› Por Osvaldo Bayer
Desde Bonn
El problema de la pedofilia ha alcanzado los titulares de los medios de comunicación aquí en Europa. El último, el sacerdote católico italiano que abusaba de niños y los inducía a las drogas. Por eso, la medida que ha tomado el gobierno alemán nos parece justa y necesaria. Ante todo la defensa del niño cuando es objeto sexual de aquellos que ni siquiera respetan a los más indefensos dentro de una sociedad de ansias, búsquedas sin metas, que pisotean lo más sagrado que nos ha dado la naturaleza: la infancia, en su increíble inocencia de abrir los ojos maravillados ante todo lo nuevo que se le va presentando en su marcha hacia la vida.
Así es, el gobierno alemán ha designado a la ex ministra de Familias Christine Bergmann, “encargada independiente para el estudio del abuso sexual de niños”. Hace meses puso manos a la obra y reunió en torno de su trabajo a setenta psicoterapeutas, médicos y pedagogos sociales. Finalmente, el martes pasado presentó su informe ante el gobierno alemán, de más de mil páginas, en una reunión de prensa. Entre las llamadas instituciones culpables va primero, sola, bien a distancia de las demás involucradas, la Iglesia Católica. Más del 40 por ciento de los criminales pedófilos pertenece a sus filas, seguidos a gran distancia por miembros de la Iglesia Evangélica, de clínicas y consultorios médicos, de clubes deportivos y, por supuesto, de las mismas familias de las víctimas. Casi las dos terceras partes de estos delitos sexuales tienen lugar en los dormitorios de los niños.
En su estudio de 300 páginas, la responsable del estudio aconseja más y mejor terapia y ayuda para las víctimas, alargar los plazos para la prescripción de los delitos y una ley de indemnización para los violados. Además, ofrecer cursos de información y de esclarecimiento para sacerdotes, educadores, médicos, terapeutas y docentes de deportes y entrenadores de equipos. Entre estos últimos existen núcleos que exigen a los jóvenes vida sexual mutua con promesas de grandes futuros deportivos.
Quien lea el informe de Bergmann se encuentra en un mundo desconocido: “De eso no se habla”. Ese es el principal motivo por el cual casi la totalidad de los crímenes contra la niñez y la juventud hayan quedado sin castigo en el mundo de los hombres. No hablan las víctimas, ni sus familiares, ni los familiares de los culpables. “De eso no se habla”, es la consigna tácita no propuesta.
Más, en los miles de testimonios está justamente eso: cuando niños han dicho a los padres que fueron abusados por sacerdotes, por ejemplo, los padres los han tratado de mentirosos y les ordenan no hablar nunca de eso. Porque para ellos está, ante todo, la autoridad eclesiástica.
Ante el informe Bergmann, la Iglesia Católica, a través de sus obispos, de inmediato se comprometió a pagar 5 mil euros a cada una de las víctimas de sacerdotes o de los llamados “hermanos”. Esta propuesta le ha parecido a la encargada del estudio un poco mezquina, pero será la Justicia la que resuelva en definitiva. Hasta ahora el obispado cristiano se ha comprometido en pagar la tercera parte del fondo para víctimas, que es de 120 millones de euros. No es sólo con dinero que se soluciona un problema tan profundo. “Ha llegado la hora de la verdad”, ha declarado la valiente funcionaria que cree más en las investigaciones de cada caso, en reuniones sobre ética, en seminarios sobre conducta de docentes y principalmente de padres y madres que viven atentamente ese aspecto de la vida educativa o los primeros pasos en la religión de sus hijos.
Está el famoso caso del colegio elitista Odenwaldschule, donde el director del mismo durante trece años –de 1972 a 1985– abusó sin problemas de alumnos que él elegía. Era un colegio de pupilos y ese director cada noche invitaba a algunos adolescentes a cenar en su casa –situada en el mismo colegio– y luego a dormir con él. Les hablaba, antes, de la cultura de la antigua Grecia con su entusiasmo por la belleza de los cuerpos y la libertad del amor sin diferencia de sexos. Los alumnos elegidos se sentían muy importantes y creían que eso era parte de la enseñanza. Lo mismo hizo durante décadas un profesor de música, amigo del director. Las anécdotas de los métodos que empleaban esos docentes llenarían páginas: evidentemente tenían mucha imaginación sexual. Los demás docentes sabían y comentaban entre ellos ese tema, pero nunca se atrevieron a hacer la denuncia de los hechos porque, claro, el director estaba nombrado por los dueños de la escuela privada, y esos docentes no sabían cómo reaccionarían los dueños ante la denuncia. Tampoco los padres reaccionaron porque para ellos era un orgullo que sus hijos estudiaran en el famoso colegio elitista, y les recomendaban a ellos que jamás hablaran de ese tema.
