Lun 14.04.2003

CONTRATAPA

La loca memoria

Por Dálmiro M. Bustos *

El domingo 23 de marzo me encontraba en San Pablo, donde viajo periódicamente por trabajo. Era de noche y de la Iglesia Evangélica cercana se escuchaban suaves cánticos religiosos. Cantos al amor, la paz, la solidaridad. También se escuchaban estruendosas bombas con las que Corinthians festejaba la conquista del campeonato. La televisión polariza la audiencia con dos “espectáculos” dantescos. La entrega del Oscar por un lado y la CNN por otro, mostrando imágenes glamourizadas de la guerra contra Irak. Siniestro cambalache versión siglo XXI. Discépolo hubiera tenido una prueba irrefutable de su amarga visión del mundo.
El mapa nos muestra la región donde se lleva a cabo la masacre: entre los ríos Tigris y Eufrates: cuna de la palabra escrita, la Mesopotamia. La letra que nos permite una transmisión menos falible de la Historia. Buscando algún orden que me permita transitar el absurdo, me encuentro que la palabra memoria proviene del latín y quiere decir “potencia del alma por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado”. El alma potente recuerda. Pero ¿qué recuerda? ¿Cómo recuerda? El griego siempre me revela significados recónditos. Y con la ayuda de un diccionario me encuentro que la partícula me, equivale a ausencia o falta de. Y moria quiere decir locura. Es decir que memoria para los griegos es la falta de locura. El alma enloquece cuando falla la memoria. Amnesia es locura, confusión, tragedia por repetición de los errores.
Recuerdo la frase de Gabriel García Marques que encabeza su Autobiografía: “La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda, y cómo la recuerda para contarla”. Lo que “realmente” ocurrió quedó perdido en el tiempo. Muchas veces duele, angustia. Y los seres humanos buscamos amortiguar el sufrimiento. Para hacer tolerable ciertos hechos se los pasa a la sala de maquillaje. Se los retoca un poco... se los tiñe para que dejen de ser lo que son y hacer que se parezcan lo más posible a lo que deberían haber sido. Muchas veces no es suficiente. Pasamos a la sala de cirugía, con un buen anestesista. Si el retoque no es suficiente y se corre peligro de que la verdad se delate, se opta por la cirugía radical. Se mutila lo que moleste y... Listo. Enter. De esa gigante sala de cirugía sale una inverdad o en casos extremos, la mentira. Pero todo pasa a depender ahora de un buen agente de prensa, tipo CNN, para que los hechos entren por una puerta y por la otra salgan mentiras que serán tomadas como sustitutos de la pobre y adulterada verdad. Nada más expresivo de este “recuerdo” que la triste campaña política que los argentinos estamos tolerando. Tantas inverdades y mentiras, patrañas maquilladas por los “asesores de imagen”, que dicen lo que conviene decir. ¿Le conviene a quién? El descreimiento cunde y lleva a lo más triste, votar por cualquiera, el mal menor. No solo no se fueron todos sino que se aferran al poder.
Me niego a resignarme entonces, quiero recuperar la memoria para salir de la locura. Y tratar de enlazar mis recuerdos, lo menos maquillados posibles, para entender lo que ocurre. No solo aquí, sino en este mundo terrorista. Y no me refiero a Saddam, que es terrorista confeso, sino al que disimula su terrorismo travestido de “luchador justiciero para la liberación del pueblo iraquí”.
Recuerdo cuando era chico y escuchaba la radio que hablaba de la terminación de la guerra, mientras comía chocolates Kelito, que tenían en su etiqueta la imagen del buen soldado americano, sonriendo como corresponde al héroe de la Segunda Guerra.
Recuerdo el afecto y generosidad con que fui recibido, cuando me fui a vivir a Nashville para hacer mi residencia médica. Recuerdo la vecina que me trajo una torta recién hecha, dándome la bienvenida. Recuerdo que alpreguntar por qué yo nunca hacía guardias en los pabellones destinados a los negros, se me respondió con otra pregunta: “¿Acaso eras negro o judío? Entonces no preguntes”. Recuerdo que a mi amigo chileno, con rasgos ligeramente aborígenes, no se le permitía la entrada a un restaurante. Recuerdo el desprecio por los “doggies”, perritos, con el que se denostaba a los negros. Vuelven a mi memoria los momentos en que aprendí a mirar TV, “I love Lucy” regada de abundante Coca.
Recuerdo mis dos años finales en Boston. Caminando por la calle el primer día, corro a socorrer a una señora que cae víctima de una crisis epiléptica al tiempo que me gritan que no me acerque, que podían demandarme. Conozco miles de buenas personas, gente que creyó que estaban en el buen camino. Pero recuerdo que la imagen idealizada del “salvador de los pueblos oprimidos” no se puede despegar de su identidad. El miedo a perder esa identidad se vuelve tentativas trágicas para recuperar la deteriorada imagen. Recuerdo que discuto ardientemente por la apropiación indebida del nombre americanos. Ya en su himno se canta: “América, América”. Y Canadá, México, Centroamérica, Sudamérica... ¿qué somos? Se suceden Corea, Vietnam, Chile, El Salvador, Cuba. ¿Las Naciones Unidas? ¿Aquellos que dicen que hay que parar la guerra de las Malvinas? Es tan sólo para los pueblos del Tercer Mundo. Los ignorantes que no saben manejar el poder. Y la distancia entre el ideal y la realidad se va haciendo cada vez más grande. Un miedo que se nutre de “enemigos” identificables. Cuando deja de ser “políticamente correcto” el odio por los negros, se traslada a los hispanos. Entrar al Aeropuerto Kennedy –o cualquier otro– con apellido hispánico es exponerse al maltrato. El miedo y la tensión aumentan. Entrenan asesinos y los usan, después hacen una guerra para matarlos. La verdad se impone y cuanto más evidente, mayores los esfuerzos para reconquistar la imagen de “all american boys”. Una imagen vale más que mil palabras. Y entonces la CNN las lanza al aire impúdicamente. Cada vez más patéticos y violentos. A cualquier precio vamos a salvar al mundo. ¿Y quién nos salva de ellos? Y el sabroso Kelito, con ese delicioso sabor a niñez, se me derrite en las manos. Se aferran a la imagen de salvador, olvidando un pequeño detalle: que para que esa salvación no se convierta en violencia, el otro debe solicitarla. La Caja de Pandora está abierta, los males sueltos. Si en el fondo se encuentra la esperanza, vamos a tener que luchar mucho para que sea de verdad. El 9 de abril anunciaron que acabó la guerra. ¿Acabó? Memoria para evitar la locura. ¿O para generarla?

* Médico psicoterapeuta.

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