Mar 24.01.2012

CONTRATAPA  › A 67 AñOS DEL “FINAL” DE AUSCHWITZ

¿Liberación?

› Por Jack Fuchs *

Desde hace ya unos cuantos años se conmemora la mal llamada “liberación” de Auschwitz el día 27 de enero de 1945. En esencia, Auschwitz existió durante casi cuatro años. En sus principios, se asesinaba a los prisioneros de guerra rusos caídos en manos de los nazis. Esos fueron los primeros experimentos. A ello le siguieron cuatro años durante los cuales llegaban transportes de todas partes de Europa.

Ubicado al sudoeste de Polonia, su lugar de emplazamiento fue elegido por ser una zona poco poblada, de acceso ferroviario y de fácil camuflaje. En 1940 se edificó Auschwitz I, en 1941 Auschwitz II o Birkenau, y en 1942 se habilitó Auschwitz III, fábrica química. Este gigantesco complejo tenía cinco cámaras de gas y una capacidad de exterminar a varios millares de personas diariamente. Durante varios meses de 1942, 1943 y 1945 se gaseaban semanalmente 100.000 personas.

En Auschwitz se asesinó a cerca de un millón de judíos de toda Europa, 75.000 polacos, 21.000 gitanos, 15.000 prisioneros de guerra soviéticos y 15.000 prisioneros de otras nacionalidades.

En enero de 1945, los rusos ocuparon gran parte de Polonia y marcharon hacia Alemania. En el camino se “encontraron” con Auschwitz. Sí, es así. Se toparon con Auschwitz. Encontraron allí 7000 enfermos, discapacitados, que no pudieron ser evacuados por los nazis que, al ver que el ejército ruso se acercaba, intentaron sacar a todos los prisioneros que todavía podían caminar. La mayoría, enferma, desnutrida, no pudo seguir esa marcha, llamada la Marcha de la Muerte. Miles y miles murieron en el camino, no podían caminar y morían o directamente eran fusilados. ¿Qué sucedió durante esos cuatro años?

El 27 de enero se conmemora el momento en el cual los rusos se encontraron con ese panorama. Y lo mismo pasó en otros campos, más tarde. En BergenBelsen, Dachau, Buchenwald, donde encontraron 200.000 presos en la víspera del fin de la guerra. Gran parte de ellos murió en los últimos días antes del fin de la guerra y muchos más murieron después, ya no podían sobrevivir.

En estos días trato de comprender cómo sucedió, cómo se explica tanta indiferencia de aliados y rusos, cuyo objetivo era vencer a la Alemania nazi, ganar la guerra, ignorando por completo las vidas humanas que eran asesinadas día a día. Algunos estaban informados sobre lo que pasaba en Alemania e intentaron influir sobre Churchill y los aliados para que hicieran algo para detener el genocidio provocado por los nazis. Frente a la realidad expuesta por aquellos que intentaron hacer tomar conciencia de lo que ocurría, de aquella otra guerra dentro de la guerra mundial, Churchill respondió que no se trataba de una prioridad. El principal objetivo era ganar la guerra.

Otro ejemplo es el del polaco Jan Karski. En noviembre de 1942 Karski, resistente clandestino, fue enviado como “courier” a Londres, para entrevistarse con autoridades polacas en el exilio, el gobierno de Gran Bretaña y el liderazgo judío mundial. Llevaba, entre otros mensajes, uno para el Papa solicitándole que excomulgara a Hitler y sugiriéndole que tomase medidas con aquellos católicos que participasen en actos de asesinato y barbarie. Nuevamente, la indiferencia fue la respuesta.

El escritor Schmuel “Arthur” Zygelboim, frente a tanta indiferencia, en su carta de despedida enviada antes de suicidarse, en mayo de 1943, dirigida al primer ministro del gobierno polaco en el exilio, en Londres, general Wladyslaw Sikorski, escribe: “No quiero vivir mientras los restos del pueblo judío en Polonia, uno de cuyos representantes soy yo, son asesinados. Mis amigos en el gueto de Varsovia perecieron empuñando las armas en esta última lucha heroica. No fue mi destino morir como ellos, junto con ellos. Pero les pertenezco, a ellos y a sus tumbas colectivas. Con mi muerte quiero expresar mi más enérgica protesta contra la pasividad con que el mundo contempla y permite el exterminio del pueblo judío (...)”.

Ya en 1944, hacia mediados de año, Roma y París, entre otras ciudades, fueron reconquistadas por los aliados, pero la guerra contra los judíos y otras minorías seguía. Auschwitz seguía en plena tarea asesina. En esos días, todavía llegaban diariamente trenes repletos de Hungría, de Checoslovaquia. Los crematorios y las cámaras de gas estaban en pleno funcionamiento. Ni los aliados ni los rusos tomaban alguna decisión al respecto, simplemente ignoraban. Su objetivo era ganar la guerra. Destruir los campos de concentración no figuraba entre las prioridades. Lo fundamental era la conquista.

Existen ciertas reglas al interior de las guerras. Algunos países ajenos al conflicto prestan ayuda a uno u otro rival. Sin embargo, me parece que cuando ocurren guerras civiles, guerras al interior de una misma nación, no hay ninguna intervención para buscar evitar las matanzas. Parece que el mundo no ha cambiado en nada. Todas las guerras llamadas hoy “primaveras” de los países árabes, todas las guerras civiles que siguen ocurriendo, suceden frente a la observación del resto del mundo. Hay imponentes conferencias, protestas, condenas pero las matanzas en el seno de estos pueblos siguen. Todo sigue. Las protestas en distintos lugares del mundo son como compresas a un enfermo terminal de cáncer. Es trágico. Algunos pensábamos que después de la Segunda Guerra Mundial y las consecuencias de Auschwitz e Hiroshima algo iba a cambiar. Aparentemente, no hemos aprendido nada. La lucha del hombre contra el hombre sigue, y cualquier excusa para matar es válida. Los avances de la ciencia y la tecnología permiten mejorar nuestra calidad de vida –en realidad, la de un ínfimo porcentaje de la población mundial– pero, paralelamente, hay avances utilizados por personas que piensan, día y noche, en cómo destruir el mundo.

El gran problema parece ser que la voluntad de hacer el “bien” toma rasgos pacíficos –es lógico–, y sus acciones nunca serán agresivas –en el buen sentido- con el fin de lograr su propósito. En cambio, por más redundante que parezca mi afirmación, la maldad es agresiva, avanza, sin importarle a cuántos deja en el camino.

En la vía pública nunca he visto inscripciones o carteles que digan “Ama a tu prójimo”. Sin embargo, sobran aquellos llenos de odio. No cabe ninguna duda: con la misma mano que se puede acariciar se puede matar.

* Escritor y pedagogo.
Sobreviviente de Auschwitz.

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