› Por Juan Gelman
El gobierno israelí acaba de aprobar la construcción de casi 1300 viviendas en la Jerusalén Este ocupada, y de ese modo volvió a romper las de por sí difíciles negociaciones de paz con la Autoridad Palestina. Tel Aviv sigue empecinado en apropiarse ilegalmente de todos los territorios que ocupó por la fuerza en 1967: quiere construir el Gran Israel bíblico, aunque pasaron muchos siglos y muchas cosas desde que fue. Poseer Jerusalén entera, siempre dividida en el oeste israelí y el este árabe, es uno de sus propósitos declarados. Finalmente, Obama, en plena campaña electoral, se pronunció por una “Jerusalén unida y capital de Israel” ante el poderoso lobby sionista de EE.UU.
Las decisiones oficiales públicas no son la única vía para continuar la ocupación civil del suelo palestino con amparo militar: dos organizaciones civiles compran o se apoderan de casas en Jerusalén Este, Elad y Ateret Cohanim. La primera opera en el sector jerosolimitano árabe desde hace 20 años adquiriendo muchas propiedades en Silwan, sector adyacente a la Ciudad Vieja. Gestiona además, en nombre del Estado, el parque nacional de la Ciudad de David, un sitio arqueológico de gran atracción turística. Elad no suele dar cuenta a las autoridades del origen de sus fondos. El diario israelí Ha’aretz informó que en 2007 fue emplazada a revelar la identidad de los donantes de 7 millones de dólares que había recibido desde el 2005 (www.haaretz.com, 5/12/07).
El hecho al parecer intrigó al medio y la semana pasada publicó los resultados de una investigación del periodista Nir Hasson sobre las actividades y el financiamiento de Elad, fundada por David Be’eri –que ya instaló a 500 israelíes en Silwan– y de Ateret Cohanim, que creó Mati David y se especializa en acrecentar su control sobre los acervos de la Ciudad Vieja en general y del barrio árabe en particular. El Estado israelí proporciona a ambos grupos bienes por valor de millones de shekels que incluyen cámaras de seguridad y vallas para separar las casas de los vecinos árabes. Hay que evitar la contaminación.
David Be’eri conversó en octubre de 2008 con el entonces ministro de Educación israelí, Avi Dichter, en los siguientes términos anotados por un testigo presencial: “Dejé el ejército y necesitaba comprar una vivienda (en Jerusalén Este), de manera que mandé a un hombre de Hezbolá que comprara una para nosotros. Se la compró a un árabe y después me la vendió a mí” (www.haaretz.com, 7/11/10). Estas operaciones se realizan en el mayor secreto, así como las de la Administración de Tierras de Israel (ATI), organismo oficial que transfirió cinco propiedades a Elad y seis a Ateret Cohanim mediante venta, alquiler o –nunca– licitación, siempre en la zona árabe de la ciudad y a precios irrisorios.
Van algunos de los datos investigados por Nir Hasson. En los años ’80, la Ateret alquiló a la ATI un departamento de cuatro ambientes en la Ciudad Vieja por 466 shekels (128 dólares) mensuales. Los edificios de esta organización incluyen una construcción de 340 metros cuadrados comprada a poco más de 25.000 dólares. Elad, a su vez, consiguió alquilar un terreno de mil metros cuadrados por 120.000 dólares y por 49 años, es decir, 200 dólares mensuales; en 1988 se apropió de la casa de un árabe exiliado; en enero del 2006 arrendó por 49 años un terreno de más de mil metros cuadrados con 134 metros de construcción por apenas 180 dólares mensuales.
El Comité Klugman impugnó la Ley de Propiedad de Ausentes y verificó que las casas palestinas se confiscan por solicitud de las dos organizaciones sin siquiera averiguar si están habitadas todavía. Cuentan con la complicidad del gobierno israelí para conservar el secreto de sus operaciones “por razones de seguridad”. Como señaló Elad, “los tribunales revisaron nuestras transacciones y reconocieron su legalidad y validez”. Sin necesidad, claro, de especificar el origen de sus fondos. Para qué, si ese grupo de inversores “trabaja para fortalecer los vínculos israelíes con Jerusalén mediante, entre otras cosas, los asentamientos”. Se trata de una política de Estado.
El 8 de octubre pasado, el fundador de Elad pasó con su coche por Silwan “y millones de espectadores vieron lo que sucedió a continuación –informa Haaretz–. Dos niños le tiraron piedras al auto y un instante después uno de ellos fue arrojado contra el parabrisas y el otro golpeado con el paragolpes. El incidente alimentó la escalada de una violencia que ha convertido a Silwan en el teatro de choques entre palestinos y colonos y policías”. Pero David Be’eri dice impertérrito: “Vivo aquí desde 1991... y siempre ando con una pistola para evitar malentendidos... tengo con los vecinos (árabes) verdaderas relaciones de confianza. Aun así, cuando entro en una de sus casas, entro como si se tratara de una operación militar”. Y no le falta razón, porque en el fondo se trata de una operación militar. Vestida de civil.
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