› Por José Pablo Feinmann
George Steiner se encuentra entre los pocos que han logrado pensar hondamente la cuestión-Auschwitz. Erudito, filósofo, músico, crítico de literatura, gran humanista, llega a instancias que son terroríficas hasta para él mismo. Son discutibles –aunque siempre ricas, dinamizantes– algunas de sus afirmaciones, pero hay que seguirlo en el camino que transitó y que abrió para que los demás fueran tras él casi necesariamente. Uno descansa cuando lee a Steiner. Al fin un espíritu lúcido, alejado de las telarañas heideggerianas y de los variados, excesivos sofismas que los jóvenes franceses de la década del ’60 (los estructuralistas y los post) construyeron a la sombra de un pensamiento seriamente comprometido con la masacre más impensable del siglo XX. Por ejemplo: Steiner nos insta a entreverarnos con el idioma alemán como condición de posibilidad para entender Auschwitz. Nosotros podríamos decirle que estudie y penetre el idioma castellano (en su variante argentina) para entender la ESMA. Cuidado: no establecemos comparaciones. Pero –a esta altura de los tiempos– hay que incorporar a toda conciencia generosa que no sólo existe el Holocausto (el único que se escribe con mayúscula: ¿cómo pensar esto?, ¿los otros fueron minúsculos?, ¿por qué no escribir Genocidio Contra los Armenios con mayúsculas?, ¿qué hay que esperar para que algo así suceda?, ¿por qué no hay una película en Hollywood, hasta donde yo sé, sobre la masacre armenia?), sino que la crueldad y la inhumanidad (que el hombre lleva en sí tan naturalmente como su humanidad) se han explicitado en otras zonas, tal vez no del prestigio de Alemania, tal vez de los países subalternos, de la periferia, pero que fueron parte de la modernidad tanto como lo es Auschwitz. Volvemos a Steiner. ¿Por qué nos compromete con el idioma alemán? Dice: porque sólo se puede pensar Auschwitz en alemán. Porque “quizá la única lengua con que podamos penetrar verdaderamente el enigma de Auschwitz es el alemán, es decir, escribiendo ‘desde dentro de la lengua de la muerte’” (Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Herder, Barcelona, 2001, p. 158). Steiner señala especialmente el caso de Paul Celan, víctima de Auschwitz, poeta judío, que se obstinó en escribir en “la lengua de la muerte”. Su objetivo nunca fue comprender Auschwitz “en el sentido filosófico o histórico del término –el verbo verstehen prácticamente no aparece en su vocabulario–, sino más bien captar, restituir con palabras el sentido del desgarro de la historia a partir del sufrimiento que marcó a sus víctimas” (Ibid., p. 158). El tema de la ruptura civilizatoria será desarrollado por la Escuela de Frankfurt y late fuertemente en la Tesis de Walter Benjamin. Renegando de la metodología dialéctica preguntarán: ¿de qué puede ser superación Auschwitz? ¿Aplicamos a la masacre el Aufheben hegeliano (superar conservando) o postulamos que Auschwitz fue una ruptura, un quiebre en la Historia? Los frankfurtianos se van a inclinar por esta segunda posibilidad. También, aquí, nosotros. La ESMA (nuestro Auschwitz) no es un momento más de la historia argentina, precedido por unos y proseguido por otros como si la historia fuera un continuum, que interpreta a la historia en tanto “la prosecución de ésta a lo largo de un tiempo homogéneo y vacío. La crítica a la representación de dicha prosecución deberá constituir la base de la crítica a tal representación del progreso” (Benjamin, Tesis XIII. Ver: Reyes Mate, análisis de la Tesis XIII, p. 211 en Medianoche en la historia). No hay progreso en la historia. Al contrario, una concepción homogénea del tiempo y lineal del progreso –las dos se requieren, se complementan– lleva a incorporar a la historia toda atrocidad, pero en tanto momento necesario de un devenir que también lo es.
Lo que nadie puede negar es que Auschwitz no es una excepción. La historia no es dialéctica y no hay un tercer momento de conciliación de los contrarios. En todo caso los contrarios –lejos de conciliarse– coexisten en la conciencia humana. Auschwitz no es lo inhumano y la Capilla Sixtina lo humano. Auschwitz forma parte de la condición humana. Ya no podemos referirnos a Auschwitz como un “enigma” (Traverso, p. 158, ob. cit). ¿Cuántos “enigmas” hay entonces en la historia? ¿Cuántos continúan surgiendo? Podríamos convenir que el hombre es un “enigma” para sí mismo, que no está moral ni espiritualmente preparado para asumir los horrores que desata. De aquí la existencia de conceptos como –ante todo– Satanás o el Mal o lo Inhumano y hasta un Dios ausente o cruel. Todo ese artilugio conceptual pone el Horror fuera del hombre. Fue Satán. Fue la presencia del Mal. Que sí, está en el hombre pero el hombre es también capaz de lo sublime. Y, en todo caso, es incapaz de tanto exceso de maldad como Auschwitz representa. Ahí hay una ruptura. Para eso no hay lenguaje. Fue lo inhumano del hombre lo que hizo posible Auschwitz. El hombre –por el contrario– es humano. Se llega a una visión de la historia que la divide entre la Madre Teresa y Hitler. Esperemos que no prospere porque, a todas luces, Hitler es más atrayente (la atracción del Mal es poderosa) que esa supuestamente buena, tan buena señora. Además, Hitler o Videla o Trujillo o Duvalier o Truman e Hiroshima y Nagasaki o Pol Pot (a quien le decían El Suave y aniquiló a casi dos millones de personas), podrán ser el Mal pero son también el hombre, la naturaleza o la condición humana. Todos fueron respaldados por poderes que fingieron no conocer sus matanzas, que se dijeron inocentes de todo, pero les dieron dinero, armas, mercenarios, técnicos en tortura y violaciones de todo tipo. Hoy, entonces, recordamos al Holocausto de Auschwitz, pero también es, para nosotros, el día de todos los genocidios de la Historia. Del armenio, por ejemplo, que aún lucha contra el negacionismo, un negacionismo que es la negación del dolor de ese pueblo, de su identidad herida, imposible o incompleta en tanto no se reconozca lo que hicieron con y de ellos. También el Día del Holocausto debe ser un día dedicado a la reflexión sobre el Mal y el profundo arraigo que tiene en el hombre, que no lo ha podido desterrar ni piensa hacerlo. Hoy se tortura en todas partes. Hoy, el pueblo del Holocausto, basándose en el Holocausto y con un Estado bélico respaldado por la más grande potencia del mundo, está dispuesto a no detenerse ante nada con la excusa de que no permitirá que lo que ocurrió una vez ocurra otra. Y si pensamos que el líder iraní (que trajo Chávez a América latina incluyendo a este continente en la Guerra contra el Terror) dice con fanático empeño que el Holocausto no existió, ¿no será para otorgarse el derecho de provocar uno que sí, que a todas dudas exista, sin discusión alguna?
Estas son, apenas, algunas de las reflexiones que esta fecha tan compleja no puede sino provocar. No son agradables. Duelen. No nos entregan una visión idílica de la condición humana. Y no son para leer en la playa. Pero la fecha es ahora y es ahora cuando hay que escribir y decir –al menos– algunas “verdades”, las que uno tiene, que tal vez sirvan para algo.
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