› Por Enrique Medina
Nace el tango cuando en Buenos Aires la aglomeración de inmigrantes se convierte en un aluvión de almas en pena. La mayoría viene de España e Italia. Son familias muy humildes. También vienen muchos hombres solos. Esto da lugar a que la ciudad se convierta en un centro de prostitución muy importante. El libro El camino a Buenos Aires, del francés Albert Londres, se transformó en un best seller mundial. Fueron los polacos judíos quienes coparon el mercado disimulando la actividad detrás de la organización Sociedad de Socorros Mutuos Zwi Migdal. Desnudó ese mundo el comisario Julio Alsogaray, Trilogía de la trata de blancas se llamó su ensayo publicado en 1933. El libro es inhallable y nunca se reeditó. Se dijo que la Sociedad había comprado la totalidad de los ejemplares y amenazado al autor y al editor. Existen otros libros, pero el de Alsogaray siempre fue considerado el mejor, quizá porque el cargo de comisario le permitió un conocimiento profundo del tema. En ese panorama, en tanto que sirve para ventilar amores y desamores de proxenetas, cafishios y prostitutas, el tango encarna el espíritu de Buenos Aires. Discépolo filosofó que “el tango es un pensamiento triste que se baila” y el vulgo escupió: “Es el lamento de un cornudo”. En realidad, son castigos del cafishio que pierde a su “mina” (alusión a las minas de metales que generan enormes ganancias). Y las peleas entre guapos jerarquizadas a niveles de La Eneida son broncas por minas que desean ir a otro burdel o cambiar de dueño. Los títulos eran axiomáticos: “El choclo” (el pene), “A la gran muñeca” (referido al ejercicio masturbatorio), etc. Había letristas y músicos que eran cafishios; otros no, pero querían serlo. Por algo Gardel cantaba: “Detrás de cada otario siempre hay un gigoló”. Arolas, el compositor, fue uno de los más renombrados. Lo apuñalan en París al intentar robarle la mina a un cafiolo del lugar. Cuando el tango llora “percanta que me amuraste”, no se refiere a una pena de amor, lamenta la pérdida de la mina que fue ganada por otro cafishio. No le deja el alma herida, le deja el bolsillo vacío. El tango era el aperitivo, el precalentamiento, la verificación de que ese cuerpo aferrado estaba fuerte y pronto para lo que Borges llamó “la trabazón carnal”. Se verificaba el estado de la carne viva para faenarla, así de simple. Luego, la competencia obligó al retoque y los bailarines adquirieron estilo y pretensiones. Cuando aún no era la hora de abrir el prostíbulo, las pupilas bailaban entre ellas y en la calle los hombres hacían lo mismo; pero ello no indicaba ningún flagrante homosexualismo, no, sencillamente practicaban, ensayaban nuevos pasos. El gran bailarín de ese tiempo fue “El Cachafaz”. De él sólo existe un fragmento de pocos segundos en la primera película sonora, Tango. Bailaba canyengue, orillero, que está más cerca de lo exagerado que de lo elegante. Cuando este bajo mundo entra en decadencia, el tango, gracias a grandes cantores, Gardel especialmente, emerge limpio y sólido, autocalificándose como la música ciudadana de un pueblo que resume el linaje de una patria, y lo que nació sólo para ser bailado comienza a ser escuchado por sus letras. Hoy, el tango vive una etapa muy extraña: goza de una popularidad mundial nunca soñada, aún mucho más que cuando en 1924 el papa Pío XI le dio la bendición. Pero no hay bailes con orquestas en vivo ni cantores de arrastre que simbolicen nuestro tiempo. Y más curioso se torna el panorama al ver en los salones de baile con grabaciones, que las orquestas que se escuchan son todas del ’40 y del ’50. Aquí el nombre de Piazzolla tiene responsabilidad en mucho: siempre dijo que hacía música para escuchar. Su indiscutible y merecido éxito hizo desaparecer los espacios para las milongas. Milongas que hoy pretenden sobrevivir aferradas a la cuerda de viejos tiempos inolvidables y señeros en que, a pesar de esos ambientes prostibularios, existían normas, valores y un país, a diferencia del de hoy, que florecía como la primavera. Bueno será entonces que actualicemos nuestra música con tangos exitosos que retraten y narren nuestro presente, para testimoniar la alegría y el horror que nos asedia, y así darles felicidad (es un decir) a los cuerpos argentinos que, vaya a saberse por qué, sea en las buenas o en las malas, tanto seguimos necesitando el abrazo.
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