› Por Rodrigo Fresán
UNO Trasnoches atrás, en ese insomnio voluntario que es la contemplación de los Oscar, Rodríguez –minutos después de que Rodríguez pensase que el actor protagonista de The Artist era algo así como la insoportable versión gala del insoportable Roberto Benigni– se rió un poco con un chiste del retornado Billy Crystal. El maestro de ceremonias se refería al cine como ese lugar donde uno “va a soñar, a reír, a llorar, a enviar mensajes de texto” y se burlaba de “esos tontos que ven películas en las pantallitas de sus móviles pudiendo disfrutarlas mucho más en las inmensas pantallas de sus iPads”. Horas después, lo de Crystal perdía algo de gracia, porque se anunciaba a la humanidad toda la maravilla mixta y mutante y mitológica de algo llamado Padphone. En la Barcelona, orgullosa, que volvía a abrir sus brazos y abrirse de piernas para recibir –27 de febrero al 1º de marzo, y por los próximos seis años– al Mobile World Congress. Joya de la corona congresística planetaria para una metrópoli –seguida por Viena y Estocolmo– considerada capital mundial de un género turístico/profesional que es económico factor clave. Más de 1400 expositores, 2000 empresas, 3300 periodistas acreditados, 70.000 visitantes (muchos de ellos chinos aterrizando en más de doscientos jets privados), a la hora de pagar las cuentas (se dejarán 300.000.000 euros) y mantener felices a gobernantes, funcionarios, hoteleros, bares y restaurantes, puticlubs y escorts de alto vuelo, taxistas y gente que pasa por ahí, se saca una foto con su móvil junto a ese icónico Pegaso construido con móviles y después la cuelga en su perfil social y...
DOS ... el logo 2012 del Mobile World muestra un granhermanístico ojo que todo lo ve y su lema es “Redefiniendo el móvil”. Como si alguna vez hubiera dejado de redefinirse, piensa Rodríguez de paso por ahí –70.000 metros cuadrados que superan a los 59.000 del año pasado–, hijito en mano con las pupilas dilatadas por tanta electricidad en el aire. La hija de Rodríguez –embutida en un vestidito que acelera los pulsos– trabaja en el stand que lleva su madre, ejecutiva más o menos top en un negocio más bien macho (hay pocas mujeres) de una marca que no mencionaremos aquí, pero que ella no deja de mencionar como si se tratase de un mantra imbatible. La donna è mobile, sonríe triste Rodríguez y apunta mentalmente (no en una BlackBerry) sugerirle a su mujer que use lo de Verdi como tono para su aparatito en el que hay almacenada una foto de un tipo que no sabe quién es, pero está seguro de que no es él. Y Rodríguez aguanta el bombardeo de modelos. ¿Cómo lo hace? ¿Cómo soportar tanta radiación? Fácil pero no tanto: retroceder, hacer memoria. Recordar pesados teléfonos con lentos discos giratorios (de tanto en tanto, Rodríguez sonríe ante una película antigua, pero no vieja, en la que el héroe entra a una cabina telefónica y pierde valiosos minutos de celuloide a la espera de que la operadora lo comunique con ese otro no tan lejano pero igual de distante más allá); evocar épocas en que toda distancia era larga distancia; extrañar tiempos en que uno hablaba menos POR teléfono y no hablaba tanto DEL teléfono.
TRES Porque, de verdad, Rodríguez hace fuerza pero no le sale entender cómo es que el teléfono ha evolucionado tanto más (y en tan poco tiempo) que los aviones. Cómo puede ser que el teléfono sea el más excitante objeto del deseo y del status (1.000.000.000 de personas tendrán o serán tenidos por un “móvil inteligente” para este diciembre) cuando, se suponía hasta hace poco, ser inaccesible y que otro atendiera tus llamadas era sinónimo de haber triunfado. Cómo es que se llama móvil a ese aparatito que inexorablemente te conduce a la inmovilidad de hacer todo desde ahí, desde casa, con teléfono: trabajar, comprar, vender, tener un millón de amigos, mentir, insultar... Y, ah, ese glam por la velocidad del ingenio sin darse cuenta de que la máquina humana sigue siendo tan lenta como en la Antigua Grecia; que seguimos leyendo y –si hay suerte y concentración– comprendiendo a la misma velocidad que Aristóteles: unas 450 palabras por minuto. Rodríguez pasa frente a un vendedor que –su rostro combina el éxtasis divino con el orgasmo terreno– explica que “¡¡¡Con esta aplicación podrás conectarte con Facebook y Twitter al mismo tiempo!!!”. Otro ofrece “¡¡¡Un teléfono proyector para que puedas ver películas en cualquier pared de tu casa!!!”. Alguien habla solo y dice “Windows 8... Windows 8...”, mientras otro le responde “Pantallas flexibles... Pantallas flexibles...”. Dos adictos comentan el duelo titánico entre Apple y Android casi como si se tratase de un problema de familia y, más allá, se anuncia con trompetas triunfales que el Barça ha sido fichado como imagen publicitaria por el Mobile World Congress para “apoyar aplicaciones para teléfonos móviles desarrolladas por jóvenes emprendedores”. Afuera, otros jóvenes –estudiantes indignados con los recortes y con problemas de recepción para emprender cualquier cosa en los próximos años– se enfrentan a la policía en un redial de manifestaciones con infiltrados antisistemas. Un agente del orden ve que lo están filmando con un teléfono y allá va y, ay, qué hacer si el móvil se inmoviliza, se rompe, se pierde y no hay tiempo que el de enviar ese mensajito de 140 caracteres exactos donde se lee: “Mami: no me esperes a cenar esta noche porque un antidisturbios con look Darth Vader me está moliendo los huesos a palos y saludos a papá”.
CUATRO Las noticias de la noche tienen que ver con que lo de los neutrinos más rápidos que la luz parece que no era como lo pintaban (alguien envió un tweet demasiado pronto, demasiado rápido); con que un pobre tipo fue detenido en un aeropuerto intentando pasar como contrabando treinta iPhones; con alguna de las ya habituales poluciones de YouTube con las que los directores de noticieros trufan y rellenan la desinformada abundancia de información. Hoy es un tape de un cámara de seguridad de una estación de metro. Miren: a una madre en el andén se le escapa el cochecito de y con bebé y un tipo que pasa por al lado, consultando su móvil, en lugar de detenerlo, da un elegante y perfectamente coreografiado rodeo mientras no despega sus ojitos de la pantallita. El cochecito cae a las vías, pero a no preocuparse: el bebé resultó ileso. Y el hombre del móvil es famoso, por quince minutos, por todas las razones incorrectas. Pero quién le quita lo bailado, lo visitado. Lo siguiente tiene que ver con que se ha comprobado que Facebook y Twitter despiertan más deseo que beber o fumar, que su uso libera la misma hormona que se produce a la hora de besos y de abrazos, que ya existe algo llamado “Depresión Facebook” y que el sitio favorito para usar el iPad es el baño, allí donde solían leerse libros. Lo siguiente –antes de meterse con el déficit creciente y las lluvias que no llegan y la epidemia de gripe– tiene que ver con la nueva moda en Nueva York y mañana en todas partes: ir a trabajar en pijama.
Rodríguez –Oscar al Mejor Extra– apaga el televisor y, para no ser menos, se mete vestido en la cama. Y tiembla. Y no es gripe. Y no está para nadie.
Fin de las noticias del fin del mundo.
(Versión para móviles / versión de escritorio)
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina
Versión para móviles / versión de escritorio | RSS
Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux