Mar 01.03.2011

CONTRATAPA

Marginalia

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Preparo mi alucinógeno Nescafé à la Khadafi (otro de esos súbitos ex “amigos de Occidente”), pongo uno de los cinco perfectos discos tristes con los que Frank Sinatra resucitó e inmortalizó su carrera a finales de los ’50. Arranco esta mañana nublada con No One Cares y los sublimes arreglos de Gordon Jenkins y allá vamos. ¿Cómo llegar a llenar esta contratapa o –perdón allí– cómo no desbordarla? Antes, de nuevo, responder algún e-mail otra vez con eso de por qué no tengo blog “si todos esos UNO DOS TRES que publicas son como un blog”. Y la misma respuesta de siempre: Porque no. Y no, no son como blogs.

DOS Son, pienso, la versión externa de lo que uno va anotando al costado de lo que hace en otro lado. El eslabón perdido entre la no-ficción que vive y la ficción que crea. Notas más a la cabeza que al pie. Sketches de domingo (sí, suelo escribir mis contratapas los domingos; las contratapas como una misa en escena privada) y apuntes con mejor o peor puntería a lo que se apartó a lo largo de la semana. Y releo luego escribo en The New York Times se advierte de que otra de las tantas especies unplugged en peligro de extinción por electricidad es la de la marginalia. Palabra inglesa que –espero– la RAE nunca capture para escribir a su manera. Término que designa a todo eso que se suele subrayar y escribir en los márgenes de un libro que se está leyendo. La cosa es más interesante, claro, cuando quien escribe en las orillas de lo que se lee es un escritor. Y todo eso, parece, empieza a desaparecer (junto a la correspondencia profusa y meditada) por influencia y presencia cada vez más omnipresente de soportes dígito-informáticos donde se busca imitar cada vez más fielmente la página de papel, pero aún no se puede acotar demasiado en las orillas. Y, cuando se pueda, cómo preservar todo eso. ¿Saldrán a remate iPods y Kindles como se rematan bibliotecas? ¿Y si se rompen? ¿Y si se acaba la electricidad? ¿Y si llegará ese crepúsculo en que ya no pueda oír nunca In the Wee Hours de Frank Sinatra?

TRES Y falta poco, falta menos, para las grandes tormentas solares que –aseguran– nos traerá el apocalíptico 2012 azteca. Rayos de sol como los que dibujábamos cuando éramos grandes chicos. “Tormenta geomagnética” poniendo en jaque y en mate a buena parte de nuestra fauna electrodoméstica y a los discos duros que rigen nuestro reblandecido planeta poblado por Homos sapiens que han olvidado todo reflejo primario a la hora de la supervivencia desenchufada. Adictos a móviles, GPS, computadoras portátiles, es posible que nos encontremos todos cantando bajo la lluvia del sol. Canciones como las que canta Sinatra en otro de sus discos tristes titulado Point of No Return.

CUATRO Mientras tanto y hasta entonces, toda esa basura espacial y esos cósmicos aerolitos de la semana pasada: la codiciada foto de Shakira y Piqué luego de perseguirlos a toda marcha por Barcelona. La para muchos absurda bajada de 120 a 110 km por hora en las autopistas españolas como supuesto ahorro energético previniendo la que ya se viene cuando el petróleo musulmán siga subiendo de precio o deje de calentar los hogares europeos si continúan cayendo los faraones y sheiks coleguitas. Los 30 años del 23-F y todos repitiendo lo mismo que dijeron a los 5 y 10 y 15 y 20 y 25 años y dirán dentro de cinco inviernos respecto del “Quieto todo el mundo” de Tejero, a quien se vio tomando sol en La Palma como el más satisfecho de los jubilados. La niña de cinco años que llegó sola a la escuela y le anunció a su maestra que “Mi papá ha matado a mi mamá” y el creciente número de españoles que –aparentemente insatisfechos con matar a sus parejas– entran a negocios y bares y la emprenden a hachazo limpio contra los parroquianos. Y Wikileaks ¡protestando! por las filtraciones de un libro que habla mal de Wikileaks. Y esa noticia sobre la Iglesia Católica y sus exorcismos en los que las víctimas del Malo Malísimo vomitan clavos y pedazos de vidrio y, atención, piezas sueltas de equipos electrónicos (¿iPads? ¿Kindles?), pero nadie vomita libros (la Encyclopedia Britannica, por ejemplo) o portadas o páginas garrapateadas con extraños signos y alfabetos antiguos.

