Mié 10.11.2010

CONTRATAPA

Por Dios

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO En su nueva novela, Player One, Douglas Coupland ofrece un glosario final donde se definen varias de las ideas implantadas previamente en una trama que involucra a personajes atrapados en un bar de aeropuerto, en vísperas del fin del mundo tal como lo conocemos. Marco dos. Pecado desarmonizado (o la errata de apenas siete pecados mortales versus diez mandamientos) y Búsqueda de Dios (donde se predica la “experiencia de Dios” como “fenómeno neurológico”). Leí Player One de una acostada, durante la noche de Halloween, mientras Obama recibía a fantasmitas y vampiritos en la Casa Blanca y los muertos vivientes del Tea Party (que creen en cualquier cosa pero, sobre todo, en sí mismos; poca cosa más aterrorizante hay que alguien muy crédulo con una infinita fe en la superstición de su propia santidad) se aprestaban para tomar Washington D. C. al grito de “¡Cerebros!”. Y siempre me intrigó esa hambre zombi por masticar cerebros, que nunca los vuelve más inteligentes. Ahora entiendo: lo que quieren los zombis es, nada más, comerles el cerebro a los que piensan.

DOS Todo esto –luego de saber que la Conferencia Episcopal Española, preocupada por tanto paganismo infanto-brujeril, sugiriera a los padres de los niños que los disfrazaran como “santitos” como forma apenas encubierta de captar mucho del sacro dinero que se lleva la fiesta comercial ya más importante después de la Navidad– como prolegómeno a la visita del papa Benedicto XVI a Barcelona luego de pasearse por Santiago de Compostela. Ratzinger llegó (y criticó, por “laica y agresiva”) a la España menos católica de la historia, pero muy generosa a la hora de ceder dineros a la curia. No encontró –lo siento– niños disfrazados de mártires flechados y ardiendo en hogueras y pasados por los leones y crucificados; pero sí jóvenes en el vía crucis de (no) encontrar trabajo, bodas civiles superando por primera vez a los matrimonios religiosos, y quejas múltiples por tener que financiar el multimillonario viaje “pastoral, no político” y “signo de amor” del Santo Padre y su amplia comitiva. Así, pompa y circunstancia y tanto despliegue policial, balcones sin alquilar, souvenirs sin vender, pancartas de protesta donde se lee “Nosotros NO te esperamos”, 36.000 sillas en las calles que rodean a la Sagrada Familia para seguir la misa en que se la consagró como basílica (yo siempre pensé en la criatura de Gaudí como en el sitio perfecto para rendirle culto al Gran Cthulhu), y un país que ha dejado de creer en sí mismo y en aquellos que se dicen creyentes en el país. Oremos.

TRES Un político, por definición, es alguien fiel a los ideales religiosos de una iglesia llamada Partido Político. Y me pregunto si –como lo hicieron Nixon y Kissinger sobre la alfombra del Salón Oval, durante los idus de Watergate– Zapatero y su segundo de primera Rubalcaba se arrodillaron a rezar cuando se enteraron de los resultados de las últimas encuestas: el 78 por ciento de los electores y el 67 por ciento de los votantes del PSOE han dejado de creer en Zapatero como candidato para las próximas elecciones (algo similar le ocurre a Rajoy en el PP), la economía está estancada, y el pesimismo alcanza sus niveles más altos con un 88 por ciento de los encuestados calificando como muy mala la actual situación del país y un 8 definiéndola como regular y un 4 como muy buena. En ese 4, supongo, se ubicaban los hoteleros y vendedores de recuerdos de la gira vaticana que se frotaban las manitos a la espera del weekend papal. Pero no. Ni siquiera. Zapatero no fue a misa (estaba en Afganistán) y se entrevistó brevemente con el Sumo Pontífice en el aeropuerto de salida. No se agotaron las habitaciones de hotel y se vendió poco. Mucha gente se quedó en casa releyendo a Dan Brown y conspirando contra la “familia cristiana”, abortando o almacenando células madre, casándose con alguien de su mismo sexo, rogando que desenchufen a sus seres queridos en coma sin retorno y haciendo uso de diabólicos preservativos. Y se supo que –cuando se trata de verdaderas experiencias religiosas– la camiseta del Barça con el nombre y el 10 de Leo Messi vende mucho más que la que lleva el XVI y el rostro de Joseph Alois Ratzinger.

