› Por Rodrigo Fresán
UNO La semana pasada, Rodríguez ganó 221 euros jugando al Euromillón. La alegría inicial mutó a casi inmediata zozobra: ahora, estadísticamente, para Rodríguez se alejaba aún más la posibilidad de embolsarse los 150.000.000 de euros para el afortunado a solas de la lotería continental. Pero quién le quita lo ganado: esos humildes tres dígitos en la mano bajo un cielo con demasiados ceros a los que disparan cazadores más o menos ocultos con puntería tan errática que pareciera que lo único que les interesa es no dar en el blanco de números rojos. Así, el FMI apuesta a que lo que necesitará España para cubrir “las necesidades de saneamiento totales” serán 40.000 millones de euros. Fitch se planta en 70.000 millones. El Partido Popular Europeo contraoferta 100.000 millones. Mientras que Standard & Poor’s sube hasta 112.000 millones de euros. Rodríguez (cuyo segundo apellido es Rodríguez) no quiere ser menos. Y –cabeza de Rodríguez & Rodríguez– no necesita tanto (pero más de 221 euros) para sentirse totalmente saneado. Hace cálculos mientras le venden dócil y barata (pero no compra) la cara y dura idea de un rescate “suave” o “blando” o “dulce”. Lo que para Rodríguez es como decir “suceso luctuoso” en lugar de “sodomizó repetidamente a su víctima al ritmo de ‘Macarena’ para después cortarla en pedazos y arrojarla al río mientras invocaba al Gran Cthulhu”. Y ya está aquí, ya llegó: ¿“línea de crédito” o “préstamo con un tope de 100.000 millones en condiciones extremadamente favorables”? Y parece que lo que hasta ayer era lo peor que podía pasar, hoy es lo mejor que jamás ha sucedido. Y sucedió porque España presionó a Europa –¿al rescate o al ataque?– y no al revés. Al menos, para el gobierno. Por suerte, ahí está la Eurocopa para –mientras vienen a por uno– aullar “A por ellos, oé”. “Me voy a la Eurocopa tras haberse resuelto la situación”, dijo Mariano. “Yo Hago los Deberes”, Rajoy. “¿Si es tan bueno todo esto, por qué no lo hizo antes?”, le preguntó un periodista. “Ya me gustaría a mí saberlo”, respondió Rajoy y, ¡hala!, que llego tarde al partido y me necesitan para presionar.
Y a seguir jugando.
Con barajas, mentir no es hacer trampa.
Y, si no toca una buena mano, irse al mazo.
DOS De su infancia, Rodríguez recuerda el placer de leer y ver, en los comics de Lucky Luke, ese gag recurrente en que tahúres de as en la manga y pequeño revólver eran expulsados del pueblo, montando un pedazo de riel, bañados en alquitrán y cubiertos por plumas. Y en España sobran candidatos al alquitranaje emplumado. Abundan los fulleros haciendo negocio, lucrando en la titánica atmósfera del sálvese quien pueda. Como espécimen alfa, el yernísimo Iñaki Urdangarin es, apenas, la punta del iceberg de especuladores que entienden todo el país como un colosal casino con su banca y bancos y cajas de ahorro saltando por los aires. Tierra de oportunidades y territorio de oportunistas. Y Rodríguez, de un tiempo a esta parte, no se pierde las novedades sobre la llegada a este Far West ibérico del magnate Sheldon G. Adelson, cabeza de Las Vegas Sands Corporation, para montar algo llamado Eurovegas. Desacomplejado complejo de casinos y atracciones varias como sucursal en el Viejo Mundo de aquel gangsteril sueño húmedo de Bugsy Siegel mientras, en sincro, el gobierno no hace otra cosa que proponer facilidades para el blanqueo de dinero negro. Barcelona Montesco y Madrid Capuleto compiten de un tiempo a esta parte por ser sede de Eurovegas y recibir catarata de billetes a generar miles de puestos de trabajo. Una tiene el plus del mar y la montaña (pero no quiere rascacielos); la otra oferta, parece, una mayor disposición para torcer reglas urbanísticas y acatar los reclamos