CINCO Quien concede la entrevista es un tal padre Gabriele Amorth –exorcista jefe de la diócesis de Roma–, quien frunce el ceño cuando el periodista sonríe ante eso de vomitar pedazos de aparatos y le informa: “El Diablo trabaja a través de los medios de comunicación”. Y está claro que semejante aseveración viene perfumada con el aire ridículo con el que suele apestar este tipo de afirmaciones vaticanas. Pero leyendo estos días (volveré a referirme a él en próximas semanas; no hago otra cosa que anotar cosas en sus márgenes) The Shallows, de Nicolas Carr, cabe el creerse que todos hemos sido poseídos por Internet. The Shallows (que acaba de ser traducido en Taurus como Superficiales) se ocupa del modo en que nuestro cerebro –nuestra mente, nuestra forma de pensar– se ha visto tal vez irreparablemente transformado por las radiaciones de Internet. Y del modo en que hemos dejado de leer para, apenas, mirar. Adiós al recorrido lineal y disciplinado (de izquierda a derecha o de derecha a izquierda, de arriba a abajo) para, en cambio, hacer desenfocadamente foco no en la página sino en la pantalla. Ir dando saltitos sin orden alguno moviendo la cola de nuestros ratones. Así, distraídos con cualquier cosa y reemplazando el pensamiento desde los márgenes (la contemplación y la reflexión que, si hay suerte, derivan en buena idea) con una sucesión de clicks sobre links desencadenados. En una reciente entrevista de Bárbara Celis en Babelia, Carr respondía a las acusaciones del blogger tecnologista Nick Nilton, quien defendía diversificar la atención ante el concentrarse. Dijo entonces Carr, quien –conviene aclararlo– también rescata y agradece las virtudes de enredadera de la Red: “Leer libros probablemente sea menos natural, pero ¿por qué va a ser peor? Hemos tenido que entrenarnos para conseguirlo, pero a cambio alcanzamos una valiosa capacidad de utilización de nuestra mente que no existía cuando teníamos que estar constantemente alerta ante el exterior muchos siglos atrás. Quizá no debamos volver a ese estado primitivo si eso nos hace perder formas de pensamiento más profundo (...). Pero Internet nos incita a buscar lo breve y lo rápido y nos aleja de la posibilidad de concentrarnos en una sola cosa. Lo que yo defiendo es que las diferentes formas de tecnología incentivan diferentes formas de pensamiento y por diferentes razones Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador te llegan mensajes por todas partes, es una máquina de interrupciones constantes”.

Ahora Where Are You? y la voz dominguera y concentradamente relajada de Sinatra –la voz en la que el genio se mezcla con el don– canta “The Night We Called It a Day”.

SEIS Una cosa está clara –Carr es otro de los muchos que vuelven a señalarlo– y esa cosa es que el Brave New World, el “mundo feliz” de Aldous Huxley, va camino de convertirse en la más precisa y fielmente profética de todas las distopías, en la más verdadera de todas las historias. Ya saben: sociedades polarizadas entre sensibles “salvajes” nómades y frígidos “civilizados” sedentarios enganchados a la droga/moda de turno. Interrogado acerca de si hay salvación posible, Carr se despide con un: “La habilidad de concentrarse en una sola cosa es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más. Yo simplemente me limito a alertar sobre la dirección que estamos tomando y sobre lo que estamos sacrificando al sumergirnos en el mundo digital. Un primer paso para escapar es ser conscientes de ello. Como individuos, quizás aún estemos a tiempo, pero como sociedad creo que no hay marcha atrás”.

Subrayo “No hay marcha” atrás.

Y sigo con The Shallows y Carr –quien cuenta de amigos cultos que, nerviosos, confiesan que ya no pueden leer ni a Proust ni a Tolstoi ni “nada largo”– todavía no ha explicado, y no sé si lo hará, que la mente de todo escritor, de entrada, ya funciona como Internet. Libre asociación de ideas, de aquí para allá, minué y twist y pogo. Escribir es ordenar. Y es por eso que necesitamos tanto el artesanal y lento trabajo de leer un libro. Los libros que pasan (nada que decir de esos cyber-escritores que dicen ya no leerlos porque “no se puede interactuar con ellos” o algo por el estilo) son ancla y mástil y timón para que –párrafo a párrafo, capítulo a capítulo– no encalle el libro en proceso y la existencia en tránsito y la novela de la vida.

Y más Sinatra –Sings for Only the Lonely ahora– cantando primero “What’s New?”, después “Good-Bye” y luego “Gone with the Wind”.

Y uno con náuseas, endemoniado, y cada vez más marginal y marginado y al margen.

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