CONTRATAPA
Pipí-cucú
› Por J. M. Pasquini Durán
Los diseñadores de rompecabezas suelen comenzar por una pieza central, cuya ubicación justa en el armado posterior permitirá acoplar con relativa facilidad el resto de los elementos del juego. El rompecabezas del partido de gobierno continúa sin ajuste ni orden porque falta nada menos que ese componente definitorio. La razón para el faltante tampoco es un misterio: Eduardo Duhalde tendría que disuadir a sus seguidores de cualquier plan destinado a reinstalarlo en la Casa Rosada, como sucesor de sí mismo, por vía de las urnas. Si no lo hizo hasta ahora es porque el Presidente, fiel a su proverbial talante dubitativo, un día quiere y al siguiente ya no. En los códigos partidarios esas mudanzas de opinión emiten señales contradictorias que cada cual descifra según sus conveniencias o deseos. La indecisión –que sí, que no, que quién sabe– no es tan sólo personal, ahora abarca al matrimonio, y da lugar a toda clase de hipótesis y conjeturas. Por supuesto, elegir a los candidatos a dedo no es el modo democrático, como tampoco puede resolverse en un expediente judicial, mientras que los afiliados son de palo, lo mismo que el resto de los ciudadanos.
En busca de la definición en la Casa Rosada, los que tienen ambiciones sucesorias intentaron colocar en la fórmula, primero presidencial y luego bonaerense, a la primera dama. Descuentan que Duhalde nunca retiraría su apoyo a un binomio que integra la madre de sus hijos. De modo que con “chiche bombón” cada cual quedaba “pipí-cucú”. Así, lo que es una tragedia para el PJ –la incapacidad de producir una fórmula única y estabilizarla– devino en un paso de vaudeville –la seducción de la Chiche–, en el que más de uno bordea el ridículo. Debido a que la razón última, que la situación se defina de una vez, es inconfesable, se han echado a rodar diversas explicaciones para explicar las ventajas de contar con el concurso de la dama, algunas invocando la sociología de café (“las manzaneras de la Señora garantizarían el voto de los de más abajo”), otras a la psicología de pareja para excusarla (“ella quiere un tiempo dedicado sólo a la familia”), todas ofreciéndole a la voracidad mediática una fuente repleta de bocadillos.
Quienes han tenido ocasión de frecuentarla, desde las organizaciones no gubernamentales, suelen describir a la esposa del Presidente como una señora de pensamientos lineales, carácter impaciente y tozudo, de arraigados valores tradicionales sobre la familia y la religión, y de una envidiable capacidad de trabajo. Ninguna de esas descripciones hace hincapié en rasgos sobresalientes de astucia, simpatía o carisma, pero si esas impresiones son acertadas tendría más de lo necesario para ser segunda y menos de las imprescindibles para ser primera. El apellido de casada, por supuesto, tiene su peso propio, aunque en otro momento no le alcanzó para competir en territorio bonaerense con otra mujer, Graciela Fernández Meijide, cuyos extravíos posteriores la perdieron en algún pliegue de la historia menuda. De todos modos, la decisión sobre la candidatura de uno o de ambos compromete a la pareja y, por eso, hay que suponer que la decisión final será primero un acuerdo matrimonial.
Eso mismo suponen los que han sido desalentados por la Chiche, dado que la negativa los habilita a pensar que, en realidad, el que no los quiere es el Presidente. Es cosa sabida que los presidentes quieren a poquísima gente, pero en este caso los desafectos pueden alterar la vida de los aspirantes al trono, en primer lugar de Néstor Kirchner en la nación y de Felipe Solá en la provincia de Buenos Aires. Encima, el Presidente, igual que otros, es adicto a encuestas y sondeos de opinión que, a diario, elevan o hunden las chances de cada uno. “En la interna perdemos, pero en la nacional ganamos aunque en la segunda vuelta no hay nada seguro”, o bien “si el ballottage es con Menem venimos en coche, pero con Rodríguez Saá el riesgo no está bien definido” –y así, gobernantes, caudillospartidarios y asesores pasan las horas lucubrando hipótesis para todos los paladares. Quizás el mejor método para los miembros del PJ interesados en conocer el futuro por anticipado sea el que usa el veteranísimo Manuel Quindimil, seis veces intendente, que mira al cielo, según contó hace poco, y desde allí le hacen señas, como en el truco, los fundadores del Movimiento. Claro que no ve todo el que mira, porque hay que mirar con fe en que Dios es peronista.