CONTRATAPA
Presentes
› Por Osvaldo Bayer
Ante el últimamente tan apreciado mal menor para el 18, debería este cronista con opinión escribir hoy su modo de ver sobre lo que nos espera. Pero no, no voy a hablar hoy de torturas morales argentinas. O acaso también son males menores la candidatura del subcomisario Patti –asesino y torturador, obediente debido– o la del militar Rico, dos veces golpista contra la democracia con tanques y ametralladoras, o más vergonzoso todavía: la candidatura actual a intendente de Tucumán del general Bussi, el terrorífico represor de esa provincia, con centenares de desaparecidos. No, contra esos cánceres de la política argentina nacidos de las mafias políticas que nos dominan con sus contubernios de Olivos o, peor, del Parlamento de la obediencia debida y punto final. No, hoy vamos a hablar de un acto realizado por quienes no olvidan, los hombres y mujeres del coraje civil. El recuerdo de la matanza militar de los estudiantes de Bellas Artes de La Plata cometidos por Videla y secuaces y edulcorada por Alfonsín y los caguetas de siempre con el brazo parlamentario levantado. Sí, hay 23 estudiantes del Bachillerato de Bellas Artes de La Plata desaparecidos. Es decir, asesinados con toda crueldad y cobardía. Veintitrés estudiantes que recién aparecían en la vida. Y una docente, la directora del Instituto, Irma Angela Zucchi, secuestrada y desaparecida. Esta semana se los recordó y la placa ya figura en el aula principal. Todo fue un emocionado “No” rotundo al olvido. En el acto realizado en esa casa del arte pude decir estas palabras:
Ya están sus nombres, en su instituto del Bachillerato de Bellas Artes de La Plata.. La profesora y sus alumnos. Desaparecidos. “No están ni muertos ni vivos”, decía el uniformado embajador del crimen y la tortura. No están ni muertos ni vivos, están desaparecidos, y lo repetía para convencerse de que los cobardes lo iban a entender. Ni muertos ni vivos, desaparecidos. Para nosotros no están ni vivos ni muertos, están presentes. Presentes, siempre. Con sus voces y sus risas. Vienen a las aulas y se los escucha. El general con olor a cadáver los quiere hacer desaparecer, una y otra vez, y ellos regresan. Se mezclan con los nuevos, con los rostros de los viejos que pasaron y pasaron con sus cuadernos, sus carpetas, sus sueños y sus recuerdos. El general desaparecedor ha cerrado los postigos de las ventanas porque se oían trinos de pájaros cada vez más fuertes. Es su derrota total, su goce solitario son los ayes de los torturados, de las madres por dar a luz, los balazos en la nuca de la muerte, y de pronto comienza a correr contra la pared porque oye trinos y risas juveniles de los miles en recreo en las casas de estudios. Todos los institutos de enseñanza tienen alumnos que fueron muertos por la espalda, muertos cuando estaban desarmados y atados, muertos por querer más color verde y más risas en los barrios de la pobreza.
El general se esconde porque los ojos de los 23 alumnos muertos y los de Irma, la incansable docente, lo han comenzado a observar preguntándole ¿por qué? ¿por qué no la palabra y sí el arma de fuego, las esposas, el golpe de furca, la rotura de las manos, el apagar los ojos límpidos con las máscaras del miedo y la cobardía, la picana eléctrica? ¿Para qué? Para matar la Libertad, para dar lugar al latrocinio del dinero, a los negociados de los delincuentes del bolsillo maloliente. Y nuestros estudiantes en las calles diciendo no al crimen, a la miseria, a la sociedad injusta. Y qué razón tenían hace treinta años cuando vemos nuestro país de hoy, la pobreza de nuestras escuelas, la miseria de los barrios pobres, el estado de nuestros hospitales. La tristeza, la tristeza. Y ellos buscaban un merecido país nuevo, cubierto de espigas y de cuadernos. Querían pintar el país con verdes, rojos, y azules profundos y retratarlo en moles de dioses sonrientes y de mano abierta. Trabajaban con los sonidos, los colores y las formas, pero con la palabra justiciera. Ellos fueron asesinados y nos fueron robados, y sus asesinos están vivos, con empresas de custodias o candidaturas políticas de los partidos políticos de siempre. De sus cuerpos sale un olor a podrido que ahuyenta, sus ojos parecen tiros en la nuca, sus rostros son las veinte maldiciones bíblicas pintadas por nuestros estudiantes. Muecas del horror. Son asesinos y quedarán asesinos y con ellos sus colaboradores civiles, los que juntaron mucho dinero, los vendedores y compradores de armas, los crueles que mataron vidas jóvenes, ilusiones maravillosas, planes solidarios. La vida nueva. Eso que vemos en los rostros de los queridos amigos caídos, de los estudiantes traicionados, de la linda gente del futuro.
