CONTRATAPA › ARTE DE ULTIMAR
› Por Juan Sasturain
Durante el fin de semana, futboleramente hablando, por diferentes razones pero por simple morbo, sobre todo, se le dio mucha más trascendencia a lo que podía suceder con las eventuales derrotas de algunos grandes –la posibilidad de que River “se quedara afuera” del ascenso directo el sábado, y de que San Lorenzo cayera en el descenso directo el domingo– que al hecho mismo de cuál de los restantes otros equipos saldría, por ejemplo, nada menos que campeón. Que para salir campeón se juega a esto, o se jugaba antes, al menos.
En la B, estaba lindísimo. Pero cayó Instituto, que lo tenía cuasi servido al menos para el desempate por el título, volvió a tropezar Central, y junto a un River que volvió a sufrir pero zafó, asomó Quilmes, de atropellada. Una maravilla: por un rato, fue campeón.
En la A, ni hablar. Casi (auto)marginado Boca, la pelea arriba quedaba entre Arsenal y Tigre y hubo que esperar hasta el final, hasta el descuento. Lo de los de Alfaro no es novedad: la regularidad como apuesta, el equilibrio como prioridad. Se les dio y está bien, contra un Belgrano que de nuevo era árbitro decisivo, como el año pasado con River, aunque esta vez sin “interés” personal. Y abajo, lo de Rafaela, agónico y meritorio. Y lo de Banfield es duro por lo malo; pero no increíble, después del vaciamiento sistemático del equipo campeón de hace muy poco. San Lorenzo zafó por un pelo y por ahora, y es una lástima lo del San Martín sanjuanino, que jugó un tiempo bien con Garnero y está bien con el Colorado Sava. Nos prenderemos a ver los cruces de la Promoción. Va a estar buenísimo, como el año pasado.
Es cierto que se pueden discutir un par de offsides que posibilitaron o ayudaron al triunfo de los llamados grandes en sus respectivos partidos, pero no ha sido un rasgo determinante, ni de la fecha final ni de los campeonatos en su desarrollo. Pasó de todo. Como hemos dicho en alguna otra ocasión, estos partidos dejan como saldo más saludable la derrota de una de las formas de pensamiento más despreciables y equívocas, en tanto se presenta como sucedáneo de la poco común inteligencia y de la deseable perspicacia. Esa prima lejana, boba y dañina: la suspicacia.
La suspicacia –ejercida como recurso sistemático de aproximación a cualquier hecho humano que implique juego de valores y/o intereses– es el supuesto carnet de vivo que suelen ostentar los mediocres. Lejos de ejercer el filosófico escepticismo o la cautelosa duda metódica, el habitual suspicaz mediático (con sus múltiples versiones repetidoras) es incapaz de creer. Porque no cree en sí mismo, claro. Que se joda, pero que no joda a los demás. Y que para curarse mire la campaña, todos los partidos, de Tigre. Hasta este último de ayer, en que el equipo de Victoria revivió, en escala, durante noventa minutos, toda la película de su increíble campeonato. Una película que terminó bien.
El toquecito al palo izquierdo del insoportable Hilario Navarro con que Cachete Morales puso el empate y sacó a Tigre de todo riesgo de descenso y lo colocó, por un ratito, a un gol de aspirar al título, queda para la historia grande y pintoresca del enloquecido fútbol argentino.
De la fauna doméstica, por nuestra salud mental, quedémonos con este orgulloso Tigre entre tantos otros animales de malas costumbres que pululan sin jaula adecuada todavía.
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