a la hora de preguntarme por qué y para qué me siento a ver el Robin Hood de Ridley Scott (y de, casi enseguida, sentir unas irrefrenables ganas de levantarme que se hacen casi intolerables ante esa secuencia de desembarco calcada de Rescatando al soldado Ryan), me respondo: “Vengo a ver, otra vez, a Robin Hood porque Robin Hood es parte de mi pasado”. Y el pasado es ese círculo rojo donde siempre van a clavarse las flechas del presente y del futuro.
DOS Y ya se sabe: “Robar a los ricos para dar a los pobres”. Aunque las últimas investigaciones sobre el mito parecen revelar a un tipo mucho más interesado en, por el camino, guardarse bastante para el pobre rico Robin Hood. Y, me temo, no hay político que, en principio, no haya intentado hacer propio un lema tan inequívocamente jesuítico. Intentado, dije. Porque enseguida –te llames FDR, JFK o ZP– vas a descubrir, más tarde que temprano, que no es nada sencillo vivir y sobrevivir en ese bosque feroz, donde todos son lobos especializados en contar corderos para mantenerse despiertos. Porque quien pestañea, pierde.
TRES Lo comprende Zapatero por estos días: adiós a su política social, recortes por todos lados (sueldos de funcionarios y pensiones de jubilados y ayudas varias), se acabó lo que se daba (el cheque-bebé, las ayudas a la familia numerosa) y la mirada firme y fija de Europa (léase el Eje Francia-Alemania) controlando al Reino de España donde, eso sí, las asignaciones a la familia real no parecen haber sufrido recorte alguno. El editorial de El País del jueves pasado titulaba –con cruel y justo ingenio– “Zapatero contra ZP”, poniendo en evidencia lo que ya era evidente: el ideal e irreal ZP ha dado lugar al normal y real Zapatero. “Ya era hora”, susurran algunos. “Estamos intervenidos”, gritan otros. Obama telefoneó para “interesarse” por la cuestión, y su llamada casi virreinal fue (que alguien me lo explique) amplia y exageradamente publicitada. Los especialistas apuntan a que las duras medidas son “contundentes, pero lógicas”. La oposición del Partido Popular –haciendo gala del perfil psicótico que lo caracteriza de un tiempo a esta parte– dice que por fin Zapatero ha hecho aquello que hace tanto tiempo le venían diciendo que tenía que hacer, pero que –también– están en contra. La izquierda –desactivada y de capa caída– se conforma con entonar versos de viejas baladas de Nottingham y refugiarse en aforismos del tipo “Zapatero ahora es débil con los fuertes y fuerte con los débiles”. Y el PSOE se derrumba en las encuestas de intención de voto y el PP se alza, pero a no olvidarlo nunca: en España no se ganan elecciones, tan sólo se pierden. Y entre unos y otros, el pueblo. Esa masa sucia y desdentada y muerta de hambre –en las películas de Robin Hood– que siempre está esperando el retorno de Tierra Santa de un leonino monarca que ponga las cosas en su sitio. Mientras tanto y hasta entonces, cuando el pan escasea, que al menos abunde el circo. Hienas sobran. Y ríen. Reír es gratis.
CUATRO Y Russell Crowe –flamante Robin Hood que se parece demasiado a un Gladiator de vacaciones en Bretaña– pasó por la alfombra roja de Cannes y dijo cosas como “Yo no soy del Madrid, soy del Barça; pero Cristiano Ronaldo es muy majo”. Si me lo preguntan, para mí Ronaldo sería el perfecto usurpador entronizado en el millonario Real Madrid en una versión futbolística de Robin Hood, mientras que los muchachos del Barça (con Pep “Doy Miedo” Guardiola como su líder) se asemejan tanto más a los merry men corriendo por el verde césped de Sherwood. Ronaldo tiene ese punto de metrosexual aerografiado y egoísta: un gran villano sólo preocupado por su propia leyenda en la que el equipo no es más que una coqueta armadura cuyas insignias se venden al mejor postor. En cambio, los pícaros del Barça (cada uno de ellos con una personalidad tan definida: el aire casi picapiedra de Puyol, la fragilidad de Iniesta, esas cejas de Xavi, los movimientos larguiruchescos de Ibrahimovic, la sonrisa, digamos, beatífica de Messi y quién de ellos es Little John, quién es Will Scarlet) parecen amar tanto a su camiseta. Lástima que no sea de color verde. Verde inglés. Verde bosque inglés. Todo esto para decir que –aunque el fútbol me importe poco y nada– estoy muy contento de que hayan ganado los buenos, los mejores.
CINCO Cazador cazado y juez juzgado y el cruzado Baltasar Garzón fue suspendido. Juguemos en el bosque mientras Garzón no está y, mientras escribo esto, ni siquiera le garantizan un cómodo y prestigioso exilio en los tribunales internacionales de La Haya. Amigos y colegas lo despidieron entre lágrimas y aplausos. Gente de a pie se congregó para vivarlo. Garzón –“incómodo y mediático” o “implacable y heroico”– lleva años haciendo lo suyo sin rendirse a nadie, salvo a su propia ambición y sed de justicia. Persiguió en su momento al PSOE como ahora persigue al PP, destronó a narcos gallegos y a mafiosos centroeuropeos, intentó apresar al dictador chileno, fue el primero en meterse con el aparato ideológico de ETA, pero se estrelló contra la amnésica memoria de los que no quieren que se desentierren y se revuelvan los huesos sin nombre, pero con memoria. Franco vive y reina en la comarca. ¿Y volverá a cabalgar por aquí y desenvainar su espada Baltasar Corazón de Garzón?
SEIS ¿Y el robusto y simpático Fraile Tuck? Mejor no hablemos del Fraile Tuck. No son buenos tiempos para los frailes y, por las dudas, no dejéis que los niños se acerquen al Fraile Tuck, ¿sí?
SIETE Todo parece indicar que, de continuar así, Europa seguirá el camino que alguna vez tomó la Atlántida o Camelot: el de una tierra mítica cuyo tiempo pasó. No son buenos tiempos para este continente cada vez más perdido que, de pronto, parece una vez más perderse entre las sombras del oscurantismo. En el llamado “concierto de las naciones”, Europa no suena, ni pincha, ni corta, ni flecha. La fiesta del euro como divisa/esperanto parece haber terminado para siempre: Sarkozy (esa especie de Louis de Funes dibujado por Uderzo) amenaza con volver al franco, Merkel parece soñar con las pinturitas dentro del marco y la ahora conservadora Inglaterra se felicita por haber conservado la libra, que ya volverá a lo más alto. Y todos aseguran ser Ricardo Corazón de León, pero todos se parecen tanto a Gordon Cerebro de Gekko.
Lo dijo y lo sigue diciendo Kurt Vonnegut –el más merry de los men en toda la historia de la literatura americana, célebre por poner flecha y pluma donde ponía el ojo y dar siempre en el blanco– en las últimas líneas de la última página de Deadeye Dick, su novela de 1982: “¿Quieren saber algo? Todavía estamos en la Edad Media. La Edad Media no ha terminado aún”.
Pues eso.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux