CONTRATAPA
Lecturas
› Por Juan Gelman
Washington se apresta a enviar 50.000 efectivos al golfo Pérsico que se sumarán a los 65.000 ya estacionados en la zona. Objetivo: invadir Irak. Faltarían pruebas concretas de que Saddam Hussein posee armas de destrucción masiva, pero eso es un detalle y Bush hijo no es detallista. El 22 de septiembre del año pasado, el secretario de Estado Colin Powell prometió por la cadena ABC: “Mostraremos al mundo, al pueblo estadounidense, de manera convincente y que no dejará lugar a dudas, que la responsabilidad (de los atentados del 11/9) es de al-Qaeda, dirigida por Osama bin Laden”. Han pasado más de quince meses y el mundo y el pueblo estadounidense siguen esperando esa mostración.
No asombra entonces que los norteamericanos tengan sus reservas ante una guerra contra Irak. Una encuesta de Los Angeles Times publicada el 15 de diciembre indica que el 90 por ciento de los interrogados cree que Saddam Hussein tiene un arsenal de armas biológicas, químicas y nucleares, pero el 72 por ciento afirma que el gobierno no ha proporcionado evidencias suficientes que justifiquen la guerra. En tanto, no hay signos de que la CIA haya cambiado de posición desde el último octubre, cuando su director George Tenet envió una carta al Comité de Inteligencia del Senado registrando que los analistas de la agencia no consideran que Irak sea una amenaza inminente para Estados Unidos. Y han comenzado a aparecer los fabricantes de versiones contrarias.
Un ejemplo preclaro en la materia es el primer ministro israelí Ariel Sharon. Usó la Navidad para denunciar que Bagdad habría ocultado armas químicas y biológicas en Siria, que científicos nucleares iraquíes hacían su trabajo en Libia y que Irak entrenó a terroristas palestinos en el empleo de bazookas lanzamisiles. Estas declaraciones acompañaron las del jefe de la inteligencia militar de Israel, mayor general Aarón Ze’evi-Farkash, quien manifestó ante un comité parlamentario que el ataque estadounidense se produciría “lógicamente” después del 27 de enero próximo, fecha en que vence el plazo de los inspectores de Naciones Unidas para entregar su informe final al Consejo de Seguridad, que dirá si Saddam conserva esos arsenales o no los conserva. Es decir: habrá ataque cualesquiera sean las conclusiones del informe.
“Decir que sabemos (que Irak tiene esas armas), pero que no lo diremos, no es exactamente persuasivo. No se trata de una partida de póker”, apuntó Serguei Lavrov, embajador de Rusia ante Naciones Unidas. Por las dudas de que los inspectores no las encuentren, teorizantes como el periodista Charles Krauthammer proponen que “encontraremos pruebas retroactivas”. Dicho de otra manera: primero invadir, después averiguar. Hace diez años, cuando se preparaba para expulsar a Saddam de Kuwait, EE.UU. fue sacudido por el testimonio que prestó ante el Congreso una muchacha kuwaití: había visto cómo los soldados iraquíes desconectaban las incubadoras en los hospitales y dejaban morir a los bebés. “Bebés sacados de las incubadoras y esparcidos como leña por el piso”, clamó Bush padre. Finalizada esta primera guerra del Golfo se descubrió la identidad de la testigo: era la hija del embajador de Kuwait ante la ONU.
En la organización mundial no imperan las ilusiones y se diseñan planes en previsión de la guerra contra Irak: según The Times del lunes 23, circulan documentos internos en que se asevera que el conflicto producirá unos 900.000 refugiados, de los que 100.000 precisarán ayuda inmediata. Los funcionarios del Programa Mundial de Alimentos de la FAO han comenzado a acumular alimentos para dar de comer a 900.000 personas durante un mes. Unicef está enviando abastecimientos para 550.000 iraquíes y 160.000 habitantes de cuatro países vecinos. Son preparativos que Kofi Annan, secretario general de la ONU, procura mantener en secreto –dice el diario inglés– “por el temor de sugerir a Irak que la inspección de armamento es vana y que un ataque encabezado por EE.UU. es inevitable”. Al parecer, también la hipocresía es un animal inevitable.
Washington aduce que el informe presentado por Bagdad en cumplimiento de la resolución 1441 del Consejo de Seguridad está muy lejos de cumplir lo que ésta prescribe y proliferan alarmas improbables. Agentes de la inteligencia militar norteamericana afirmaron no hace mucho que Irak proyecta destruir sus propias fuentes de energía e incendiar sus pozos petrolíferos para echarle a EE.UU. la culpa del desastre, pero no revelaron las fuentes de semejante información. La Casa Blanca dejó trascender que Saddam proporcionó a al-Qaeda el mortífero gas VX, que ataca el sistema nervioso central, pero el caso se investigó y la versión se disipó. No pocos analistas se preguntan si está en marcha un incidente parecido al del golfo de Tonkin, que sirvió de razón para que Washington interviniera en Vietnam.
La historia está plagada de esta clase de confecciones. Los llevados y traídos “Protocolos de los Sabios de Sión” explicaron las prácticas antisemitas del zarismo y resurgen cada tanto como prueba de la voluntad judía de destruir la cristiandad. Los fabricó la Ojrana, policía secreta del zar, tomando elementos de “Diálogo entre Maquiavelo y Montesquieu”, una sátira contra Napoleón III del francés Maurice Joly publicada en 1864, de la novela fantástica Biarritz del alemán Hermann Goedsche que apareció en 1868, y de otras narraciones del género. Quién sabe si Bush hijo lee tanto.