› Por Rodrigo Fresán
UNO Todo es incierto menos la certeza de que –luego de un largo invierno– por fin comenzó el verano. Lo que, necesariamente, no es buena noticia. La guerra fría de la crisis muta sin problemas y –cuando insisten con el retorno de la gripe A el próximo otoño– cambia el vestuario pero no la escenografía. Donde se temblaba ahora se transpira. Pero, en ambos casos, la emoción es la misma: el cuerpo se estremece y suda de miedo.
DOS Y en algún lugar ya se están activando los motores de ese monstruo que se conoce como “la canción del verano”. Ya saben: algún espanto saltarín que surgió desde las profundidades del franquismo (que siempre está en la superficie) y que consiste en canciones estivales como las nacionales “Macarena” o el “Aserejé” o la última importación eurotrash donde una francesa o una sueca invitan a despistarse en las pistas de baile de Ibiza. Es decir: nada de “Here Comes the Sun” o de “Let the Sun Shine In”. Son, en el fondo, canciones más encandiladoras que luminosas. Golpes de calor sónico que te dejan idiota y babeando y derritiéndote bajo un sol de injusticia. Por ahora no ha asomado ninguna candidata firme. De ahí que me pregunte –y proponga– ¿por qué no una excelente canción, perfecta para los tiempos que corren, como canción de este verano de nuestro descontento?
TRES Lo que me lleva a Ariel Rot y a su admirable “Papi dame la mano” incluida en el recién aparecido álbum Solo Rot. Y la otra noche volví a ver en vivo a Rot y a su modélica banda en la Sala Bikini de Barcelona. El lugar estaba lleno a reventar; mucha más gente que en otras noches donde se presentaron allí gente como Eels o Rickie Lee Jones o Calexico y escuché en directo por primera vez lo que ya había oído en compact y visto en clip. Y volví a pensar lo mismo que pienso siempre que me cruzo con Rot. El cantautor (y guitarrista) argentino-ibérico tiene no sólo el “problema” de ser demasiado bueno sino, además, de ser demasiado constante en sus muchas bondades. Todos sus discos son impecables, todos sus conciertos son intachables, todos sus solos de guitarra son justos y de un buen gusto admirable (Rot toca y hace sonar su sólida guitarra exactamente igual que todos los que sólo saben tocar la muda guitarra de aire frente a los espejos de su adolescencia), todas sus letras dicen lo que tienen que decir con las palabras exactas. El título de otra de las canciones de Solo Rot lo dice y lo resume todo: “Dandy”. En síntesis: Rot –como Willie Nile o Graham Parker o Steve Forbert o Robyn Hitchcock o Robert Forster o Freedy Johnston o Ron Sexsmith o John Hiatt– nunca se beneficiará de la tan resultona maniobra rockera del comeback. Porque Rot nunca se fue o cayó en desgracia, nunca hizo nada mal, nada parece indicar que vaya a hacerlo y ahí está la box del 2007 Etiqueta Negra: 30 años de Rock and Roll como evidencia incontestable. No hay bache creativo en su currículum ni crack-up existencial en su prontuario. Y si los hubo, tuvieron lugar en privado y con una elegancia que no lo priva de mirar alrededor, cerca o lejos, y cantarse las cuarenta a sí mismo con un “Quise ser artista de culto, exclusivo, refinado / Estoy harto de que me digas que soy pobre pero honrado” o sonreírle a otro las ácidas estrofas de “Una vida equivocada”. Tampoco –Rot es acaso el único discípulo stone en español que no da vergüenza ajena– cayó en la tentación de vociferar la siempre resultona canción modelo “pechito argentino” para hacerse más populachero que popular en las canchas y estadios de la patéticamente rolinga Hija Patria. Rot se permite, apenas, la nunca impúdica exhibición de torch-songs para corazones rotos (aunque siempre reparables, latidos de buena calidad) y, en la muy graciosa “Manos expertas”, el comentario agudo sobre la gravedad de la decadencia física pero con la voz y la estampa de quien se sabe poseedor de los genes de un Dorian Gray que no hizo trampa ni esconde ningún culposo retrato en el altillo de su biografía. Lo que no significa que no haya graduaciones en una obra que empieza y termina en sí misma y que Solo Rot no sea el mejor –el más redondo y compacto– disco entre todos sus mejores discos. Lo que me lleva de regreso a “Papi dame la mano que tengo miedo”: una rumba carcelaria que habla del eterno retorno, del salir o el quedarse adentro, y de ese siempre maduro miedo infantil que nunca nos deja, que todo el tiempo nos agarra con la garra, y cuyo estribillo es, en realidad, eso que nos dicen los hijos para tranquilizarnos, para hacernos sentir fuertes, cuando nos ven con cara de “Nene, dame la mano que tengo miedo”.
