CONTRATAPA
Embajada
› Por Antonio Dal Masetto
Estoy podrido de andar penando, quisiera escapar de esta realidad angustiante aunque sea por unos días. No tengo un peso, pero tengo un amigo de toda la vida que es embajador. No voy a nombrar ni el país ni el continente por cuestiones de discreción. Mi amigo me invitó muchas veces a pasar un par de semanas en la residencia. Te mando el pasaje, me decía, tenés todo pago, lo único que podés traer si querés es tu cepillo de dientes. Mi amigo Emilio lleva un apellido ilustre, es un dandy, un bon vivant, poeta exquisito, gran gourmet, catador infalible de vinos, eximio volante ganador en sus años mozos de numerosos trofeos, un seductor nato, una labia y un encanto irresistibles, siempre rodeado de bellas damas. Ha llegado el momento de aceptar y salir un rato del pozo, quiero darme un chapuzón de lujo, una ducha de bienestar y de esplendor. Puedo imaginarme a mí mismo en limousine de embajada en embajada, de fiesta en fiesta, en esos salones con enormes arañas de cristal, alfombras mullidas, mucamos de librea, mozos sirviendo champán sin parar, hermosas mujeres y elegantes caballeros danzando hasta el amanecer, todo como en el cine. No pierdo un instante más, disco el doble 00 y el número de la embajada. Me sorprende que me atienda el embajador en persona. Empiezo diciéndole:
–Cómo te va Emilio, soy yo, por fin me decidí a ir a visitarte.
No me deja seguir:
–Qué suerte que llamaste. Yo no puedo hacer llamados, solamente recibir, tengo impagas dos facturas. Estoy desesperado, hace cuatro meses que no me mandan un peso, lo único que recibo son órdenes de achicar, cuando reclamé las remesas atrasadas me contestaron: “Plata no hay, venda todo”. Primero enajené un auto y después el otro, voy a todos lados en bicicleta y le digo a mis colegas que lo hago por cuestiones de salud. Vendí los perros antes de que se comieran entre ellos. Despedí a todo el personal, el último en irse fue el cocinero, se cobró con las ollas y los cubiertos de la cocina. Me levanto a las cinco de la mañana y me ocupo de limpiar la embajada y la residencia. Ayer recibí un mensaje cifrado: “Venda la cristalería”. Contesté desde un locutorio: “Ya la vendí”. Hoy a la mañana otro mensaje: “Venda los cuadros”. Contesté: “Ya los vendí, falta que pase el camión a buscarlos”. Me respondieron: “Aproveche y véndalos de nuevo”. Estoy pasando hambre, decí que la esposa y la hija del embajador peruano (minas fieles de gran corazón como dice el tango), me mandan la vianda todas las tardecitas anónimamente, la retiro de la entrada después de que oscurece. Aguantá un segundo que vinieron a llevarse el sillón donde estoy sentado, me rompe el corazón verlo partir, era mi sillón favorito. No te imaginás los esfuerzos que tengo que hacer para cumplir con el precepto de oro de la diplomacia: “Aunque la casa arda, que el humo no se vea”. Si no te escuché mal, dijiste que ibas a venir. No sabés la alegría que me das. Todavía hay una camita con colchón que no vendí, te la reservo. Traete muchas latas, todas las que puedas, enfatizando los garbanzos y el atún en aceite, algunos tarros de dulce de leche, de ese de Mar del Plata, queso mantecoso, un salchichón primavera que es bien rendidor, un par de botellitas de vino, aunque no sea del bueno, no te olvidés de la yerba, un abrelatas, aspirinas, agua oxigenada, aguja e hilo de coser. Venite rápido porque necesito ayuda, tenés que hacerme pata en la defensa del territorio nacional, debo cuatro meses de alquiler y en cualquier momento me van a querer desalojar. Me pregunto: ¿cómo me van a desalojar de mi país? No pueden expropiar un pedazo de la nación y menos por un miserable problema de alquileres. Estoy buscando los fundamentos legales para evitar que me echen. Sea como sea voy a dar pelea. Me queda la bandera.
–Bravo, Emilio, así se habla, en los momentos de crisis es cuando se ven los hombres de coraje, resistí y mantené alto el honor nacional, y pase lo que pase no entregues ni un cachito del territorio de la patria.