CONTRATAPA
Moore
› Por Sandra Russo
“Tenés que ver la película de Michael Moore”, me dice todo el mundo. Ya sé que la tengo que ver. Me hubiese sido útil, por ejemplo, para sentarme a escribir esta nota con más imágenes en la cabeza, o con más argumentos. Pero no la vi. Y por ahora no la voy a ver. Escucho hablar de Moore desde que supe que existía, como mucha gente, durante la transmisión de la entrega de los Oscar. La invasión a Irak ya estaba en su apogeo, pero uno volvió a pisar el palito yanqui del mundo como espectáculo. Sobre esa idea giró Chicago, por ejemplo, que sí vi. Contra la opinión de muchos, me gustó. “Ellos lo hacen, ellos lo critican, ellos te lo venden”, recuerdo que comentamos al salir del cine, después de ver esa comedia musical bastante oscura que hablaba sobre cómo entender la vida según los norteamericanos: no importa la verdad, sino lo que uno sea capaz de hacer creer como verdad. Pero después lo que fue oscureciéndose no fue la pantalla sino la vida real. Y aun así, como millones de personas, vi la entrega de los Oscar con la expectativa de ver quiénes hablaban contra la guerra y qué decían: el mundo como espectáculo y uno como espectador. Y así conocí a Moore, escuchando aquel parlamento sobre el presidente ficticio y el conflicto ficticio que todos recordarán.
Bien: el conflicto fue si quieren ficticio en sus motivaciones, toda vez que Bagdad ya cayó y el único indicio de armas químicas fueron unas cuantas latas de pesticida vencido. Pero fue una invasión real en la que murieron miles de personas reales. Y el presidente al que se refería Moore no tiene nada de ficticio: lo votaron, ahí está y tiene el apoyo de esa gente extraña que come panceta y salchichas en el desayuno, y cuyos soldados, acaso genéticamente intoxicados por el hábito de tan grasientos y calóricos desayunos, se sienten con derecho a aplastar a poblaciones enteras que desaparecen de la faz de la tierra sin haber tenido la oportunidad de gozar de las bondades del hilo dental.
Gente en la que confío, gente inteligente y suspicaz, me habla maravillas de la película de Moore, y seguramente tienen razón. Es más, estoy segura de que en cuanto se me aplaque este ataque de asco a lo norteamericano voy a ir a verla, y que voy a ser admiradora de Moore. Dicen que en su película Moore desnuda el aparato generador de miedo que a su vez opera como el aparato generador de violencia en esa sociedad. OK. Pero por el momento, en mi percepción de lo norteamericano entra todo, incluso la denuncia a la barbarie norteamericana, incluso los niños terribles norteamericanos, incluso lo disfuncional a lo norteamericano. Porque no puedo renunciar a esta sensación de que la enorme, fatídica y siniestra trampa norteamericana es haber logrado que lo disfuncional le sea funcional. Haber logrado que las buenas conciencias norteamericanas terminen dando el pretexto para que las malas conciencias o las inconciencias norteamericanas, que son mayoría, se afinquen en ese territorio ético difuso que indica que si el mundo “debe” (¿?) tener un orden, es mejor que sea el norteamericano, dado que éste admite el disenso. Y ahí están los tipos como Moore, haciendo el berrinche contestatario, sin que al régimen se le mueva un marine.
El bueno de Moore y toda la buena gente como Moore finalmente terminan siendo una especie de PNT, esas Propagandas No Tradicionales que ahora se ven en la televisión: aquí es por falta de dinero que las publicidades han dejado de ir en la tanda y que las cajas de antihemorroidales o de antigripales son promocionadas en vivo por los conductores. Allá, para difundir la imagen del país libre, nada mejor que un Moore puteando a Bush en directo. La puteada hija de la América libre.
Voy a ver esa película –probablemente cuando salga en video– y estoy segura de que Moore me va a caer bien. Es de imaginar el plus de sordidez que deben sentir ellos, los norteamericanos críticos, tan amalgamados con el mal, tan convivientes con el crimen, tan linderos a la psicopatía de sus halcones. ¿Qué pueden hacer, salvo hacer películas? Una cosa no quitala otra, pero me pregunto si paralelamente a hacer películas, no deberían todos ellos ahora, que el mundo arde y seguirá ardiendo por la omnipotencia norteamericana, empezar a hacer política, volverse tercermundistamente militantes. Encontrar la manera de estar en contra de sus venenos de una forma mucho más clara que la simple cinta blanca en la solapa del smoquin.