› Por Rodrigo Fresán
UNO La fecha es la versión condecorada del día. El día, enseguida, se olvida en la noche de los tiempos y se archiva en el mausoleo de lo pasado. La fecha, en cambio, permanece. Y si hay suerte (buena o mala; porque en las grandes fechas comulgan tanto la salvación como la catástrofe) se accede a ese equivalente de Premio Nobel para los calendarios que es la incombustible efeméride. Palabra que suena a efímero pero que es todo lo contrario. Así, de pronto, el día y la fecha como reflejo automático, como golpecito de martillo en la rodilla de Cronos, como arena de castillo que resiste ola y, sin marearse, detiene por un rato al polvo del que venimos y al polvo al que volvemos en la cintura de avispa de ese reloj antiguo pero invulnerable en su mecanismo clavándonos el aguijón de agujas invisibles.
DOS Y es durante la Semana Fantasma (que va del nocturno y benigno 24 de diciembre al iniciático 1º de enero) o la Quincena Espectral (que se prolonga hasta el regio 6 de enero) en el que uno –por prepotencia de resumen y por compulsión de (continuará...)– piensa más que nunca en días y en fechas y en efemérides. Y uno de mis libros favoritos –editado en 1992 y ya inevitablemente desactualizado; el 1º de enero celebra el arrival de J. D. Salinger, pero el 27 de ese mismo mes no certifica su departure– es On This Day: The Story of The World in 366 Days. Y su idea es buena, su mecánica ingeniosa y su gráfica inspirada: lo que ofrece el volumen en cuestión, en tamaño tabloide, son 366 primeras planas de diario apócrifas (pero verdaderas) acumulando todo lo que ocurrió en ese determinado día a lo largo de milenios. Nunca me canso de hojearlo y ojearlo y –claro– lo primero que busqué y encontré en la portada periódica del día de mi nacimiento fue que, entonces, en 1817 y 1925 respectivamente, murió Jane Austen y un tal Adolf Hitler publicó una obrita titulada Mein Kampf. Mal día para la escritura, espero haber hecho algo para redimirlo no más sea un poco. Y –para los que no piensen así–- aquí va/fue mi regalo de fin/principio de año. Para los electrificados que siempre buscan algo para arrojar eléctricamente, siempre tecleando. Que lo disfruten, yo invito.
TRES El día de mi nacimiento también fue un mal día para la pintura: en 1610 y en 1721 colgaron para siempre sus pinceles Caravaggio y Watteau. Y fue también cuando, en 1984, tuvo lugar aquella masacre en un McDonald’s de California. Y, en 1979, fue arrestada aquella mujer acusada de abusar sexualmente de un misionero mormón. Y, cerca de la medianoche, en la frontera con el amanecer siguiente, el senador Edward Kennedy cayó con su auto a un río desde un puente en la isla de Chappaquidick, salió nadando, y se olvidó por unas cuantas y demasiadas horas de que se había dejado en el asiento del acompañante a una joven asistente de su partido de nombre May Jo Kopechne. Detalles redentores para quienes les interesen: nació Mandela y nació Tackeray. Y se inauguró Disneyland. Pero lo más tremendo de todo –lo imperdonablemente inolvidable, si uno vive en España– es haber nacido la tremenda mañana en que un tal Francisco Franco decidió alzarse contra el gobierno republicano y, cara al sol, encender los motores de algo que se llamó Guerra Civil Española, y ya saben cómo sigue esa historia.
