Mié 02.05.2012

CONTRATAPA

Homo Vengador

› Por Rodrigo Fresán

Desde Barcelona

UNO Desde la noche cruel en que Messi falló ese penal, el pequeño hijo de Rodríguez está como en trance, en recesión, ido y sin pasaje de vuelta. Ni siquiera la posterior debacle del Real Madrid –y la caída del opiáceo mito del fútbol español como fuerza superpoderosa y redentora a la que aferrarse como si se tratara de una tabla de surf plateada entre el oleaje provocado por la tormenta de ciclogénesis explosiva de nombre Petra– ha sido suficiente para sacarlo de un letargo digno de cuento de hadas, de cuento de brujas. El premio consuelo de que –perdido el duelo titánico al final de la Champions League– sí sean dos equipos españoles los que lucharán por la copa de la Europe League no le provoca al hijo de Rodríguez dilatación de pupilas o reflejo de rodilla al aire. Rodríguez acudió a las cada vez más recortadas y menos urgentes Urgencias, donde se le dijo que no hay que preocuparse, que buena parte de los niños de Barcelona están así, como hechizados y a la espera de un final feliz. “Como los adultos”, pensó Rodríguez. Y esa misma noche –luego de que el flujo ya natural de constantes malas nuevas del noticiero se alterara para dar cuenta de otra exitosa intervención a la cadera de Juan Carlos I– Rodríguez se entera de que la Organización Mundial de la Salud ha estimado que, para el año 2050, se triplicarán los casos de demencia. Ahora bien, a esta altura de la cuestión y en el mundo en que vivimos: definir demencia, por favor. Porque, para Rodríguez, el desaparecido Zapatero tal vez no estaba loco; pero sí era enloquecedor. Y Rajoy está –en todos los sentidos de la expresión– de remate.

DOS La mañana del viernes –con el monarca de regreso en Zarzuela para atender su “abultada agenda”, y la revista Mongolia con el titular “El Rey podría violarte (y no le pasaría nada)”– la última noticia es la noticia de última, de siempre: ha vuelto a subir el paro y no parece que ninguna de la supuestas soluciones a la crisis tenga el más mínimo efecto. Efecto positivo, se entiende. El 24,4 por ciento de la población activa, 5.639.500 destrabajadores, un promedio de 4000 personas al día se quedan en la calle, ya son 1.700.000 familias donde ninguno de sus miembros cobra nada, y camino de alcanzar el anguloso número redondo de 6.000.000 de desempleados –52 por ciento menores de veinticinco años– para fin del 2012. El 2013, parece, será peor. Por lo pronto, para entonces se aumentará el IVA, algo (otra cosa, y van...) que el PP juró que no aumentaría. Y se anticipó algo a padecerse como “impuestos especiales”. Y los especialistas de la imposición apuntan ahora que se pasaron con los recortes y que hay que generar inversión y, por supuesto, la idea es volver a juntarse en próximo cónclave continental, sacarse foto de grupo, entrar a discutir en auditorios cinco estrellas donde nadie los ve y los oye, y salir completamente de acuerdo en que no se ha llegado a ninguna coincidencia. Por lo pronto, ya se ha anunciado que el nuevo juguete marca Merkel para armar y romper –batteries not included, por supuesto– se llamará “agenda por el crecimiento”. Y después perder la agenda y hasta la próxima. Pero lo que más le preocupa a Rodríguez es que su hijo se entere ahora del adiós del “desgastado y vacío” Pep Guardiola al Barça luego de cuatro temporadas y trece títulos. A Rodríguez le angustia que el niño experimente un nuevo golpe al corazón y patada al cerebro que lo hunda aún más. Una cosa está clara: Guardiola pasa a engrosar las filas del paro. Y poco más se sabe; aunque abundan teorías conspirativas, acusaciones cruzadas, predicciones nostradámicas y profecías de fin de ciclo. Así que (porque ni él mismo tiene claro cómo reaccionar, porque no sabe si lo del superhéroe Guardiola es una retirada hacia delante o un avance hacia ninguna parte; porque no termina de decidir si se trata de un gesto inoportuno y cobarde o de una muestra de grandeza poco habitual, de un hasta la vista demorado o de un bye-bye adelantado) Rodríguez mete a su hijo en un cine a ver Los vengadores. Un festival de explosiones y justicieros, all together now, a diferencia de los europeos juntos, pero por separado a la hora del sálvese quien pueda. Comparemos mitologías, sí, y Rodríguez vuelve a preguntarse por qué Bruce Banner/Hulk no usará camisas del mismo material de sus resistentes pantalones. Ahora bien, ¿por qué se hacen llamar Los vengadores y no Los destructores? Porque lo suyo parece ser romper cosas con la coartada de enfrentarse a un malo malísimo –Loki– que no le llega a los talones a Mourinho: ese villano que de pronto se ha quedado sin su Némesis, su Yang, su adorado archienemigo. De acuerdo, a su sucesor, Tito Vilanova, Mou supo meterle un dedo en el ojo hace unos meses, en el fragor de un partido. Pero queda por ver si este nuevo rival estará a la altura Holmes/Moriarty de ligas anteriores y si funcionará para que las masas se distraigan de cuestiones tanto más cercanas e importantes. De no ser así, al pueblo primero le quitaron el pan y ahora el circo. De seguir por estos derrotados derroteros, sólo quedará volver a creer en Dios –en Thor– para, al menos, tener un sitio donde ir a rezar por ayuda divina y para que alguien explique cómo es que lo mucho que se exige y que se da se transforma, siempre, en lo poco que se recibe.

TRES Mientras tanto y hasta entonces, Rodríguez –quien no puede despertar su ira, pero sí pasa revolviendo el plato frío de su venganza en ese microondas que es su cabecita– no se pierde episodio de Revenge, su serie de tevé favorita. Porque se sabe que lo grande de verdad –pensar en Hemingway, en Dylan, en Warhol, en Lynch– casi siempre resulta en mala influencia y en epígonos más bien tristes. Así, The Wire –como cumbre insuperable de la nueva televisión y tan deudora del Robert Altman de Nashville & Co.– acaba produciendo productos pretenciosos, lentos y a menudo incomprensibles. De ahí, para Rodríguez, el alivio que le produce ese verdadero placer culposo que es la vertiginosa Revenge. Porque el festival kitsch/camp Revenge es malísima buena televisión. Un engendro que parece llegar desde el pasado –desde los tiempos de Dallas, Dinasty, Falcon Crest y Beverly Hills 5XGH$%/LKÑSBD3 o como se llamase– sin ninguna pretensión de ser Gran Novela Americana. Y con el único objetivo de entretener importando lo mejor y más absurdo de la telenovelística mexicana al paisaje de ricos y famosos de los Hamptons con una variación hembra de El conde de Montecristo –la joven Emily Thorne/Amanda Clarke– dispuesta a vengar la injusticia sufrida por su padre. Pero Revenge es mucho más que eso y le provoca a Rodríguez convulsiones de placer con su desfile de modelitos exclusivos de camisones y trajecitos de tenis, chicos pobres buenos, chicos ricos malos, adultos corruptos, infidelidades varias, chantajes variados, gays encubiertos, empleados psicóticos. Y Emily/Amanda no es de la Marvel, pero igual es una maravilla arrasando con todo a su paso, tomándose revancha contra todo y todos. Rodríguez está casi casi seguro de que se ha enamorado de ella. Rodríguez sonríe y la mira y –verde de esperanza, verde de envidia, verde de Hulk– no puede dejar de mirarla.

A su lado, su hijo continúa sin emitir palabra.

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