Jue 30.06.2011

CONTRATAPA

Una oposición sospechosa

› Por Juan Gelman

Es la de Libia. Una averiguación conjunta sobre el terreno del Centro de Investigación y Estudio del Terrorismo y de Ayuda a las Víctimas del Terrorismo (Ciret-AVT, por sus siglas en francés) y del Centro francés de investigaciones sobre inteligencia (Cf2R) lleva a esa conclusión: la oposición al dictador Khadafi es sospechosa. Seis expertos de ambos think-tanks parisinos visitaron Trípoli y Tripolitania del 31 de marzo al 6 de abril y luego Benghazi, capital de los rebeldes, del 19 al 25 de abril. Mantuvieron encuentros con representantes de los dos bandos, evaluaron la situación imperante y elaboraron un informe de 44 páginas, el primero de este género (www.ciret-avt.com y www.cf2r.com). Sus conclusiones no son muy alentadoras.

Las dos primeras: los jihadistas jugaron y aún juegan un papel predominante en el alzamiento contra Trípoli y “los verdaderos demócratas” representan sólo una minoría. En el informe se identifican cuatro fracciones en el Consejo Nacional de Transición (CNT) opositor, que ha sido reconocido por varias potencias como la verdadera autoridad del país con Francia a la cabeza. Salvo en la caída de Khadafi, poco pueden acordar los miembros de voluntad democratizadora del CNT con los de los otros tres sectores: el que quiere reinstaurar la monarquía que derrocó el déspota en 1969, el de extremistas que pujan por el establecimiento de un Estado islámico y el constituido por ex figuras del régimen que abandonaron al líder por razones diversas, como el oportunismo, desde luego. Hay, no obstante, algunas coincidencias no precisamente democráticas.

Es muy clara la de los islamitas y los monárquicos: Idris I, el rey depuesto, era jefe de la Hermandad Senussi, que los autores del informe describen como “una secta musulmana antioccidental que practica un culto austero y conservador de la fe islámica”. Para decirlo de otro modo: son monárquicos-fundamentalistas. El más prominente de los que dejaron a Khadafi, y presidente de la CNT, es Mustafá Abdul Jalil, “un tradicionalista” que los jihadistas apoyan. Tiene en su haber, entre otras, la historia de las enfermeras búlgaras.

Jalil presidía la Corte de Apelaciones de Trípoli cuando, a fines del 2006, un tribunal condenó a la ejecución a cinco enfermeras búlgaras y a un médico palestino por infectar deliberadamente con el virus del sida a más de 400 niños en un hospital de Benghazi. El tribunal había hecho a un lado sin piedad el testimonio de expertos, incluso de algunos Premios Nobel, que certificaron que el virus existía en el hospital desde años antes de que se contratara a los acusados (www.nationalreview.com, 20/12/06). Hubo apelaciones y Jalil apoyó en dos ocasiones el fallo del tribunal. Finalmente, luego de negociar con Francia, Khadafi concedió la libertad a los seis candidatos al pelotón de fusilamiento.

El informe señala la presencia en el CNT de representantes del grupo de combatientes islámicos de Libia, al que evalúa como “el pilar de la insurrección armada”. “De este modo –asienta–, la coalición militar que dirige la OTAN apoya una rebelión que incluye a terroristas islámicos.” Recuerda que Cirenaica fue una proveedora esencial de reclutas de Al Qaida para Irak, “así que nadie puede negar que los rebeldes libios que hoy Washington respalda, apenas ayer eran jihadistas que mataban a soldados estadounidenses”.

El CNT no ha dado a conocer los nombres de la mayoría de sus miembros, en parte por razones de seguridad, en parte porque son impresentables como dirigentes de un sedicente movimiento democrático. Sucede con Abdul Hakim al Hasadi, autodeclarado reclutador para Al Qaida, que el informe califica de “líder de los rebeldes libios”. De los 31 integrantes del CNT, su vitrina sólo presenta a 13, “gente con reputación de ser democrática, simpática, atractiva”, declaró Yves Bonnet, ex jefe de los servicios secretos franceses y uno de los autores del estudio (www.english.rfi.fr, 13/6/11). Los 18 restantes, a saber.

Eric Decéné, director del Cf2R, regresó de una gira por Túnez, Egipto y Libia con pesimismo sobre el alcance de la “primavera árabe”. Admite “la aspiración a más libertad” de la población de esos países, pero estima que el cambio de los equipos dirigentes puede ser el umbral de una gran frustración. “No creo en la espontaneidad de esas ‘revoluciones’, preparadas desde hace varios años”, señaló al diario La Tribune (www.latribune.fr, 1/6/11). “En la semana que precedió a los acontecimientos –agregó–, los altos mandos de los ejércitos de Túnez y de Egipto estuvieron en Washington, que asegura lo esencial de sus respectivas financiaciones, a fin de que EE.UU. les diera luz verde para sacar a regímenes” muy desgastados.

Gobierna Egipto una junta militar de la que forman parte el jefe del Estado Mayor y el ex director de los servicios de inteligencia. En Túnez, los viejos colaboradores del ex autócrata Ben Ali son mayoría en la nueva administración. Para Decéné, todo se trató de una renovación de dirigencias que, “con el acuerdo de Washington, organizaron –sin estruendo– golpes de Estado aprovechando una ola de protestas populares que explotaron con inteligencia”. Lo que hoy se llama “un cambio en la continuidad” y el príncipe de Salinas “un cambio para que nada cambie”.

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