› Por Rodrigo Fresán
UNO Siempre hay dando vueltas por ahí una de piratas, una de marcianos, una de policías y ladrones, una de guerra, una de gladiadores, una de indios y vaqueros, una de políticos, una de amor... Y todos ellas siempre son –en esencia– una de duelistas. La Argentina –desde sus inicios de gauchos y malevos– sabe mucho del tema y de la trama. En la Argentina, la gente se define en público y privado más por lo que odia que por lo que ama. Y siempre se vislumbra la sombra roja de una reciente bofetada en una mejilla, el sonido en el aire de un sable recién desenvainado, el comentario como balazo a diez pasos de distancia, la primera mala sangre derramada que nunca deja de fluir y cuyo sabor se parece tanto al de la bilis. Y, por supuesto, a la hora de tener que hacerse cargo, la siempre funcional y sonriente retirada de ese “Pero si lo dije en broma, cómo podés pensar que iba en serio, mirá que sos boludo, etcétera”.
Y –si algo sobran son los padrinos– todos felices, todos de duelo.
DOS No es –está claro– el único lugar donde impera el uno contra uno en el que buscan cómodo cobijo expectante los espectadores adictos al todos contra todos. Por aquí también se consigue y la última semana ha dado buenos espectáculos en ese sentido. Zapatero –luego de negarlo– dio vuelta su gobierno. Y puso a su lado pero al frente a Alfredo Pérez Rubalcaba –hombre en carrera desde los tiempos de Felipe I– como pieza clave. El último y único político local que a mí (y, me consta, a muchos) todavía me inspira confianza y admiración. Es decir: entiendo lo que dice Rubalcaba cada vez que habla. Y hasta le creo. Lo que ya es mucho, muchísimo. Y Zapatero sabe lo que hace y por qué lo hace: Rubalcaba funcionará como florete del mejor acero contra el Partido Popular y los suyos en tiempos duros y difíciles. Los hombres del PP viven horas altas en las encuestas, sí, pero la idea de Rajoy como gran líder y candidato no termina de funcionar luego de dos derrotas y una estrategia más bien dispersa apoyada en la denuncia de las miserias del otro más que en la comunicación de las hipotéticas propias virtudes. Rubalcaba, así, se presenta no sólo como arma secreta, sino como posibilidad cierta –aunque subliminal de momento– de un futuro mejor y socialista. Aunque el duelo tal vez más interesante –como suele ocurrir– sea el duelo interno, el duelo de Zapatero con el que tiene todas las cartas para ser su sucesor. Porque –si la jugada de Rubalcaba como Solucionador Todo Terreno le sale bien– Zapatero saldría fortalecido y hasta podría atreverse a una tercera legislatura. Si la cosa sale mal, a apagar la luz, cerrar la puerta y, al menos, Zapatero –consciente o inconscientemente– se las habrá arreglado para, de salida, quemar la mística de Rubalcaba. Y que Dios nos encuentre confesados –luego de la hora de esas urnas– y a punto de la hora de aquellas otras urnas.
TRES Pero cuando al principio yo me refería a “una de duelistas”, en realidad yo quería hablar de otras cosas. De una trama digna de Joseph Conrad o de Henry James o de Ford Madox Ford, tres amigos duelistas con la pluma y la palabra. Una de esas tramas que suelen abrir con un grupo de hombres matando el tiempo o a los mosquitos o al frío del invierno en un veranda tropical (cómo me gusta la palabra veranda) o frente a una boreal chimenea en llamas. Una de esas introducciones en las que, de pronto, alguien rompe el silencio y arregla su voz diciendo las palabras mágicas: “Tengo una gran historia para contarles”. Y esa gran historia es, por lo general, una de duelistas.
En guardia.