Y si hubo algún padre que se atrevió a denunciar el hecho a la policía, ésta le contestaba que no podía basarse en el testimonio de menores de edad para hacer tamaña acusación. Es decir: el poder sabe cuidarse entre sí. La ética está siempre donde cabe el poder. Un caso muy parecido es el cometido en el Colegio Canisius, de los jesuitas, casos callados durante décadas.
Hasta que finalmente hubo alumnos y padres que tuvieron el coraje civil de hacerse cargo de las denuncias y hacerlas públicas, que fueron tomadas por uno o dos medios, y así explotó toda la malignidad social que significa aprovecharse de quienes les han sido confiados para su educación.
Las cartas recibidas por la comisión Bergmann, de perjudicados por la pedofilia, son de un valor humano imperdible. Por ejemplo, está la de un hombre de 70 años, violado repetidamente cuando niño: “En sí fuimos dos veces mancillados, primero por los bestias violadores y luego por los adultos que no nos quisieron escuchar en nuestro dolor. Y como resultado, la confianza perdida en la sociedad y en uno mismo”.
Ese es el resultado. Lo dice el psicólogo Jean Rossilhol, partícipe de todo este informe, que señala que hubo llamados telefónicos anónimos de víctimas: “Cuando se trata de abusos sexuales, no existen ya historias que no han sucedido. Tengo todavía en mi oído relatos de mujeres que cuando eran niñas les confiaron a sus propias madres que habían sido violadas y por ello recibieron de ellas tremendas palizas por contar eso. Y de hombres que fueron aislados por sus familias porque habían acusado al señor párroco de la iglesia por haberlo violado cuando niños. Porque eso no es cierto. Un dignatario cristiano no hace eso”. El escritor Raimund Neuss, ante el informe Bergmann, ha escrito: “La fe autoritaria da al clero un enorme poder psicológico. Y es fatal eso cuando producen en la víctima dependencia y complejo de culpa, y se impide la crítica social. En esto, la Iglesia Católica, para un examen a fondo de sus principios, está recién al comienzo”.
También hay otro aspecto del informe Bergmann: los internados católicos de niños huérfanos. El informe señala que, hasta la década del ’70, hubo más de medio millón de niños huérfanos en esos internados, y en el estudio se ha comprobado que vivieron en condiciones de explotación por los trabajos a los que fueron obligados y en muchos casos sufrieron castigos físicos.
Pero, como ya hemos escrito en notas anteriores, se nota ya un movimiento de liberación en los claustros religiosos del catolicismo. Aunque algunos la pagan caro. Es el caso del padre Georg Schwikart, teólogo y escritor, que iba a ser consagrado diácono en la catedral de Colonia. Pocas horas antes, el obispo Meissner, muy conservador él, le negó el derecho de ese nombramiento. Cuando los periodistas le preguntaron al padre Schwikart por qué su Iglesia le negaba ese cargo, respondió: “Como pensador, cometí la ingenuidad de proponer en mi Iglesia reformas que podían renovarla; por ejemplo, pedí que también las mujeres podían ordenarse como sacerdotes católicos y no solamente los hombres”. Cuando supo la resolución del obispo, el padre Schwikart resolvió ingresar a la Iglesia Evangélica Luterana de Alemania. Y éstas fueron sus palabras: “Yo sé que no marcho hacia el paraíso, pero estoy convencido de que en la Iglesia de la Reforma se respira un aire más libre, es menos jerárquica, más democrática y diría hasta más honesta”. Y agregó: “Para tener fe se necesita conciencia, que es lo que me da fuerza para dar este paso. Sólo aquel que cambia se mantiene fiel consigo mismo”.
Como se ve, por todas las reacciones últimas, algo está pasando en el complejo cristiano de la humanidad. Ojalá se sigan escuchando aquellas voces de seres como los obispos argentinos Angelelli y De Nevares, que tanto futuro estaban ofreciendo a una nueva Iglesia Católica.
Y vamos a terminar con un hecho que nos tiene que llenar de gozo y ternura. En primer lugar, un hecho negativo que dio origen a algo generoso y positivo. En el pueblo renano de Eudenbach, en una misa de primera comunión, el cura Udo Schiffers, como los niños presentes conversaban durante el oficio, dijo en voz alta: “O se van todos o suspendo la misa”. Esto causó sorpresa e indignación en los padres y madres presentes, que tomaron de la mano a los niños y se retiraron. Este episodio salió en los diarios con distintos comentarios. “Dejad que los niños vengan a mí”, dijo alguna vez Jesús. Esta frase fue repetida por algunos medios que censuraron al cura cascarrabias. Pues bien, el miércoles, el Congreso alemán acaba de aprobar una resolución por la cual se protege a los ruidos infantiles. Es decir, todo bullicio infantil está permitido y no se puede iniciar juicio por él como “ruido molesto”. Muy bien por esos diputados y senadores. Eso es votar vida. Porque las voces de los niños nos acercan al cielo.
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