de concesiones legales y exenciones tributarias que reclama el promotor con inequívoco aire de secundario de primera en una de Scorsese. Meses atrás, una viñeta de El Roto en El País mostraba a un hombre bajo un chorro de agua dorada con la leyenda: “Parecía una lluvia de oro, pero era que meaba el Señor de los Casinos”. Y unos defienden el abrirse de piernas argumentando que el pasado pecador de Las Vegas no tiene que ver con el actual perfil DisneyWorld donde los naipes angulosos y las chicas curvadas tienen su contraparte en la diversión para toda la familia, convenciones, y la inevitable película con despedida de solteros a filmar ahí mismo. Otros aseguran que será como entregarse a los giros de una ruleta rusa donde el concepto de salvación pase –inconsciente y colectivamente– por la ambigüedad del juego de azar. En cualquier caso, no pasa semana sin que alguien levante su manito ofreciendo sus tierras si lo de Barcelona o Madrid no termina de cuajar. Rodríguez –apostado sobre el tejado del bank de su propio y privado Tombstone– piensa que Almería será un buen sitio. Después de todo, fue allí donde se filmaron varios de esos mejores spaghetti-westerns con juegos de saloon. Y después, enseguida –mucho wanted, poco reward– calentar alquitrán y a desplumar gallinas y que salga el que sigue.
TRES El problema, para Rodríguez, es la condición psicótica de Las Vegas (esas réplicas de Venecia, de la Torre Eiffel, del Big Ben y del Empire State) instalándose en el imaginario ibérico. ¿No se le podrá poner otro nombre? Porque de un tiempo a esta parte, Rodríguez no deja de detectar alucinaciones geográficas en boca de políticos locales. Así, el barcelonés Artur Mas asegura que “Catalunya será como Massachusetts” y el madrileño Alberto Ruiz Gallardón profetiza que “Andalucía será la California de Europa”. Por el momento –ser otro, irse lejos– pocas ganas de ser la Valencia o la Oviedo de España. Rodríguez se conformaría con que su piso fuese la Shangri-La del barrio de Sants. Pero no. Su hija practica con los naipes y sueña con ser croupier de falda corta y piernas largas. Su hijo le pregunta si lo va a llevar a la plaza de toros de Eurovegas para ver una corrida de toros de esas que ya no se pueden ver en Barcelona. Y su esposa planea excursiones con sus amigas para pasar allí el fin de semana haciendo vaya uno a saber qué. Pan y circo y mover ficha, sí. Mientras tanto y hasta entonces, en Guijo de Galisteo, en Cáceres, se votó para decidir qué hacer con una partida de 15.000 euros que andaba suelta por ahí. ¿Crear empleo o comprar vaquillas para las fiestas? Adivinen qué ganó. Una pista: Oooole.
El resto, ya saben: Rajoy –esperando informes de auditores para saber bien cuánto peor está lo que ya estaba muy mal– hace como que desenfunda, pero no tiene fondos ni balas. ¿Qué hora es? Siempre es High Noon, nadie es Gary Cooper. Y –bajo neones histéricos, sin ventanas que hagan pensar en el afuera, sin relojes que den cuenta de cuentas regresivas, allí donde deambulan, como cowboys de eterna medianoche, todos aquellos que ya están jugados desde hace rato y, penando penales, sólo sueñan con atajar algún balón de oxígeno– la voz que hace unos minutos ordenó un “Hagan sus apuestas” ahora decreta un “No va más” en un juego donde no necesariamente gana el mejor, porque todo es cuestión de suerte. Y la suerte está echada, la suerte está de rodillas. Buena suerte para todos los tiradores –Rodríguez incluido– tirados en la oscuridad, rezando porque salga su número o porque no les toque la carta marcada del despido.
Mientras tanto, por suerte, Dios no juega a los dados y la luz sigue siendo más veloz que los neutrinos.
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