CONTRATAPA
Semillón
› Por Antonio Dal Masetto
Me encuentro con Tito, líder político nato, personaje de extraordinario carisma. Su padre también fue hombre progresista y gran luchador. Cuando Tito nació le puso cuatro nombres: Carlos, Federico, León, Vladimir. Recuerdo la primera creación de Tito, cuando contaba apenas dieciocho años, aquel legendario Frente Antiimperialista de Liberación Latinoamericano y Cósmico. A partir de ahí no paró más, siguieron una cantidad impresionante de frentes, movimientos y partidos. El Fmopeeb, el Mhñsbvi, el Pggbcdsd, el Mxwyz, para nombrar solamente algunos.
–¿Cómo andan las cosas, profesor? –pregunto.
Sacude la cabeza un par de veces y ésta es mala señal. Pese a su gran carisma, todos los partidos que Tito fundó siempre terminaron fragmentándose. Fragmentación al máximo. Llegaba un momento en que la sigla del partido tenía más letras que militantes. Sé que ahora Tito encabeza el Partido Transparente Participativo Democrático.
–¿Problemitas? –insisto.
–El PTPD tuvo su primera fractura hace seis meses. Desde entonces las fragmentaciones no pararon. Hace una semana quedábamos dos militantes. Nueva fractura y quedé yo solo.
–No puedo creer que sea el único integrante del PTPD.
–Con un agravante.
–¿Qué pasó?
–Sufrí una fractura ideológica interior. Se me produjo una diáspora interna.
–Esto es nuevo en la historia de las fragmentaciones políticas.
–Resulta que esta mañana fui a lavarme los dientes con mi dentífrico con gusto a menta y Vladimir me increpó duramente.
–¿Qué le dijo?
–Que usar un dentífrico con sabor a menta o lo que fuese era una inaceptable concesión a los decadentes gustos pequeñoburgueses. Ahí intervino León, quien consideró el comentario de Vladimir como petardista y propio de infantilismo político. A la disputa se sumaron Carlos y Federico y las cosas amenazaron pasar a mayores.
–¿Y usted qué hizo?
–No me lavé los dientes, tiré el cepillo a la basura y grité: unidad, unidad, unidad.
–Bien hecho y bien dicho.
–Fui a prepararme un té y el terremoto volvió a rugir. Por empezar se me cuestionó que el té es un símbolo del imperialismo inglés. Ese fue Carlos. Grité unidad y casi hubo un acuerdo con el mate cocido que es popular y bien podría ser considerado antiimperialista. Pero inmediatamente hubo problemas con las galletitas y la mermelada porque fueron consideradas lujos burgueses. Ya no me acuerdo si fue León o Federico el que las cuestionó. Inclusive el uso de la espátula para untar fue señalado como una veleidad capitalista y una traición a la causa del proletariado. Y las voces seguían subiendo de tono.
–¿Y usted qué hizo?
–Renuncié al desayuno y apelé al grito de unidad, unidad.
–¿Resultado?
–El asunto está difícil.
–Por qué no hacen un pacto de camaradería, se reúnen en un congreso, establecen una serie de puntos básicos con vistas a la voluntad de unidad y de ahí arrancan.
–Decirlo es fácil. Fíjese que son las siete de la tarde y todavía se está discutiendo el desayuno. Ni siquiera me animé a fumar para evitar agregar más temas de discusiones a la asamblea. Esta es la hora de mi copa de final de la tarde. Mi único lujo. La necesito para relajarme. ¿Pero se imagina lo que puede pasar si llego a pedir un whisky?
–Hay muchas bebidas.
–No me arriesgo con ninguna.
–Déjeme sugerirle una, lo invito con un semillón. El semillón es un vino blanco que no puede ser acusado de cargas ideológicas de ninguna naturaleza. Es más, me tomo uno con usted.
–Está bien, probemos con el semillón, a ver qué pasa.
–No le afloje, Tito. Brindemos por la unidad. La unidad por encima de todas las cosas.