› Por Rodrigo Fresán
UNO Por fin. Final. Se acabó. Algo. Al menos. Ultimo día de las víctimas –nosotros– y adiós a la campaña electoral más inocurrente y triste y aburrida y sórdida y bipolar de la que se tenga memoria en España, el infinito y más allá. Y en ella dos hombres –dos ex vicepresidentes– que darían lástima si no se les tuviese tanta rabia. Porque ninguno va a salir bien parado aquí, en territorio sísmico, poniendo una vez más en evidencia aquello de que por aquí las elecciones no se ganan, sino que se pierden. Es decir: nadie llega al poder por mérito propio, sino por demérito ajeno. Y esta vez el premio viene castigando: no va a ser lindo gobernar lo ingobernable. Así, han sido un par de semanas tragando concentrado de lo que se ha venido masticando en los últimos dos o tres años, cuando asomó esa crisis a la que Zapatero definía como algo tan lejano y ajeno como el hipotético monstruo de Loch Ness. Pero no: la bestia estiró el cuello, era un monstruo grande y pisaba fuerte y se vino la noche. Noche larga. Y ahora es de mañana y es domingo –tal día como hoy, en 1975, moría Francisco Franco; este año se ha prohibido toda conmemoración– y vamos a votar.
Yupi.
DOS Y la falsa sensación de que hasta aquí llegamos y que tendremos un respiro de tanto ruido blanco y letra roja y lluvia negra. “Prima de riesgo”, “eurobonos”, “Moody’s”, “Europa de dos velocidades”, “encuestas”, “Banco Central Europeo”, “colocar deuda”, “paro” como muzak a la música (in)concreta de fondo para Rajoy y Rubalcaba intercambiando frases supuestamente ingeniosas. El primero intentando un sinuoso “todos juntos ahora” y negando futuros recortes; el segundo, con los recortes bien recortados, advirtiendo de los horrores de la Derecha como Poder Absoluto y Gran Hampa e intentando en vano, a esta altura de la caída, convencer de que los socialistas vienen a ser algo así como los paladines del bosque de Sherwood. Sobre ellos, como fantasmas de Navidades pasadas, flotan las pesadas bromitas dialécticas de Aznar, González y del casi invisible y más espectral de todos Zapatero. Abajo, más abajo todavía, la ciudadanía toda temblando con cada noticiero y obligada a preocuparse no sólo por España, sino por todo un continente. Pero –más allá de los resultados, donde crecieron los grupos minoritarios– lo que más impresiona aquí es la derrota absoluta de la clase política como especie. Desconfianza total, irritación absoluta, ganas incontenibles de meterlos a ellos en las urnas. Esos andares, esas reuniones “al más alto nivel”, esas fotos sonrientes en las que, de salida y hasta la próxima, anuncian que coinciden en que no se llegaron a grandes acuerdos y que, cuando se llega, su puesta en funcionamiento prueba que no sólo no funcionan, sino que, además, no se tiene la menor idea de por qué no funcionan o de por qué deberían haber funcionado. Allá van y aquí vienen, bailando no en el Titanic que ya se hundió, sino aferrados a un iceberg en llamas. Probando así que para muchos, para cada vez más, los políticos ya no tienen razón de ser o de estar.
TRES Y la llegada a Italia de un gobierno de “técnicos” –lo que no deja de sonar a body-snatchers y aliens y terminators viniendo a ejecutar y suplantar– produce cierta inquietud en el golpeado pero aún en pie espíritu democrático. Porque –atención– estos “técnicos” suben a dedo al caer gobiernos elegidos, bien o mal, por la gente común y unplugged. Tal vez, pienso, de aquí en más habría que buscar una solución con lo mejor de ambas dimensiones: una carrera universitaria de presidente –Rajoy es, en sus orígenes, registrador de la propiedad y Rubalcaba, profesor de Química– donde los candidatos se vieran antes obligados a rendir exámenes, pasar por simulaciones y, por favor, aprender idiomas para evitar esos “Estamos trabajando en ello” del por entonces texano adoptivo Aznar y el ya inmortal “Everyday bonsáis” de Zapatero. Y de ser posible –compitiendo los más altos promedios de cada formación– iluminar mejores slogans que Súmate al cambio (PP) y Pelea por lo que quieres (PSOE) en los que, consciente o inconscientemente, ambos partidos parecen mirar el partido desde afuera. Y le tiran la pelota (sumen y peleen ustedes, ¿sí?; nosotros nos ocupamos de restar desde la retaguardia) a los muy lesionados electores españoles quienes, según una de esas investigaciones, duermen menos, trabajan más y producen menos que el resto de sus vecinos de la Atlántid... perdón... de Europa.
CUATRO Y son ya varios los domingos que dedico a leer biografías de escritores. En las últimas semanas me tocaron las flamantes vidas de Martin Amis y J. G. Ballard. Este domingo –mientras espero turno para introducir sobre en ranura– estoy con And So It Goes / Kurt Vonnegut: A Life de Charles J. Shields. La muy triste existencia de un autor de libros muy divertidos. Vonnegut –quien aseguraba que los escritores eran “células especializadas” que, como esos “canarios en las minas de carbón”, son los primeros en morir advirtiendo de que se acababa el oxígeno y empieza la asfixia– alguna vez postuló que todos nuestros gobernantes estaban llamados a ser imbéciles o psicópatas porque nadie capaz, inteligente y en su sano juicio aspiraría al trabajo de presidir un país. Puede ser. Y con esto no quiero decir, por favor, que si fracasan los técnicos tengan que ser suplantados por los escritores. Recuerden a Mailer apuñalando a su esposa en su carrera descarrilada para la alcaldía de Nueva York y olvidemos al Citizen Vargas Llosa (aunque hubiera roto una lanza por Tolstoi al frente de una, seguro, más ordenada y menos sangrienta transición revolucionaria). Pero mejor no. Para asumir esa terrena responsabilidad estarán, por supuesto, los divinos futbolistas. Después de todo, ya ganan demasiado. Que suden la camiseta de su selección. Que hagan patria.
CINCO Y ya es noche cerrada y los primeros pronósticos confirman que ganó el que iba a ganar y perdió el que iba a perder. Por muchísimo y como nunca, uno y otro. El perdedor –en los estertores de la campaña– dijo que “tal como está la política, parece mejor dedicarse al alpinismo”. El ganador anticipó, por las dudas, que “no tengo la varita mágica”, aunque se vengan trucos abracadabrantes en los que desaparecerán cosas y se cortarán cuerpos por la mitad. Ahora, por delante, ese limbo incómodo (a ver cómo abren las Bolsas, qué dicen los mercados, cómo recibe el poder invisible a la nueva cabeza visible y decapitable del reino, etc.) hasta la formación del nuevo gobierno durante las infelices fiestas del próximo diciembre. Es decir: lunes otra vez y aquí vienen los infinitos y eternos y siempre primeros días de los victimarios.
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