CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
No voy a hablar de religión; tampoco, en el fondo, de fútbol. Pero voy a usar ambas cosas para pensar en voz alta, para exagerar incluso, delirar. Voy a tratar de encontrar una manera de describir la sensación que me produjo –no me animo a escribir “nos produce”, en presente universal– el fenómeno maravilloso de ver jugar a Lionel Messi al fútbol y las consecuencias que puede o debería generar este hecho en el contexto en que lo hace, e incluso más allá. Algo así.
Porque nunca ha quedado tan claro como el sábado, definitivamente, la condición mesiánica de Messi. Y es algo más que un fácil juego de palabras que se habrá hecho muchas veces. La cuestión es que, recién ahora y en términos apenas embrionarios, elementales y tímidos, un poco culposos, empezamos a reconocer de qué se trata. El, sin ser de otro mundo, es –saludablemente– Otra Cosa. Al mesías no se le pide ni se le reclama mezquinamente (como lo hemos hecho largamente); al mesías, primero se toma conciencia de que se lo necesita –para eso hay que reconocer la Caída y la necesidad de salir del Error–, luego se lo espera, se lo desea más o menos consciente y/o desesperadamente, y al final –cuando aparece– se lo reconoce. O no.
¿Y después –ahora, quiero decir– qué? Esa es la cuestión.
El Mundo podrido y decadente que obscenamente se muestra cada día en la realidad y –sobre todo– en los medios que la filtran y acondicionan, en el que los más exitosos y reconocidos modelos son cínicos, ladrones inescrupulosos, generadores de desgracia y cómplices del crimen y la injusticia institucionalizada, explotadores de la miseria y la vergüenza ajena, necesita/espera sus mesías como nunca: uno en la política, otro en la economía, otro en la comunicación... Alguien que ponga las cosas en el verdadero lugar, que recupere el sentido de lo mejor humano y lo reivindique, con su acción, como posible.
El fútbol como síntoma esperpéntico de este mundo y este tiempo no es un fenómeno más sino un modelo ejemplar a escala de cómo son/deben ser/podrían ser las cosas entre los hombres en sociedad. Juego, competencia, arte, espectáculo y negocio a la vez, probablemente sea, dentro de todas las actividades humanas de difusión e incidencia ecuménica, uno de los pocos terrenos en que es aún posible que surja un Messi/mesías sin que las fuerzas del mal y la enfermedad contemporáneas lo destruyan más o menos inmediatamente por necesidad de mezquina supervivencia. Acaso y sin paradoja, porque es, además, parte clave del espectáculo universal y por lo tanto un gran negocio.
Vamos ahora a lo que nos atañe. En el caso de Messi, creo que los argentinos, de a poco, hemos ido recorriendo el camino de la habitual y soberbia necedad (ni siquiera admitir nuestra miseria), a la humilde admisión de nuestra carencia: ya no le pedimos ni reclamamos sino que, desde nuestra orfandad, sabemos que lo necesitamos, que es otra cosa. Quiero decir: desde la espantosa realidad del fútbol que hemos sabido destruir, lo reconocemos como algo que nos falta: no importa si alguna vez lo tuvimos o no, si es un par de piernas que se reponen o un par de alas que se suman.
El discurso de algún modo hoy oficializado, que dice “tenemos la suerte de que sea argentino” es revelador. No lo dijimos nunca con Diego. El Diez era y es natural, casi excesivamente argentino. Con Messi, lo que decimos es “tenemos la suerte de que haya elegido” serlo, porque sabemos que sólo parcialmente nos pertenece. Se/nos eligió para ser. ¿Y ahora?
Lo primero, como condición primera para que sea posible redimir al fútbol perdido, extraviado, es reconocerlo como mesías. Pero de todo el fútbol, no sólo del argentino. El mensaje de Messi es ecuménico y cualquier gesto mezquino, instrumental, equívocamente utilitario –modos de matarlo, en realidad– será un desperdicio: no hay que usarlo, hay que tratar de aprender a ser (jugar) como él. Que Argentina gane y sólo gane mediante y a través de sus virtudes usufructuadas mezquinamente (Diego en nuestra patética Italia ’90) no sirve de nada. Será una isla talentosa, solidaria y saludable en un contexto sin grandeza. Significará que no entendimos nada...
Este es el momento de aprender del mesías, no de intentar apropiárselo sin transformarse, sin dar nada: reivindicar el juego, la belleza, disfrutar y premiar la habilidad, castigar el cinismo, la deslealtad, la mentira, la especulación, la simulación, la mezquindad y el cálculo que nos afean y enferman. Tenemos que tratar de estar –la Selección, el fútbol argentino todo– a la altura de lo que nos tocó. No sé qué habremos hecho para merecer esto. Sé qué tenemos que hacer.
Siento que en general no lo hacemos.
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