CONTRATAPA › LA PATRIA TRANSPIRADA. SUDáFRICA 2010
› Por Juan Sasturain
Enviado especial a su casa
Es una alegría, deja una sensación muy placentera que esta España –este equipo español– haya ganado el Mundial. Fue el mejor de los que había. Y es el mejor en general. Ya que nosotros no pudimos, no supimos, bienvenido y aplaudido sea un campeón que juega tan bien a la pelota y al fútbol. Y que encima –mejor aún– el único gol lo haya hecho Iniesta, modelo de jugador-jugador, talentoso y laburante, cerebral y solidario, que aunque nunca sea capaz –parece– de dejar de pensar, pueda ser explosivo como ayer, siempre con los ojos abiertos... Qué bárbaro.
Y estamos (muchos) contentos, porque creemos en la vigencia, en la importancia de los modelos. Así como hace cuatro años hablábamos un poco amargados de la Misery Cup y de su mezquino ganador, esta vez –a pesar del arbitraje increíblemente permisivo de un pelado inglés sin atenuantes– ganó el que quiso jugar siempre y muchas veces lo consiguió, con buenas armas y honestidad a la hora de competir.
Y en todos los casos, en toda la Copa, este equipo español fue así, jugando mejor o peor, incluso en la derrota inicial. Porque si el partido contra Alemania en semifinales fue de algún modo más “lindo”, más limpio y abierto, con dos estilos diferentes y desplegados sin complejos ni malas artes (media hora inicial sin interrupciones por infracción alguna: memorable), esta final de ayer tuvo otros y de algún modo presumibles ingredientes que si bien la “afearon”, sirvieron para mostrar la solidez e integridad, la convicción de la propuesta futbolera (técnica, táctica, anímica) de España. Y esto, por supuesto, independientemente del resultado.
Porque es obvio que –teniendo en cuenta lo exiguo del marcador final y las pocas pero claras oportunidades que tuvo Holanda de convertir– España pudo haber perdido esta final, en el trámite o en los eventuales penales. Y nada cambiaría el juicio. Sólo que hubiera sido una lástima, porque este hermoso juego se caracteriza precisamente por poner este tipo de cuestiones cada vez sobre la mesa de la evaluación.
Y no está mal en este momento pensar en los trágicos, sufridos holandeses, superados ayer en el juego y el resultado, condenados una vez más al destino mosaico de llegar hasta ahí, ver de cerca la Gloria y –como en el ’74, pese al gran Johan Cruyff, contra los prácticos alemanes, y en el ’78, con mellizos y todo, contra Mario Kempes & Co– terminar mirando cómo festeja el otro ocasional. Para no hablar de las veces que con tan buen equipo (el que nos ganó en el ’98 en Francia, por ejemplo, una maravilla; o antes, el de Van Basten y Gullit, notable campeón de Europa, fiasco mundial) se quedaron en el camino, lejos.
Acaso esto haya pesado en el momento de plantearse el partido de ayer, de ahí tal vez la excesiva rudeza con que iban los Van, los dientes apretados, las ganas de que esta vez no se les escapara... Ese tremendo guerrero, Van Bommel, que se pasó tres partidos lustrando tobillos brasileños, uruguayos y españoles con tácito permiso para pegarle a todo lo que se moviera con camiseta distinta en el medio campo; ese lindísimo jugador fino y de notable pegada en estado de gracia durante todo el Mundial, el peladito Sneijder, que puso media docena de puñaladas certeras y casi lo convierte al monocorde Robben en el héroe que los naranjas soñaron y no pudo ser.
Pero es así: esta vez le tocó (la oportunidad) a España y ganó en buena ley.
En el momento del balance, digo, que la elegancia, utilidad, belleza y solidez de los árboles de este plantel lujoso, de esta generación que hizo, hace y seguirá haciendo historia –el monumental Casillas, Xavi el Grande, el Cerebro Iniesta (fuera de calificación), el “suplente” Cecs Fábregas, el goleador Villa y el resto– no nos impidan ver al ineludible gordo Del Bosque, perfil bajo, sólido, sabio y mesurado, tan respetable como querible, ejemplo pleno de las virtudes de un conductor de verdad.
En fin... ¿Cuánto falta para Brasil 2014?
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