› Por Rodrigo Fresán
UNO Impecable. Traje marrón con chaleco. Camisa blanca. Corbata roja. Sombrero Panamá. Zapatos italianos. Lo de siempre: Gay Talese está elegante. Y explica por qué, aunque nadie le pida explicaciones: “Ya sé, más de uno pensará ‘Aquí viene el loco disfrazado de maniquí’. Pero, créanme, la apariencia es importante en periodismo. Inspira confianza y respeto. Quemen sus jeans. Uno tiene que vestirse para cubrir una noticia como si fuese un bautismo, un cumpleaños, un bar-mitzvah, una boda, un funeral o una primera cita con esa chica que te vuelve loco. Toda noticia es una fiesta”.
Y sonríe.
Gay Talese está sano. Y contento. Y contagia alegría.
DOS Gay Talese (Ocean City, 1932) está de moda en España. Ya era hora. Las recientes reediciones de sus libros Retratos y encuentros (una suerte de greatest hits donde se incluye el autobiográfico “Orígenes de un escritor de no ficción”), La mujer de tu prójimo (su investigación adentro y hasta el fondo sobre la revolución sexual en los Estados Unidos) y Honrarás a tu padre (su inmersión en la familia mafiosa de los Bonanno) ocupan los mejores lugares de las librerías y las mejores páginas de los suplementos literarios. Y entonces Talese va de aquí para allá y basta una pregunta para disparar una respuesta que, con impecable ritmo, con un perfecto comienzo y un cierre magistral, puede llegar a bordear los treinta minutos y el relato de toda una vida de aquel que –a regañadientes– soporta eso de “Padre del Nuevo Periodismo”. “Nuevo Periodismo ya hacían Mark Twain y Herman Melville. Lo que yo de verdad quería –más que inventar una etiqueta– era convertir en noticia a gente que nunca había sido noticia. También me interesaban los famosos. Pero por motivos más allá de su fama.” Así, Talese entrevistó a porteros uniformados de la Quinta Avenida (“Gente que sabía mucho y hablaba muy poco”) y, en una de sus piezas más justamente celebradas (“Frank Sinatra está resfriado”), no pudo entrevistar al malhumorado y engripado corner. Pero –mejor aún– sí pudo contar cómo era no entrevistarlo: tenerlo ahí al lado, gruñendo entre un par de rubias y qué sucedía a su alrededor, en su ecosistema. Así, Talese rastreando la vida corriente de personas fuera de lo común y la vida fuera de lo común de personas corrientes “como esa mucama de hotel que el otro día se metió en la habitación de ya saben quién y ahora está en la primera plana de todos los diarios del mundo”.
TRES ¿Y cómo se forma Talese? Primero, escuchando a las clientas de su madre en el negocio familiar. “Aprendí de mi madre a no interrumpir, ni siquiera cuando quien te habla duda, hace una pausa o cambia de tema. Es entonces cuando más te dicen y revelan de sí mismos”, recordó Talese para su entrevista en The Paris Review. Después –malas notas, sólo puede entrar a un collage de Alabama por el acomodo que le consiguió un cliente de su padre sastre– sintiéndose, siempre y para siempre, un outsider. “Ya saben: hijo de inmigrantes, clase trabajadora... Yo veía todo tan desde afuera que desarrollé la natural y refleja curiosidad de necesitar acercarme para poder apreciarlo de más cerca. Y combinar ese don para la observación con la cuidadosa lectura de los grandes cuentistas de mi juventud. Hemingway, Fitzgerald... Y también esa habilidad para armar una escena de Maupassant. Aprender de esa sensibilidad literaria y llevarla al terreno de la realidad. Y aquí estoy, aquí sigo.” Y así, el año pasado, el casi octogenario Talese siguió de cerca a una cantante de ópera “todavía no muy famosa pero a punto de serlo” de Nueva York a Moscú pasando por Barcelona y Buenos Aires. Lo hizo porque tenía ganas, pagando sus gastos, y recién después arregló los términos de su publicación con The New Yorker. Allá fue, aquí viene. Tomando notas. Nunca grabando. El grabador ha empobrecido al periodismo. Lo mismo que las lap-tops. Y Google. Y los teléfonos móviles. Para Talese, la tecnología ha agilizado al periodismo, pero a costa de sacrificar capacidad de reflexión, esa lentitud que –se lo explica a un auditorio lleno de futuros periodistas que lo contemplan y lo escuchan primero con algo de fastidio y enseguida con la reverencia con que se asiste a una súbita aparición del mesías– se necesita para escribir y ver mejor “cosas que vi y que no hubiera visto de salir corriendo para volver a la redacción. De acuerdo, son tiempos difíciles. El papel ya no es lo que era. Lo único que les interesa hoy a las revistas son las celebridades que, por lo general, no han hecho gran cosa para ser célebres. No son gente con orgullo o ética. Y esa falta de orgullo y ética se traslada a los cronistas que se ven obligados a retratarlos. Es un círculo vicioso. Pero yo soy un ferviente creyente en que el buen trabajo se recompensa. No hay que detenerse a pensar en la crisis del medio. No hay que perder tiempo en lamentaciones. Hay que hacerlo bien. El talento y el profesionalismo, tarde o temprano, prevalecen. De verdad”. Y hace una breve pausa. Y concluye: “Les deseo lo mejor”. La cuestión, claro, es cuántos de ellos desean ser los mejores, aunque, por el momento y en el momento –juro que más de un alumno hacía fuerza para contener las lágrimas de emoción y agradecimiento–, pocas veces he oído un aplauso más largo y fuerte en una universidad. Es algo. Es un principio. Y acaso lo más importante de todo: a lo largo de las casi dos horas en que Talese habló sin parar, no vi a nadie sacar su Blackberry para enviar mensajito breve y mal escrito.
