› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Mancha violeta avanzando como tumor desbocado por el mapa meteorológico de un continente en metástasis económica, para llegar, ahí abajo, hasta uno de los órganos más perjudicados: ese hígado pateado de nombre España. Ya se sabe: invernal “ola de frío siberiano” como contraparte a la “ola de calor africano” del pasado y próximo verano. Y el frío llega de lejos. De tan lejos como el cada vez más caro gas. Gas por cuyo reparto ya discuten, como todos los inviernos de su satisfecho descontento, varias naciones europeas atravesadas por cañerías de frías empresas. Y parece que este frío va a quedarse luego de temperaturas inéditamente altas para esta época. Ahora todos tiemblan, muchos mueren, y algunos hasta fingen asaltos a negocios para que los metan en una celda calentita hasta que pase el temblor.
DOS Y Rodríguez estrangula su bufanda, cabecea su gorro, manotea sus guantes y tiene fantasías más steam que cyber de ser refrigerado para recién ser derretido cuando lo peor por venir haya quedado atrás. Pero no hay caso: ahora no hay forma de escaparle a la sólida frigidez de témpano de su esposa, a la ciclotímica tibieza cool de su hija y a la incondicional pero perruna calidez de su hijo. La vida de Rodríguez es una cruza de iceberg con Titanic y –apocalípticos anuncios en cuanto a inminentes tundras– sólo le queda el deseo de bajar al trastero y desenterrar ese trineo al que llama Rosita y que sacó en marzo del 2010, cuando Barcelona se convirtió en caótica pista de esquí. Por un momento Rodríguez imagina que ahí abajo lo espera –como esa Gioconda siamesa en los sótanos de El Prado– la posibilidad de un doble del “Guernica” o de “Las Meninas” que cambie para siempre su suerte. Pero no. Busca. No encuentra. Ahí abajo no hay nada. Lo único que hay ahí abajo es frío.
TRES Arriba –miércoles pasado– lo único que hay es psicológica Guerra Fría. Los hombres del tiempo de los noticieros compartiendo protagónico con el aterido Barça y las cada vez más heladas y vertiginosas cifras del desempleo. “El paro a velocidad de AVE: 283 desempleados/hora”, bromea en serio el titular de un periódico gratuito y a todos se les petrifica la sonrisa. Brrrrr: en enero se destruyeron 9000 empleos al día y lo demás es puro soplar en el viento glacial donde no flota ninguna respuesta sino demasiadas preguntas. El jueves será el día de la llegada de la ola de frío siberiano y Rodríguez, para ponerse a tono y en forma, lee la nueva traducción de Doctor Zhivago de Boris Pasternak. Una de esas novelas –como Matar a un ruiseñor o El paciente inglés– que se puede pensar, erróneamente, no hace falta leerlas porque con la película alcanza y sobra. Pero a diferencia de lo que sí sucede con Lo que el viento se llevó o Rebecca, Doctor Zhivago merece ser leída. Ahí está Lara. Y está el frío. Pero –como buena parte de las novelas firmadas por poetas– Doctor Zhivago es uno de esos fenómenos literarios de clima raro. Y, de acuerdo, el jueves hizo frío y el viernes hizo frío; pero se debe el Apocalipsis para la próxima, para cualquier día de éstos. No hubo casi nieve y los funcionarios que predijeron el fin fueron criticados por pasarse de agoreros y ellos se defendieron con un “mejor prevenir que lamentar”. Y febril escalofrío del sábado tarde: Rodríguez sigue cruzando las estepas junto a Yuri Zhivago y disfruta su novela con un ojo mientras con el otro –padres andaluces, ADN socialista– sufre en vivo y en directo, desde Sevilla, en los salones de un Hotel llamado, ay, Renacimiento, el congreso 38 del PSOE del que surgirá, victorioso, el nuevo secretario general de un partido derrotado y fragmentado. El padrino es otra de esas novelas que no hace falta leer pero sí mirar. Y Rodríguez observa la película de los candidatos –que se acercan a la meta luchando cabeza a cabeza– y no puede evitar una absurda comparación pop: el locuaz y ocurrente improvisador profesoral Alfredo Pérez Rubalcaba vendría a ser algo así como la eficaz y ejecutora mano derecha del consigliere Tom Hagen y la más bien improvisada buena alumna Carme Chacón sería una especie de volátil y ambiciosa Connie Corleone de voz gangosa, rictus de asquito y eslogan memorizado, que parece siempre a punto de romper en lágrimas si no le hacen caso y lo cierto es que su discurso suena demasiado arrebatado y nada arrebatador. No hay –no se consigue– un Michael a la vista. Y muchos tienen miedo de terminar como Sonny. Ya se imaginan quién es el eterno Vito. Y Vincent queda muy lejos. Y terceras partes... Zapatero –o el espectro de Fredo– se despidió con un discurso donde parecía encantado de conocerse y confiado en que los futuros manuales de Historia le harán justicia y lo redimirán de su presente hipotermia. Mientras tanto y hasta entonces, Rubalcaba es el felipismo de epidermis curtida, Chacón es el zapaterismo juvenil y proclive a esos moretones que nunca se sabe cómo salieron, pero ahí están. Rubalcaba perdió las últimas elecciones y antes Chacón dio un paso al costado (o fue empujada fuera de cuadro) para no presentarse como opción para las catastróficas generales del pasado noviembre. Para Rodríguez –golpe a golpe sobre el atril y verso a verso en la boca– ni uno ni otra son apadrinable solución siquiera temporal para el temporal que va para largo. Otra y uno apelan al sentimiento y al sentimentalismo en los retruécanos de sus discursos... Pero la derrota –y no la fría venganza– es un plato que se sirve helado. Y, luego de largo e inquietante recuento de apenas 956 papeletas, vence Rubalcaba. Se lo ve contento; pero lo justo. Después de todo les ha ganado a los únicos a los que puede ganarles por estos días: a los suyos. Chacón sonríe una sonrisa congelada que –a diferencia de la de las Giocondas– todos saben exactamente lo que significa, lo que quiere decir mientras baja su temperatura en los termómetros políticos. Afuera, el frío la espera para abrazarla.
CUATRO Para esta semana, los especialistas pronostican nuevas heladas: ola de frío atlántico. Pero vaya uno a saber si será para tanto. Lo que sí cabe esperar son nuevos níveos recortes económicos en plan Edward Scissorhands. Vistosos tijereteos al bloque de hielo de presupuestos y partidas varias mientras la bola de nieve del endeudamiento gira y gira y crece y crece barranca abajo y Mariano Rajoy rompe un nuevo record de cuántas obviedades y lugares comunes pueden llegar a decirse en una comparecencia pública. Tal vez –piensa Rodríguez– todo pase por distraer a la gente con la eficaz furia de los elementos para que no piensen en la inepta mansedumbre de los elementales.
“¡Cierra bien la puerta que se mete el frío, gilipollas!” le aúlla su cada vez más caldeada y mercurial mujer. Y Rodríguez –silbando bajito el “Lara’s Theme”– tiene tantas ganas de apagar la luz. Y cerrar la puerta por fuera. Y tirar la llave. Y surfear lejos hasta llegar a ser un entropista en los trópicos. Pero el mundo es un pañuelo, y sobran los mocos.
En el bar, Rodríguez se entera de que Israel anuncia que atacará a Irán entre marzo y julio.
Ola de combustión cercanoriental.
No hagan olas.
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