› Por Sandra Russo
En la televisión se registran algunos memorables diálogos entre periodistas y alumnos secundarios porteños. Exhiben la desinformación de algunos periodistas sobre un tema sobre el que, sin embargo, tienen posición tomada. Porque las posiciones se toman, igual que las escuelas.
El periodista, desde el estudio, reprueba, descalifica la toma de las escuelas, y les da a los estudiantes entrevistados un papel al que ellos no se acoplan. Hay desacople. Hay pretendidos y presuntos imbéciles imberbes o idiotas útiles, antiguas versiones de jóvenes politizados; el rigor discursivo de esta época los describe “chavistas”.
El periodista insiste en entrevistar a vagos y a infiltrados, a inconscientes, a quilomberos, a militantes inconfesos. Es una pesquisa completamente innecesaria. Quiere hacerlos confesar algo vergonzante, pero que a los pibes los enorgullece. Eso sucede cuando hay un cambio de paradigma (sí, claro, yo estoy haciendo política, por eso tomo la escuela. Periodista deconstruido).
Los pibes son muy claros y tienen su propia sintaxis bajo control. Saben expresar sus ideas mucho mejor que el periodista, pero lo que pasa es que, como hay desacople, no son escuchados. Explicar pormenorizadamente los pasos que dieron antes de las tomas, las asambleas, los petitorios, los pedidos de audiencia. No hubo respuesta a nada, y tomaron las escuelas. Pero el periodista sordo insiste, y ahora pasan a padres de esos que nadie querría tener, que afirman: “Estos vagos no quieren estudiar”.
Los adolescentes, entre otras cosas, se enorgullecen de hacer política porque no esconden la esencia de la revuelta secundaria, así como nunca en la historia un grupo de interés emergente reniega de ella: por lo contrario, la inercia de la emergencia lleva implícitos el orgullo de la conciencia y la reivindicación del acceso a un derecho.
Estamos acostumbrados a pensar la ampliación de ciudadanía sólo en términos de inclusión de pobres. En la ciudad de Buenos Aires tiene lugar un fenómeno distinto de ampliación de ciudadanía: gracias a las tomas, las voces de los secundarios llegan a nuestros oídos, se hacen escuchables. Gracias a las tomas, una nueva generación más, nacida y criada en democracia, se sacude los prejuicios y los insultos de Edu, que no hace más que replicar el argumento de Macri cuando le preguntan por sus listas negras. Contrapregunta: “¿Usted está a favor de los tomas? ¿Usted está a favor de un delito?”. Palabras de procesado.
El tema estuvo presente y sigue. No es un tema de la agenda de Magnetto, como explica didáctico en un tape revisitado Mariano Grondona. Esta agenda es distinta. Es la misma que incluye la vigencia de la ley de medios y al envío del caso Papel Prensa a la Justicia. Las posiciones dominantes mediáticas han perdido en la Argentina la capacidad de marcar esa agenda. Eso equivale a una pérdida irreparable de su poder simbólico. La realidad no circula ni se espeja hace mucho en esos medios. Pero se les impone. En la ciudad se ve mejor. La fractura entre la realidad y el guión macrista puede ser disimulada, y de hecho lo es, afanosamente, por los grandes medios. El tratamiento que le están dando los canales de noticias al tema de las escuelas tomadas revela, por si hiciera falta todavía, que su naturaleza es claramente disciplinadora y parte de la propaganda de un Estado de derecha.
Pero lo que no estalla en los estudios de televisión, ni en las primeras planas, estalla en la calle. Contra el guión que no duda en deslizarse a la mentira, choca un discurso sólido, no posmoderno, no cool, no light, no de prepa norteamericana. Los secundarios se comportan como ciudadanos. Tienen la autoestima de los ciudadanos, y desde ahí plantean sus derechos y demandas. Por las mismas paredes rotas y heladas de la ciudad más rica del país pueden haber pasado otras generaciones que naturalizaron su malestar cotidiano y el maltrato estatal hacia ellos. Pero esta generación de adolescentes exhibe a un sector que habíamos olvidado, tan seguros como nos hacían creer los medios de que los jóvenes usan peinados raros y son sólo emos, mirandas o casi ángeles.
La ciudadanía se amplía en una nueva imagen de los jóvenes argentinos contemporáneos, que piensan en política. Quizá sean una consecuencia de eso que decía Foucault sobre el poder: que no sólo reprime sino que también produce. La década del ’90 produjo los movimientos sociales. El macrismo produjo una generación de jóvenes que tuvieron como ministro de Educación a alguien como Abel Posse. Produjo escuelas vaciadas y desprovistas, becas recortadas, cierre de talleres. En consecuencia, produjo estas tomas, les proporcionó una causa. Que es la defensa de la educación pública y gratuita.
A los motivos de alegría que tenemos, sin duda hay que sumarles el debut de visibilidad de este sector de nuestros adolescentes, porque están escribiendo el primer capítulo de una nueva batalla cultural.
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