Lun 18.07.2011

CONTRATAPA  › ARTE DE ULTIMAR

R.C.C.R. *

› Por Juan Sasturain

Se supone, supone el buen sentido, que no se debe hablar / opinar / escribir en caliente. Sobre todo después de la derrota, el fracaso, la pérdida, el abandono o cualquiera de las formas anticipadas, metafóricas de la muerte. Hay que dejar decantar los sentimientos, las sensaciones extremas, la calentura o la depresión inmediatas al hecho, y esperar que las olas afectivo / sentimentales entren en reflujo para después formular conceptos claros e ideas equilibradas, no contaminadas de pasión.

Parece que lo conveniente es –tras la conmoción negativa– rearmarse, reacomodarse, equilibrarse, no tratar de formular nada desde la herida, la rotura, el golpe mal asimilado, el vacío, todas las marcas y huellas que deja y genera el inmanejable dolor. Porque la evidencia es ésa: te duele. Y parece que no habría que hablar / escribir desde el dolor. No admitirlo, enmascararlo, no reconocerse perdedor. Sin embargo, sin exagerar ni ponerle mayúsculas, a mí me parece que sí.

En este caso me gusta hablar en caliente y en primera persona de la derrota –contar (carreras) perdidas, dicen los burreros–, porque creo que en la atención puesta a nuestras sensaciones crudas hay mucha más esperanza de acceder a la (mezquina, propia) verdad que en la elaboración explicativa tras un período de obligado freezer.

Y de eso tratan estas Reflexiones, tras dos fines de semana particularmente dolorosos, para uno y sé que para muchos. Y cabe la advertencia de que estamos hablando de cuestiones en el fondo menores, en tanto son circunstanciales y reparables (en este caso: lo político y lo deportivo), pero qué duda cabe que significativas. Y la evidencia de qué significan está en la presencia del dolor: me / te / nos duele lo roto.

A uno se le rompe (se le puede romper) todo lo que pone en juego cada vez que apuesta, que juega, que se juega. Sea en el amor, en la política, en el fútbol o lo que fuere que nos gana las ganas. A los que no ponen nada más que el orgullo, el deseo de poder o el bolsillo en juego, sólo se les machuca la soberbia, se les descompone el aparato o se les complican las cuentas. Y suelen / necesitan mentir, no aceptar la derrota. Pero hay quienes –a falta de otra cosa mejor– ponen / ponemos la cabeza, hay quienes ponen / ponemos el corazón, quienes ponen / ponemos el cuerpo, el culo, bah.

La derrota política en las elecciones porteñas del domingo pasado y la derrota deportiva en la Copa América ante Uruguay este sábado han sido –para muchos porteños y futboleros– dolorosas. Nos rompieron el cerebro o la cabeza, nos rompieron el corazón o los sentimientos y nos rompieron el culo, a secas.

En el caso de la contienda electoral, el triunfo del macrismo –y la derrota de todos los demás...– nos rompió, antes que nada el culo, por su contundencia. Lo más doloroso fueron los veinte puntos, el índice alevoso que no paraba de marcar la brecha. Solemos usar la cruda expresión machista cuando nos afanan en un restaurante, por ejemplo. Y cuando no te lo esperabas. Sí, acaso, la derrota, no la envergadura.

En segundo lugar nos rompió el cerebro, la cabeza, el hecho de que (nos) resulta complicado de entender cómo una propuesta vaga (en todos los sentidos), elitista y mentirosa, tras una penosa gestión deficitaria, haya ganado la amplia mayoría (o primera minoría, si te consuela) de las voluntades electorales de la ciudad.

Y en tercer lugar la derrota nos rompió el corazón, porque nos importa, vivimos acá, amamos, usamos Buenos Aires y somos usados por ella, no vivimos ni queremos vivir en otra parte. Y nos duele que se la piense / trate como si fuera una empresa, con lógica empresaria o (menos que eso) con visión e ideología marketinera. Y una ciudad, un país no es una empresa ni una cuenta de resultados ni un espacio de competencia. Ese fue el modelo de mierda del país de los noventa, la patria menemista que (también) supo votar (no lo olvidemos) la soberana ciudadanía.

Así, con el cerebro, el corazón y el culo rotos, acaso atontados, un poco resentidos, tras la cuenta de ocho con que terminó el primer round, vamos por la segunda vuelta con el culo contra la pared o las cuerdas, la guardia alta, la cabeza fría y el corazón en llamas. Es evidente que algo se habrá hecho mal: esta democracia renga y maltratada es lo mejor que conocemos y ninguna derrota ocasional debe subestimarla.

Hay que revisar todo: si el diagnóstico es que se comunicó mal y / o que no se le llega bien a la gente –que en parte es cierto–, nos quedamos en los detalles. Sobre todo porque lo saludable y honesto, más allá de que se gane o no, es competir. No como el mismo Macri o el ubicuo Pino, especuladores que sólo han ido por el kiosco donde creen que pueden ganar. Hay que confrontar conceptos, ideas, cifras, realidades e ideologías: no mimetizarse con el adversario ni intentar “seducir” a los más recalcitrantes de su electorado afín, que ha votado –por múltiples y a veces contradictorias razones– básicamente contra el modelo que encarna el proyecto liderado por Cristina. Pero para eso hay que laburar y (habría que) haber laburado políticamente. Nunca es tarde ni inútil cuando hay un país que empuja detrás. Pocas veces la realidad argentina ha sido tan rica y estimulante como ahora. Hablo para los que ponen la cabeza, el corazón y el cuerpo. No para los miserables y especuladores, claro.

Lo mismo podríamos decir del amado fútbol que nos ha tocado padecer este fin de semana. La derrota ante Uruguay –que no es diferente de la de Brasil ante Paraguay, o la de Chile ante Venezuela, con todas sus variantes– nos dejó con todo roto, sobre todo el corazón, sin entrar en detalles. Quiero decir: todos los méritos para los celestes orientales y los distintos ganadores por la consecuencia en el empleo de armas de competencia usadas con convicción y disciplina. Ha sido –visto desde esa perspectiva– el triunfo del trabajo y el orden sobre la creatividad, acaso sobre el individualismo y la apuesta al riesgo de intentar jugar. No me atrevo a sacar conclusiones injustas, apresuradas, de tipo estético, ético, ideológico de lo que –en parte– significan estos nefastos resultados deportivos.

Lo único que les puedo asegurar, compañeros, es que me duele todo.

* Reflexiones Con el Cerebro / Corazón / Culo Roto.

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