Jue 30.01.2003

CONTRATAPA

Hogares desintegrados?

Por Eva Giberti

Las investigaciones producidas por sociólogos y economistas describen de manera contundente los efectos de las polarizaciones sociales en América latina; al mismo tiempo que se analizan estos fenómenos se incluyen otros datos, entre ellos el incremento de la delincuencia con nuevas modalidades de acción. En paralelo, y como fenómeno social que viene acelerando su presencia, la desintegración de las organizaciones familiares constituye una variable privilegiada en los análisis de los hechos delincuenciales, particularmente en aquellos protagonizadas por los más jóvenes.
Los hogares a cargo de uno solo de los progenitores, en particular de la madre, se consideran indicadores relevantes, sin ahondar en los orígenes de dicha situación; si bien la pobreza, la desocupación y la permanente explotación constituyen alternativas indiscutibles, corresponde avanzar una pregunta que también forma parte de esas alternativas. ¿Por qué los hogares quedan a cargo de las mujeres-madres? ¿Dónde están los varones que debieron cumplir la función parental? Las migraciones aportan una primera respuesta, pero en estos casos los varones suelen regresan al hogar. En otras oportunidades, buscar trabajo como sujetos sin cargas familiares se encuentra en los orígenes del abandono paterno.
Existe otra alternativa, aquella que se define por la decisión de separarse de la mujer grávida, o bien la interrupción de la vida en común –con una mujer y con sus hijos– para iniciar otra pareja. Estos hombres ¿no escucharon hablar de la relación que –según se dice– existe entre la ausencia de figura paterna y las violencias sociales que pueden desencadenar los hijos de esos abandonos? Tal vez ellos mismos hayan atravesado por esa situación, dato que no justifica, aunque pueda explicar, tibiamente, sus irresponsabilidades.
Las investigaciones describen que los jóvenes detenidos o internados por delitos provienen en su mayoría de hogares carentes de padre. Desde otra perspectiva algunas investigaciones proponen otro interrogante: esas mujeres a cargo del hogar ¿eligieron engendrar y parir todos los hijos que ahora se encuentran a su cargo? La respuesta es concreta: no. Pero los derechos sexuales y reproductivos no cuentan para las mujeres pobres; quedan a merced de la imprudencia viril o del despotismo genital masculino. Esos hombres ¿querían ser padres? Desentenderse de lo engendrado ¿es un fenómeno propio de la pobreza? ¿O del hábito que autoriza al varón para proceder de ese modo sin que exista sanción jurídica o social?
Una de las respuestas escuchadas es: “Es un problema de educación...”. Afirmación simplificadora que forma parte de una histórica ideología: “Es natural que las mujeres tengan hijos...”. Creencia que, en este contexto, desnuda la soberbia vil de una apreciación discriminatoria.
Los hogares “a cargo de un solo progenitor (de la madre habitualmente)”, asociados con la delincuencia de los más jóvenes y aun de los pequeños, es otra de las trampas ideológicas propuestas por el patriarcado. Constituye una asociación ilícita que sugiere una idea tendiente a convertirse en contenido de los imaginarios sociales: las mujeres-madres (“solas”), que tienen los hijos a su cargo, demuestran su incompetencia para educarlos como personas “de bien”. Se infiere que, como resultado de la ausencia paterna, estas mujeres sucumben como garantes de socialización para los hijos y éstos quedan a merced de sus pulsiones y de los malos ejemplos, “porque falta el padre”. Pero “falta” porque decidió irse, ausencia que inauguró el mal ejemplo.
La ideología de este discurso enlaza estos hogares con un metamensaje que sugiere que la responsabilidad por “estar sola” es de la mujer-madre. La culpa será de ella por no haber logrado retener al padre de sus hijos. La falta de presencia paterna puede sugerir, ante los hijos, que tanto ellos cuanto la madre son personas disvaliosas que no ameritan la compañíade un padre. Observación capaz de desencajar la organización del psiquismo de algunos hijos.
La asociación “hogar a cargo de la madre” como indicador privilegiado de lo que se conoce como delincuencia juvenil ha comenzado a instituirse. Aunque las investigaciones no lo sinteticen de este modo, es una asociación destinada a cargar sobre el género mujer una culpabilidad focalizada en la maternidad, lo que constituye un agravante, puesto que estas madres producirían sujetos peligrosos para la sociedad.
Este planteo irrita a los investigadores: “Ese es otro problema; nosotros investigamos acerca de lo que encontramos. No podemos incluir suposiciones”. Las suposiciones, que tienen la fuerza jurídica y social de las presunciones, demandan el análisis de esta vertiente silenciada y omitida, habitualmente descalificada por “sus contenidos ideológicos”. Pero es una ideología diferente de la que conduce a asociar mujeres solas en la conducción del hogar con incremento de la delincuencia, enmascarando la acusación detrás del rubro hogares desintegrados que, literalmente, no apunta a la mujer-madre, pero simbólicamente la consagra, sin tener en cuenta que sus hijos dependieron, antes de ser sus hijos, de un precedente espermático que define al varón como corresponsable de lo que luego sería una organización familiar.
Es evidente el peligro que significa la enunciación de fenómenos delictivos separados por una coma de la expresión “hogar desintegrado (aludiendo a la ausencia de figura paterna)”. Las leyes de la contigüidad deslizan una expresión sobre la otra y las integran. Esa integración desemboca en mujeres-madres-pobres.
Las interpretaciones de las estadísticas que incluyen “hogares con ausencia de padre” opera sobre lo que un premio Nobel en Economía, Amartya Sen, describió como efectos de los filtros morales (comunicacionales). Es decir, atrapar y detener en ese filtro mental aquellos items o interrogantes destinados a ser omitidos, mantenerlos fuera de los circuitos comunicacionales para eludir otras preguntas capaces de jaquear la interpretación convencional de los datos. O sea, estamos en territorios de la moral y corresponde demandar reflexiones éticas. Es tiempo de admitir que tanto la economía cuanto las ciencias políticas ya no pueden –ni deben– prescindir de la variable género.

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