CUATRO Había una vez un profesor de 57 años llamado Jesús Neira cuya vida se cruza, en agosto del 2008, en el hall de entrada de un hotel de Majadahonda, con la de un tal Antonio Puerta, 46 años. La cosa es así: Puerta le está pegando –o gritando, o sacudiendo– en público a su novia Violeta Santander. Neira, caballeroso, decide intervenir y separarlos. Puerta le dice que no se meta y lo empuja y Neira cae de espaldas y se golpea la cabeza. Días después, Neira sufre una hemorragia cerebral consecuencia del impacto y cae en coma profundo. El caso –en un país donde la violencia de género suele abrir los noticieros sumando una nueva muerte y una nueva muerta– es muy comentado. Neira se convierte en un heroico bello durmiente. Puerta dice que la cosa no fue para tanto, sin importarle lo que muestra una filmación en circuito cerrado. Santander defiende a su chico. Unos y otros asisten –y cobran– a tertulias televisivas. Todos gritan. Algunos susurran. Neira –quien duerme el sueño de los héroes– se convierte en ídolo nacional y pasión de multitudes. Neira es un símbolo en coma, pero entre signos de admiración. Puerta –quien se excusa afirmando que en el momento de la agresión se encontraba pasado de pastillas y sin dormir– es acusado de tentativa de homicidio y entra en prisión. Santander llora y, de pronto, Neira –doscientos cincuenta días después– vuelve desde el otro lado. Milagro y aleluya y Neira recibe la Medalla de Oro al Mérito Ciudadano y es nombrado por la presidenta de la Comunidad de Madrid como presidente del Consejo Asesor del Observatorio contra la Violencia de Género. El 23 de febrero de 2010, Puerta sale de la cárcel tras pagar una fianza de 10.000 euros. Al enterarse, Neira declara que “me gustaría ser ciudadano de otro país”. El problema es que no es la primera o única cosa que declara Neira. El profesor –convertido en habitué de tertulias televisivas– se pasea afirmando de viva voz cosas de lo más radicales e incómodas, como su derecho a andar armado por la calle, su desprecio por Obama y su furia contra Zapatero. Neira publica su libro España sin democracia, denunciado por varios políticos de izquierda como evidencia de “una grave confusión mental y una falta de respeto a los más elementales principios democráticos y constitucionales”. La gente del Partido Popular –sus principales valedores– comienzan a preguntarse si no habrán creado un monstruo incontrolable. Y esta sensación se vuelve más fuerte el pasado 11 de septiembre, cuando Neira es detenido haciendo eses a bordo de su coche con el triple de alcohol permitido corriendo por sus venas. Neira –citado en los juzgados– vocifera que todo se debe a la mala reacción de un medicamento mezclado con una breve copita de licor de café y advierte que él no pide disculpas a nada ni a nadie con prosapia digna de Capitán Alatriste. La presidenta de la Comunidad de Madrid sugiere frente a cámaras que es el momento ideal para que Neira renuncie a su cargo. Neira no renuncia. La presidenta lo destituye por dar mal ejemplo, y Neira se declara “éticamente intachable” y “doblemente feliz” por perder puesto y carnet de conducir. Y agradece la “simpática resolución” –en plan misántropo marca Woody Allen, otro de esos que gusta de mirar a cámara y decirnos “Déjenme que les cuente...”– añadiendo: “A mí no me gustan los coches ni conducir, o sea que voy a pasar a una situación fantástica y además quedo liberado del Consejo. Con lo cual, simple y llanamente, es un día feliz”. Al poco tiempo, el Observatorio deja de ser observable: desaparece de todo organigrama público. Mientras tanto, Puerta, arrepentido, va dando bandazos, se declara “hundido” y, noches atrás, a la espera de juicio por el Affaire Neira, muere de una sobredosis en el baño de un piso de Madrid. Su abogado denuncia el linchamiento mediático, precisa que la cárcel había acabado con su cliente y lo despidió como a “un animalito que ha alcanzado la paz”. Al enterarse Neira –justo cuando celebraba los dos años de su despertar– se manifestó entristecido y agregó: “Soy enemigo absoluto de la muerte”. Y entonces sucede lo más extraño e inquietante de todo... El narrador se sirve otro ron en la veranda o arroja otro leño al fuego de la chimenea y sonríe y susurra: “Dos días después de enterarse de la muerte de Antonio Puerta, Jesús Neira empieza a hablar raro. No a decir cosas raras, como es su costumbre, sino a hablar raro. Neira sufre una nueva hemorragia cerebral. Ahora está muy grave, en terapia intensiva, respiración asistida...”.
Y aquí estamos todos, esperando a que, otra vez, despierte para ver cómo vuelve ahora este duelista que se ha quedado sin duelista. Mientras tanto y hasta entonces, buena suerte y mejor puntería a Rubalcaba.
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