CUATRO Así, insisto, el sinuoso bamboleo al que te lleva la canción de Rot me parece el soundtrack ideal para estos calientes días españoles –y, ya que estamos en tema y en temas, concentrarse también en el logrado slide-harrison/argen-beat de “Dulce mirada” y ese “Todo se rompe, todo se me rompe, darling”– donde todos parecen ofrecernos la mano más para la bofetada que el apretón. Cenizas en el aire entre las que –parece, nunca se sabe– la debacle final de ETA sería el único posible rayo de luz. El resto, ya saben: el baile de ilusiones entre las ilusionistas del PSOE y el PP; la reforma laboral impuesta por los profesionales del RI$K que saldrá (el día en que España debuta en el Mundial) por decreto de ser necesario; el sin saber qué decir ante el dato de que uno de cada tres jóvenes españoles ha perdido su trabajo entre las vueltas de los últimos idus; esa Catch-22 donde hay que reducir gastos para poder pagar lo que se debe con “soluciones” que lo único que producen son menos trabajo y menos crecimiento y menos dinero para pagar las deudas y al amanecer... Y otra vez Rot, ahora desde un vibrante rock llamado “Problemas”. “Necesito urgentemente que lleguen días soleados / Pero vienen nubarrones con tsunamis y tornados / Problemas, problemas, problemas, el río te arrastra, la lava te quema / El barco se hunde, el gato se escapa, mi chica me pega”, canta Rot con la alegría de un marine con mil batallas en el uniforme y cuya cabeza fue pedida (y nunca entregada) tantas veces. Y así Solo Rot, paradójicamente, se convierte en la mejor compañía para tiempos en que la Casa Blanca y la NASA deciden consultar a James Cameron para solucionar problemitas (puestos a elegir, yo invocaría el fantasma de Kubrick: Stanley, dame la mano que tengo miedo); seis tipos se encierran por más de quinientos días para simular un viaje a Marte que nadie puede financiar (¿idea de Cameron?); la gente en la vía quema sus ahorros en la Gran Vía y hace cola para pagarse el vicio caro: un iPad; los pulgares se deforman de tanto enviar SMS o SOS (España tiene el mayor número de adictos al “mensajito” en toda Europa); Madrid apura la construcción de un “bunker del fin del mundo” en la sierra y Hungría se hunde y aparece un agujero negro en las calles de Guatemala acaso como avance de ese 2012 maya y findemundista (¿Cameron otra vez?); una de esas encuestas que nunca se sabe cómo y para qué se hacen reveló que para los ibéricos no tener acceso a Internet o al uso de su teléfono móvil genera más angustia que la falta de sexo; y (¡Basta Cameron!) se hizo pública la información del primer caso de un humano contagiando un virus informático a una computadora. La Gripe @. La cosa fue así: un tal Marc Gasson –investigador en la Reading University– tenía implantado un chip que le permitía abrir la puerta de su laboratorio y usar su móvil. El virus le llegó a su chip por teléfono y de ahí saltó a la memoria de una máquina que lo propagó por las tarjetas de acceso de los empleados del edificio. ¿Dónde tenía implantado el chip Gasson? Respuesta: en su mano.
Otra vez, todos juntos: dame la mano que tengo miedo.
No, ésa no; la otra.
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