CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
El talentoso y circunspecto Carlos Trillo, un amigo, suele emplear una expresión muy útil en su precisa imprecisión para calificar lo incalificable, aquello que sólo se puede describir acudiendo a la elegante ambigüedad que presta un polisémico adjetivo: inmejorable. Una película, una torta, incluso la impresión que alguien causa pueden ser, ante la pregunta interesada del curioso más o menos impertinente, inmejorables. En todos estos sentidos, por ejemplo, el discurso de Biolcati en la Rural fue inmejorable.
Así se lo habrán hecho saber sus compañeros de cruzada al pie de la tribuna y al cabo de la sucesión de sofismas encubiertos y exabruptos explícitos que hilvanó tan coherentemente rodeado, en la Rural, donde De Narváez presta la casa y Macri juega de local. Porque lo de Biolcati fue sin duda inmejorable –sin ironías– para los que, sin que se les cayera la cara, se sintieron representados al oírlo afligido por la exclusión social y la pobreza cuando, en realidad, más allá de algún gesto pour la galerie electoral, en la reputísima vida ése ha sido el eje de su preocupación empresaria-propietaria-gremial-política. E inmejorable fue la calificación de esa audiencia, complacida ante la pieza retórica compuesta a medida para la ocasión, al escuchar, en una primera persona del plural retóricamente inclusiva, definiciones para el bronce y la cita: “Cuando alteramos el rumbo institucional, nos perdimos”. Y sin transición ni vergüenza: “Cada vez que castigamos al campo, nos equivocamos”. Qué bárbaro. “Inmejorable, tano –lagrimearon de emocionada gratitud a su lado–. En una sola operación sacamos tardía y mentirosa chapa de demócratas, y equiparamos los golpes militares y la represión criminal (que en realidad consentimos y apoyamos) con las ocasionales políticas de Estado respecto de uno de los actores principales de la economía nacional. Qué maestro.” Inmejorable.
Uno trata de no sacarse. Sobre todo porque criticar y desmenuzar las falacias y agachadas de un discurso tendencioso y mentiroso como éste de Biolcati podría ser interpretado como una manera de avalar sin cuestionamientos una gestión de gobierno llena de agujeros negros y graves errores de concepto y ejecución. Y no es así. Uno trata de no sacarse, porque al atacar el oportunismo y la hipocresía del discurso inmejorable –-ahora sí desde nuestra irónica calificación y lectura– del vocero “del campo” puede parecer que (uno) no discrimina los grises dentro de un sector productivo que no debe identificarse con una clase, ni con un sector social, ya que incluye desde gente poderosa como este ocasional presidente de la SRA (fortuna de entre 70 y 80 millones, calculados sin cálculo en charla-reportaje con Jorge Fontevecchia, el año pasado) y, con todas las variantes intermedias, una multitud de argentinos, “gente de campo”, tan maltratados como mucha otra “gente de ciudad” o –para ir más lejos– “gente de villa”, por la falta de equidad y oportunidades. Por eso uno trata de no sacarse.
Pero es difícil. Sobre todo cuando la retórica inmejorable, tras pasearse por todos los lugares comunes del golpe bajo sin pudor ni registro alguno de memoria histórica, a la hora de prender el ventilador reparte la mierda de moda (la corrupción y el autoritarismo) por todas partes, incluso a su muy próximo alrededor, pero siempre más allá del alambrado que circunda el coto cerrado de la supuesta única reserva económica y moral de la patria: la tierra. Esa tierra que, según el remate del discurso, y como en la famosa y bellísima novela de George R. Stewart, siempre, y para siempre, permanece. “La tierra permanece”, concluye Biolcati. Inmejorable.
Considerarse parte de un elemento/componente inamovible, casi a-histórico, del ser nacional debe ser una sensación muy fuerte, soberbia y placentera. Lo notable es que la cita completa es que los hombres van y vienen, pasan, y –ahí sí, más allá, antes y después de ellos– la tierra permanece. En fin... Si era por terminar con una alusión culta el discurso ocasional, yo hubiera utilizado otras referencias. Por ejemplo, esa que recoge Viñas sobre “los dueños de la tierra”, o aquella otra, incómoda acaso, de “la tierra para el que la trabaja”. Pero eso hubiera perturbado el hilo del razonamiento, introducido otras variables.
Así, como está, su discurso es realmente inmejorable, Biolcati.
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