Lun 17.02.2003

CONTRATAPA

Marchando

› Por Rodrigo Fresán

UNO Se marcha hacia la guerra o se marcha contra la guerra. La vida está tan llena de proposiciones y de proposiciones que hay lugar para todos: los que salen a decir que sí y los que salen a decir que no. Así está la cosa: el sábado pasado tuvo la primera gran manifestación de protesta global de la Historia a la hora de pronunciarse en contra del ataque del Eje del Bien al Eje del Mal o como les guste más. En resumen, como siempre: la situación se divide entre los que no la comen ni la beben y aquellos que –una vez más– hacen marchar una guerra con fritas y fritos y países y ciudades y hombres y mujeres y niños hechos puré.

DOS Ya saben: aquí, en las calles, hacía mucho frío pero hubo mucha gente. Sí, de vez en cuando se dan esas extrañas fechas y oportunidades donde se puede hablar de comunión cósmica o, por lo menos, de plantarles frente a las ideas temerarias de un presidente elegido más o menos democráticamente (jamás sabremos del todo qué fue lo que ocurrió en esas elecciones USA 2000) que súbitamente o no tanto se despierta con ganas de ser emperador de un imperio porque eso de primera potencia mundial ya suena a poca cosa y ya lo tuvo mi papi.
El otro día vi –cortesía de Reuters– esa foto de Bush 2 rodeado de marines y con esa sonrisita tan rara que tiene siempre y lo cierto es que verlo es temerlo no por su aire implacable sino por su aire de estar en el aire, dispuesto a lo que sea. No sé a ustedes pero a mí me hace acordar tanto al insoportable primito de Tom Sawyer.

TRES Así que, supongo, quién puede negarse a salir a gritar contra la guerra y contra los amos y amantes de la guerra. En Madrid y en Barcelona y en tantas otras ciudades de España –más de tres millones de personas en total se envolvieron en sus bufandas– y de más allá, más allá todavía. ¿Habrá servido de algo? ¿La multitud de millones tapizando de cuerpos las avenidas como en una de esas fotos de Andreas Gursky funcionarán como postal intimidatoria para políticos que, finalmente, lo único que quieren es aguantar otro turno, una vuelta más en la calesita? Quién sabe: vivimos el misterio de la Guerra Tibia. Una curiosa coreografía bélica donde el tiempo se estira y vaya a saber uno si, a la hora del recuento, no acabarán más las implosiones diplomáticas que las explosiones explosivas. Un larguísimo paréntesis con puntos suspensivos donde las agencias de inteligencia norteamericanas y británicas advierten a sus respectivos halcones que Irak nada tiene que ver con Al-Qaida mientras el resto de los jugadores ensaya movimientos que van de la obsecuencia a la desobediencia y en el medio –la carne de la hamburguesa o el queso de la baguette– nosotros en la calle muertos de frío o de miedo (misteriosamente el miedo nunca produce calor) y pidiendo, clara y literalmente, que nos dejen vivir en paz, un poquito, ¿por favor?

CUATRO Aun así, toda manifestación está llena de matices atendibles. Las de Barcelona y Madrid tuvieron –como suele ocurrir en toda cuestión en la que participan más de dos seres humanos– imperfecciones indisimulables: la mutación partidista y opositora para una consigna que debería trascender la política belicosa de Aznar (rebautizado aquí por los humoristas como “el tercer eje” o, simplemente, “el aserejé”); la épica de los actores quienes desde la pasada y politizada entrega de los premios Goya actúan de paladines de la justicia justiciera como si en ellos descansaran la capacidad y el compromiso ante la ciudadanía toda (Fernando Savater, hombre lúcido, no se privó de preguntarles por qué tanto entusiasmo pro Irak y ninguna pronunciación contra ETA en pasadas ediciones de la ceremonia); el ingenioso de turno que propuso performance con sirena anunciando bombardeo falso para obligar a la concurrencia a tirarse al asfalto helado y así simular vaya uno a saber qué; el bebécubierto de calcomanías con consignas que, seguramente, se está asfixiando sin que sus padres se den cuenta; las huestes de neo Robert Cappas que te clavan la filmadora en la cabeza y que, encima, te acusan de haberles arruinado una toma histórica; y, por supuesto, el anónimo ciudadano con ganas de liderato aeróbico que te perfora el tímpano gritando “El que no salta es un fascista” sin darse cuenta de que lo suyo es de lo más fascista que se puede llegar a ser. Después, por supuesto, los bares de tapas se llenan, la Plaza del Sol o la Plaza de Tetuán se vacía, y una noche de sábado diferente se convierte en una noche de sábado como todas.

CINCO Y los televisores se encienden para ver la manifestación desde arriba, en directo, vía satélite conectándose con todas las otras manifestaciones a medida que el sol cae y la gente se levanta. Pocas cosas más interesantes que ir a una marcha y después verla en tu casa, como si se tratara de una postal desde otra dimensión que está en ésta. Como aquella otra larguísima noche del 31 de diciembre de 1999 donde las personas se iban turnando para festejar el final de algo y el principio de algo que no se mira ni se toca: el paso constante de esa abstracción que es el tiempo. Ahora, el sábado pasado, no había nada que festejar sino mucho por lo que protestar. Lo mismo de siempre: no importan el siglo o el milenio, el hombre siempre será un animal muy pero muy animal.

SEIS En cualquier caso, hay motivos para ser optimista: los líderes del mundo libre con ganas de probar armamento se despertaron al día siguiente más cautos y casi aclarando que lo que ellos quieren no es la guerra sino otra cosa que no queda del todo clara pero, por lo menos, parece, no se llama guerra. Y nosotros –los terroristas de la paz, como definió John Le Carré hace unas semanas– nos dormimos un poco más tranquilos y satisfechos por haber hecho lo que correspondía, lo poco que podemos hacer: afirmar marchando que a esta altura de la historia y de la Historia la guerra no mejora nada, empeora todo y que no es más que un eslabón nuevo a esa cadena tan larga donde, tarde o temprano, todos terminamos estrangulados.
Lo de antes, lo del principio: hacía mucho frío, había mucha gente, y el pacifismo una vez más ha probado ser y seguir siendo la única forma de militancia que, apenas te descuidás, no le pega un traicionero tiro a la espalda de tu castigada y dolida y aún así –todavía en marcha, marchando– buena fe.

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