› Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez traza una breve historia personal de sus miedos desglosada en diferentes programas televisivos con los que ha temblado más o menos a lo largo de su vida. A saber, veamos... La infancia y –a falta de The Twilight Zone y The Outer Limits y Night Gallery, que en España se emitieron recién mucho después– las Historias para no dormir con Narciso Ibáñez Menta dirigido por su hijo, Chicho Ibáñez Serrador: fábulas terroríficas, tramas morales, principio y fin. Después, la adolescencia con Kolchak: The Night Stalker, ese periodista perseguidor de monstruos al que nadie le cree. A continuación, la juventud paranoide y conspirativa con The X-Files. Y, ahora, la madurez con Fringe donde, como en su propia realidad, nadie entiende nada y todos se encuentran para volver a perderse en un amasijo de dimensiones alternativas donde cualquier cosa es posible. Y a diferencia de lo que sucedía en el blanco y negro vidrioso de su niñez, ahora –en el plasma de colores con alta definición de su presente– nada concluye y todo continúa. Más o menos como lo que se sintoniza, por estos días, en un país llamado España donde –en lugar de series fantásticas– Rodríguez se ha enganchado a algo mucho más atemorizante: los noticieros.
DOS Pero tanto los noticieros como las series antes mencionadas tienen un modus operandi común para poner a temblar al espectador: en algún momento, siempre, alguien comienza a comportarse de manera rara, como nunca antes se había comportado, como abducido por alguna fuerza extraña. ¿Por qué? Los motivos suelen ser vagos, oscilando siempre entre lo científico más arcano y lo sobrenatural más ingenuo. Así que Rodríguez se pregunta a qué se deberán tantos recientes y extraños comportamientos, en España, alguna vez el centro del universo, pero ya no. ¿A las todopoderosas tormentas solares? ¿A la peor sequía invernal de todos los tiempos? ¿A los picos de contaminación ambiental? ¿A la súper gripe de este año? ¿A la constante emisión radiovideística de esa canción-con-bailecito asquerosamente sexista e infecciosa en el peor sentido de la palabra que es “Ai se eu te pego” de Michel Teló?
En cualquier caso, pasan cosas raras: el conservador Mariano Rajoy –a quien el próximo 29 de marzo le harán emotiva entrega de su primera huelga general– cae en posturas más bien renovadoras bajando sueldos a jerarcas financieros y plantándole cara y pecho a la Kaiserina Merkel, advirtiéndole que el porcentaje del déficit lo pone él. Y que va a ser bastante más alto de lo en principio comprometido; para pasmo de Bruselas y del líder del PSOE Rubalcaba, que no sabe muy bien qué criticarle. Eso sí: nada de subirme el déficit de las comunidades autónomas. Y las primeras proyecciones para su ya aprobada en el Congreso –y supuestamente revolucionaria a la hora de crear empleo– reforma laboral serán, según el gobierno, la destrucción de 630.000 puestos de trabajo en los próximos meses. Trabajos que, según una encuesta, el 47 por ciento de los españoles cambiarían por otro –para ser otra cosa– de poder retroceder, hacia otros límites, en el tiempo. El 89 por ciento está bien seguro de que nunca se estuvo tan mal. Por su parte, el ahora ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón –alguna vez considerado de lo más progre del Partido Popular– se sale con eso de que el aborto es producto directo de algo llamado “violencia estructural”. Y que –como variedad exótica de la violencia de género que va desde las presiones a no embarazarse de sus jefes y otras coacciones de su entorno– es eso y no su propia voluntad y decisión lo que obliga a las mujeres a decidir no ser madres. Mientras tanto, el presidente de la Asociación de Prensa de Granada no dudó en, frente a las cámaras, sacarse el cinturón con velocidad y gracia y amenazar con azotes a una joven propalestina que le estaba arruinando una inauguración. Mourinho se apacigua y Guardiola se irrita. De regreso en Washington, a Iñaki Urdangarin le siguen apareciendo cuentas bancarias y empresas fantasmagóricas y transferencias varias a lo largo y ancho del planeta, aunque el duque insista en que no sabe, no recuerda. En Barcelona, luego de una noche de fiesta, una Shakira desenfrenada frenó su automóvil en medio de la calle, subió a tope el volumen de la radio (afortunadamente en ese momento no se emitía “Ai se eu te pego”), y se entregó a contorsiones caderístico-raperiles para felicidad de pantallitas filmadoras y, en seguida, de YouTube. A alguien se le ha ocurrido poner multas de hasta 3000 euros por mendigar. Y casi todos los demás –como zombis o body-snatchers– no hacen otra cosa que hablar del nuevo iPad y mirar de reojo, con insatisfacción, al no tan viejo iPad al que amaban hasta hace unas pocas horas. Otros –más trascendentales– siguen de lo más cerca que se puede el cerco cada vez más estrecho al bosón de Higgs, a la Partícula de Dios. Y otros más caen de rodillas y elevan sus plegarias a su dios particular, al único que sigue igual que siempre –es decir, cada vez mejor– y que responde al nombre de Messi.
TRES Y, sí, Rodríguez no puede evitar sentirse uno de esos tantos “hombres comunes” flotando en una dimensión desconocida y presentados por Rod Serling cuando, una mañana, descubre que su periódico amigo viene con un nuevo insert. Los periódicos de hoy quieren parecerse lo más que se pueda a una versión unplugged de los teléfonos móviles. Es decir: parecerse lo menos posible a lo que solía ser un periódico –o un teléfono–, pero estar llenos de cositas, aplicaciones, extras, etc. La novedad de hoy del periódico de Rodríguez es un suplemento de dos pliegos patrocinado por Coca-Cola y titulado Razones para creer. Ocho páginas de buenas noticias con titulares como “Una mujer devuelve una cartera con 16.000 euros”, “La rapidez de un viajero evita un atropello”, “Un obispo se baja el sueldo para donar más”, “El amor, protector cardiovascular” y, sí, al final y al fondo, “Coca-Cola gana el TP de oro al mejor spot”.
Rodríguez no puede precisar muy bien por qué, pero esta última noticia le alegra la vida o, al menos, la noche.
O tal vez sea el efecto del Valium y la valeriana y el chupito de Jack Daniel’s.
Abajo, en la calle, alguien aúlla eso de “Nossa, nossa / Assim você me mata / Ai se eu te pego, ai ai se eu te pego”; pero Rodríguez ya no oye nada.
Y dentro de su cabeza empieza un programa llamado Historias para dormir.
Su trama –casi warholiana– es siempre la misma: un hombre cierra los ojos y, de golpe, en esa luminosa oscuridad que crece detrás de los párpados, ya nada es raro y todo parece normal.
Al menos, por un rato.
Después, a la mañana siguiente, con el café de la mañana –historias para no despertar, razones para no creer– Rodríguez se desayuna con las primeras noticias del día.
Y –ay, si te agarro– no son buenas noticias.
Son –y Rodríguez suplanta el adjetivo malas por otro adjetivo para así, de algún modo, sentir menos miedo sin final, menos miedo episódico, menos miedo en serie– noticias raras.
Muy.
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