CUATRO Y se sabe que el rol de Papa es como el de James Bond: el público siempre será fiel a 007 sin importar sus rasgos; pero imposible no querer más a Sean Connery que a Roger Moore. De ahí que –sin ánimo de ser lombrosiano– seamos sinceros: este Papa se parece más a un villano de Dick Tracy que a un sumo pontífice. Luego de ese maestro de la fotogenia religiosa que fue Juan Pablo II, Benedicto XVI, bueno, no inspira mucho fervor y hasta da un poco de miedito mientras se cuentan corderos de Dios para conciliar el sueño. Cabe pensar que los encargados del marketing de la Santa Sede –sabiendo que era imposible competir con el modelo anterior desde un punto de vista de seducción mediática– hayan optado por un ejecutivo intelectual e inquisidor doctrinario alguna vez definido por los suyos como “panzer kardinal”. Un Papa de transición para una época más o menos tranquila en lo público y complicada en lo privado. Un pastor lobo feroz arbitrando en las múltiples intrigas de pasillos y entre capillas de su rebaño, arreglando los desarreglos del largo papado de Karol Wojtyla, cuya beatificación-canonización express se complica luego de su protección a Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo, a quien señaló como “ejemplo para la juventud”. Todo esto mientras se hacía el casting en busca de Pierce Brosnan II. Pero ni el Papa (frito) ni sus asesores calcularon ese pequeño asunto de la pederastia y...

CINCO ... aquí va nuevo mandamiento couplandiano para sumar a esa lista de diez que suelen ser una y otra vez desobedecidos por sus propios administradores. Ese “No tomarás el nombre de Dios en vano”, por ejemplo, al que yo le arrimo un “No tomarás la palabra de Dios en vano”. Ejemplo: eso de “Dejad que los niños vengan a mí”.

SEIS Y junto a Ratzinger (pero por separado) el fin de semana también tendría que haber llegado a Barcelona el milagroso escritor irlandés John Banville. A presentar Los infinitos, su magnífica novela con dioses griegos (cuánto más divertidos y humanos son los dioses de la Antigüedad más antigua). Pero no. Una gripe lo dejó varado en Dublín y el gracioso y travieso Hermes de su libro no pudo pasearse por las calles de una Barcelona devenida Ciudad Santa pero siempre pecadora y adicta a cualquier cosa que la ponga en el ojo del mundo. Ayer fueron las triunfales olimpíadas o el fracasado Forum o el rodaje de Vicky Cristina Barcelona. Y ahora toca este anciano con sonrisita y bracitos en alto recitando la inmemorial y neurológica tabla del Dios.

Dios X Dios: Yo.

SIETE Y Dios es el mot juste para ir por un mundo injusto. Y no está mal creer en él. De hecho, pocas cosas me producen más envidia que aquellos que creen en un orden superior a este desorden inferior; pero de ahí a tener que hincarse ante sus managers terrenos... El Papa es a Jesús lo que el Coronel Parker fue a Elvis. Y la hoy escandalosa tierra de gracia del Vaticano se parece cada vez más a Las Vegas.

Gustave Flaubert –su religión era la escritura– lo puso en boca del cerebral farmacéutico de la zombi Yonville, abogando por más Cáritas y menos cara dura, en esa catedralicia novela frente a la que muchos se postran desde el escándalo de su publicación. Allí, en Madame Bovary –vuelvo a leerla en la excelente traducción al inglés de Lydia Davis– oímos: “Yo tengo una religión, mi propia religión; de hecho, tengo mucho más que ellos con sus mascaradas y supercherías. ¡A diferencia de ellos, yo adoro a Dios! Yo creo en un Ser Supremo, en un Creador, quienquiera que sea, y en realidad no me importa quién nos puso en esta tierra para asumir nuestros deberes como ciudadanos; ¡pero no necesito entrar a una iglesia y besar un platillo de plata y meter la mano en mi bolsillo para engordar a una pandilla de hipócritas que comen mejor que nosotros! Porque uno puede honrar a Dios igual de bien en un bosque, en un campo o tan sólo contemplando la bóveda celestial, como los antiguos. ¡Mi Dios es el Dios de Sócrates, Franklin, Voltaire y Béranger! No puedo aceptar la idea de un Dios que se pasea por sus canteros de flores, bastón en mano, y arroja a sus amigos dentro de ballenas, muere emitiendo un quejido, y resucita tres días después: cuestiones absurdas en sí mismas y completamente opuestas a toda ley física; lo que demuestra que los sacerdotes no han hecho más que revolcarse en la vergonzosa ignorancia en la que, con gran dedicación envuelven, con ellos, a la gente de este mundo.”

Amén.

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