CUATRO Y suficiente del ayer; aunque no estaría nada mal quedarme un ratito más allí. Seguir pasando las páginas de On This Day, horas antes de las 12 del 31. Poniendo a punto las doce uvas variedad sin semilla a tragar con cada campanada, enterándome de que ésta fue una jornada de gloria para los escenarios británicos y for-export ya que en 1937 y 1943 lloraron por primera vez Anthony Hopkins y Ben Kingsley. Todo esto mientras aquí y ahora, por estos días, se producen varios hechos que no sé si merecerían figurar en futura y renovada edición de On This Day pero, por el momento, se presentan con ese un tanto falso aire invulnerable que otorga, al menos por un rato, la actualidad absoluta. A saber: a partir del 2 ya no se podrá fumar en ningún sitio público (qué nerrrrvios...); aumentará el gas y casi un 10 por ciento el precio de la electricidad (subida “como un café”, en las poco inspiradas palabras del ministro de Industria), habrá alzas en pasajes de tren y autobuses y taxis y peajes de autopistas; será el fin de las ayudas económicas para desocupados y adiós al cheque-bebé de 2500 euros (jaurías de feroces casi-madres se disponían a parir cueste lo que cueste, jadeando y gimiendo por cesáreas y adelantos, antes del último segundo del 2010 para no perderse semejante pan bajo el bracito) y empezaremos a sentir en carne propia y hueso particular el efecto de un pronóstico en el que coinciden casi todos los especialistas: el 2011 será uno de los años más duros (si no el más) de la historia moderna de España. Y, como muestra, un titular de El País para el último día del año donde se lee, con involuntario fraseo tanguero, un “Los precios se disparan, los salarios se congelan”. Y a seguir esperando –como si se tratara de despachos no desde la Estrella de Belén sino de la Estrella de la Muerte– nuevos comunicados de Moody’s o Fitch o Standard & Poors (qué gran nombre para una de estas firmas de estranguladores profesionales, qué dickensiano) para saber hasta dónde ha caído la alguna vez octava potencia del mundo. Todo esto en un clima de descrédito político absoluto (gobernantes, oposición y alrededores) y pesimismo rampante de los votantes que todavía recuerdan, con patológica nostalgia, aquella fiesta que ya terminó. Para siempre. Afuera –más cerca o más lejos– la cosa no está mucho mejor que digamos salvo en Canadá, ese lugar que sólo parece salir en diarios y noticieros canadienses. Y, sí, hace frío y niebla por aquí mientras escribo las palabras frío y niebla.
CINCO Y en el medio de todo –entre el 24 y el 25, el 31 y el 1º, el 5 y el 6– ese 28 que es el Día de los Inocentes o, si se prefiere, de los Culpables de tanta broma pesada. La noche del 28 –On This Night– será para mí, siempre, aquella en la que vi morir a un canal de televisión. Adiós a la CNN+ local y a su slogan de “Está pasando, lo están viendo” luego de casi doce años de actividad. Yo –que allí había visto tantas cosas y cuyo encendido casi coincidió con mi llegada a este país– me quedé despierto hasta las 24 para ver cómo dejaba de verla para siempre. Horas después, ese crédulo en el que ya nadie cree llamado Zapatero (insisto: sus intenciones son buenas; lo que no equivale a ser un buen gobernante) lamentaría en público la muerte catódica “confesando” que era la cadena que más veía. Pero las horas y hasta semanas anteriores, el canal de información se dedicó –en cara y voz de sus responsables delante y detrás de las cámaras; sacando en vivo y en directo las llamadas iracundas y sollozantes de los televidentes– a despedirse con pena y rabia apenas contenidas. El fin se les anunció sorpresivamente (CNN+ fue siempre deficitaria después de todo) a principios de diciembre y es consecuencia del avance de Berlusconi sobre el paquete accionario televisivo del grupo Prisa y así, parece, la frívola y esperpéntica y financieramente sana Telecinco del Cavaliere –ya se comió a la CNN+ y avanzará sobre Cuatro– irá dando mordiscos con esa dentadura que Dios o el Diablo le dio. Pero yo estuve allí, yo lo vi y lo escuché, yo sentí un nudo en la garganta. Porque lo que se cerraba era una ventana desde donde enterarte de lo que pasa en el mundo, en ese día y en cualquier otro. El conductor de turno –hecho polvo, mirada brillosa no precisamente por los focos, con todo el personal técnico de pie a su espaldas, sus caras dejaban bien claro que la inocencia no les valía de nada– anunció algo así como “Noticia de último momento. Y es una mala noticia. A partir de este instante, CNN+ deja de emitirse”. Y out of the air. Y placa negra con letras blancas donde se informaba que se acabó lo que se daba. Estaba pasando pero ya no lo estábamos viendo. La directiva del canal informó que se tenía pensando lanzar, desde Telecinco, un nuevo espacio noticiario, pero –hasta entonces, sin fecha de vencimiento– la señal de CNN+ sería abducida por algo llamado Gran Hermano 24 Horas. Ho Ho Ho y, si me lo preguntan, pocas veces he visto una declaración de intenciones más perversa y un brindis más venenoso para despedir lo que fue y anunciar los modales de los idus de lo que se viene, de tanta arena en los ojos.
Seamos cautos, humildes, realistas, vayamos por partes: feliz enero nuevo. Y volvemos a hablar del tema a fin de mes, ¿sí?
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