Ya vienen, ya están aquí, al lado de cada uno de nosotros están María Paula y Jorge Omar con sus vestidos y peinados de los años setenta. No han perdido ni un ápice de juventud ni de guapeza. Y veo los ojos de María y de Jorge, de Domingo Inocencio y de Patricia Graciela. Acaba de entrar María Claudia con un rollo de cartulinas y Luis Ignacio con modelos de yeso. Quieren ayudarnos a construir el futuro. Y el resto de sus queridos cofrades los aplaude y ríe. Francisco Bartolomé estalla en carcajadas y la querida profesora Irma Angela Zucchi los mira a todos con una sonrisa comprensiva e infinita. Sí, acaba de entrar, los estudiantes siempre miraban con curiosidad los altos tacos de sus zapatos rojos, porque ella era así, siempre diciéndole que sí a la vida, y empezaba las clases con la palabra cosmovisión y su apasionamiento por los nuevos inventos de la ciencia que hacía abrir la boca a todos de pura curiosidad, Irma Angela, la profesora del optimismo. Desaparecida diría hoy el general flaco que vive frente a la Iglesia Castrense y repetiría: ni muerta ni viva, desaparecida, mientras mueve sus ojos de rata que devora todo lo tierno.
Pero aquí no están el general desaparecedor ni ninguno de sus obedientes debidos. Aquí están nuestros queridos de esas ideas nuevas. Son nuestros héroes. Ellos no tenían nuestro problema mezquino actual de votar al mal mayor o al mal menor.
La épica los va llamando, los va citando, nuestras felicitaciones a quienes tuvieron el coraje civil de traerlos aquí a esta aula. Los vemos con sus rostros más jóvenes que nunca. Se quedaron jóvenes, no los vamos a ver jamás viejos. Pero eso sí, la profesora Irma Angela Zucchi siempre estará vestida a la moda, diciéndole que sí a la vida. El general flaco con cara de rata no va a poder impedir jamás eso a nuestra recordada docente, se quedará mordiendo las uñas en su balcón mirando su iglesia castrense de Palermo.
Esta es la fiesta del regreso de los dieciséis estudiantes bulliciosos y bromistas y de las siete estudiantas bellas y sonrientes, sí, siete jóvenes mujeres destrozadas por la rata de la iglesia castrense, siete jóvenes mujeres, siete jóvenes mujeres. Y de Irma Angela, la maestra del futuro, que con sus tacos altos mostraba la Argentina de la generosidad y del bello futuro.
No podrán matarlos a ellos ni los milicos con cara de rata ni los políticos del Punto Final y la Obediencia Debida. Serán recordados y amados por esta generación y las próximas generaciones que vayan poniendo las bases de un oasis de la dignidad. Cuando nuestras pampas no sean tierras de inundados y de niños hambrientos y de casas abandonadas de emigrantes. Cuando logremos que sea una tierra latinoamericana generosa con sus niños, sus jóvenes madres y el pensamiento liberador de sus jóvenes héroes.
Sueño que alguna vez los alumnos del Bachillerato de Bellas Artes levanten un generoso conjunto escultórico a sus puertas, con el gesto y los rostros libertarios de los 23 caídos en sus sueños y la guía de Irma Angela, con sus tacos altos. Gracias a todos, por esta dignidad de hoy, gracias, queridos desaparecidos que cada vez más adquirís vida y perfil de héroes de la solidaridad, la palabra sagrada de los pueblos. Aplaudamos a vuestras Madres, las inconsolables pero plenas de orgullo por vuestras vidas.