CUATRO ¿Cuál es el lema de Talese, la frase en su escudo de armas, lo que tiene para enseñar a profesionales y estudiantes a los que se dirige en Barcelona con voz clara y fraseo pausado? Fácil y no tanto: Necesito Más Tiempo. Es lo que Talese lleva toda una vida diciéndoles a sus sucesivos editores que van pasando mientras Talese permanece. Y difícil de sacárselo de encima cuando se le mete algo entre ceja y ceja y bajo el sombrero. “No se daba por vencido. Era muy tenaz. Me acosó durante cinco meses hasta que le dije: ‘OK, vas a tener tu historia’. Pero tendremos que hacerlo con cuidado y poco a poco. Y es que por entonces yo estaba metido en varios tiroteos, guerra de familias en Nueva York, ya sabes...”, recordó no hace mucho Bill Bonanno, hijo del capo de la Cosa Nostra Joe Bonanno. Y la historia –incluyendo tiroteos pero, además, interminables horas de comer pasta y mirar mala televisión escuchando conversaciones demenciales– está en Honrarás a tu padre. Y se sabe también que Talese regenteó dos saunas mientras escribía La mujer de tu prójimo. Y que ahora está metido en un libro sobre los cincuenta años de su matrimonio con la también legendaria editora Nan Talese. Mientras tanto, Talese dedica un par de horas al día para leer The New York Times, periódico para el que trabajó entre 1956 y 1965 y al que dedicó todo un libro, El reino y el poder: “Completo. De la primera página a los comics”. Y –le preguntan sobre la cuestión– le parece bien eso del periodismo ciudadano vía Internet “en sitios donde el periodismo no tiene acceso. De acuerdo, puede llegar a ser un buen complemento. Las mejores fotos de la caída del World Trade Center las hizo gente que pasaba por ahí. Y no está mal dar testimonio. Pero, por favor, dejemos la parte profesional a los profesionales”.
CINCO “Los periodistas somos los soldados rasos de la Historia. Debemos tener entrenamiento, rigor, disciplina. Y criterio. Pensar muy bien si se justifica destruir una vida o una carrera por una indiscreción o falta de experiencia. Cuando te dicen algo que, sabes, puede llegar a hundir a quien te lo dice, y se trata de una buena persona en problemas, yo recomiendo repreguntar, e incluso insistirle en si está verdaderamente seguro de lo que ha dicho. Como sucedió con ese general que no hace mucho lo perdió todo, cortesía de Rolling Stone. Yo me lo hubiera pensado antes de escribirlo y editarlo. Lo que no significa esconder la verdad, sino apuntalarla y no conformarte con que sea algo frágil y pasajero. Nuestro negocio es la verdad. La verdad es nuestro producto, lo que vendemos. De ahí que el gremio periodístico sea el menos mentiroso de los medios. De ahí también que cuando un periodista miente sea rápidamente neutralizado por los suyos. Cuando cayó aquel redactor de The New York Times cayeron con él, también, sus editores. No hay piedad con los mentirosos.”
SEIS Empecé a escribir –a tomar notas– para estas líneas el jueves y ahora es domingo de elecciones. Sé a quién no voy a votar, pero no a quién votar. ¿Voto a Zeus? De ser posible, votaría a Talese. Y a los suyos. Ahora, hace unos días bordeo Plaza Catalunya con Gay Talese. El lugar está lleno de “indignados” acampando en lo que ya se denomina Movimiento 15-M que, dicen, combina los cascotes de Mayo del ’68 con las tormentas de arena en el mundo árabe de estos días. Gente que se junta vía Facebook y Twitter para hacer oír su voz. Talese me pregunta quiénes son, qué hacen, de dónde vienen, hasta qué día se quedarán ahí, qué piensan, cómo, dónde, por qué, cuándo, para qué. Talese se la pasa haciendo preguntas todo el tiempo. Talese necesita más tiempo para hacer más preguntas. Le contesto a Talese que son jóvenes y no tan jóvenes que se sienten engañados y traicionados por la clase política. Talese enarca una ceja, se toca el sombrero, y me dice: “Ah, pero... cómo... ¿acaso no sabían que los políticos mienten siempre?”.
Y sonríe.
Gay Talese está sano.
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