Dom 11.05.2003

CONTRATAPA

Manejos

› Por Juan Gelman

Es frecuente que los gobiernos ajusten sus deseos a las realidades imperantes, pero el mundo acaba de presenciar un ejercicio notable –y sangriento– de todo lo contrario: la invasión a Irak con el aserto principal de que su derrocado dictador acumulaba armas biológicas y químicas, tal vez hasta nucleares. No se han encontrado todavía al redactarse estas líneas y el teniente general William Wallace, comandante del Quinto Cuerpo del ejército estadounidense de ocupación, declaró este jueves 8 que sus efectivos “no han hallado evidencias de que él (Hussein) se propusiera usarlas directamente contra las tropas de EE.UU.”. El Times de Londres señaló (7-5-03) que el fracaso continuo –hasta ahora– en cuanto a descubrir tal armamento en Irak ha dado relieve público a las disensiones y acusaciones mutuas entre los diferentes servicios de espionaje yanquis. “Ex agentes de la CIA y otros en funciones, citados por The New York Times y la revista The New Yorker, sostuvieron que un pequeño número de ideólogos neoconservadores del Pentágono estaban tan decididos a probar la existencia (en Irak) de programas de armas prohibidas y de vínculos con Al-Qaeda que manipularon los datos de inteligencia.”
“Neoconservador” es el nuevo y elegante apodo de los superhalcones, y el pequeño núcleo que menciona el periódico británico es The Cabal, literalmente “la camarilla”, como irónicos –o satisfechos– lo bautizaron sus propios integrantes: ocho o nueve asesores y analistas políticos de la Oficina de Planes Especiales (OSP por sus siglas en inglés) del Pentágono creada por su jefe Donald Rumsfeld y su subsecretario Paul Wolfowicz para demostrar que Hussein tenía lazos con Al-Qaeda, responsabilidad en los ataques terroristas del 11/9 y depósitos repletos de armas químicas y biológicas, cosas que la CIA y aun la DIA –el órgano oficial de espionaje del Pentágono– no se habían aventurado a afirmar. El veterano periodista Seymour M. Hersh revela en The New Yorker (número del próximo lunes 12) cómo la OSP manejaba los datos de diversas fuentes para establecer lo que sus patrones querían establecer. Para ello la Oficina recurrió al Congreso Nacional Iraquí (CNI), un conglomerado de grupos opositores a Hussein que lidera Ahmad Chalabi, el hombre de Rumsfeld para Irak al que la CIA cesó de financiar en 1996 por el oscuro destino de los millones de dólares que en secreto anualmente le pasaba. Esto, y una condena en ausencia por defraudación bancaria dictada en Jordania en 1992, no lastimaron la vieja amistad de Chalabi con Wolfowicz que hoy comparten otros altos jerarcas del Pentágono.
El CNI se empeñaba en lograr defecciones de funcionarios iraquíes a los que además ayudó a declarar lo que la OSP quería escuchar. Hersh señala el caso del ingeniero civil Adnan Ihsan Sais al-Haideri, que se fugó de Irak en el 2001 gracias al CNI y que habría sido la fuente de la enérgica afirmación que el secretario de Estado Colin Powell asestó al Consejo de Seguridad de la ONU en febrero pasado: EE.UU. tenía “descripciones de primera mano” de las instalaciones iraquíes ocultas donde se producían armas químicas y biológicas. Inspectores de Naciones Unidas y expertos estadounidenses revisaron a fondo los 20 lugares de semejante producción que denunció Al-Haideri y nada encontraron. Otro caso investigado por Hersh: agentes de la DIA interrogaron a un desertor iraquí mediante intérprete proporcionado por el CNI, y según el documento recientemente desclasificado con sus declaraciones, manifestó que lo habían entrenado con terroristas de Al-Qaeda en un campo clandestino de Irak y que recibió instrucción en el uso de armas químicas y biológicas. Un equipo de la CIA lo volvió a interrogar un mes después, pero con intérprete propio, y el cuestionado aclaró: “No, yo no dije eso. Trabajé en un campo de fedayines, no era de Al-Qaeda. Nunca vi un entrenamiento con armas químicas y biológicas”. El ex espía que relató este hecho a Hersh confesó que “una de las razones por las que me fui es porque ellos (los de la OSP) usaban losdatos de inteligencia de la CIA y de otros servicios sólo cuando coincidían con su proyecto... Si no se adecuaban a su teoría, no querían aceptarlos”. “Hay un alto grado de paranoia (en los miembros de la OSP). Se han convencido a sí mismos de que están del lado de los ángeles y que cualquier otro personaje del gobierno es tonto”, se desahogó con el periodista un segundo ex agente de la CIA. Estos encontronazos explican algunos enfrentamientos entre Rumsfeld y Powell. Lo cierto es que el primero se ha convertido en el verdadero conductor de la política exterior de EE.UU.
En tanto, el Pentágono anuncia el envío de otros 2 mil expertos militares y civiles con la misión de encontrar las armas cuya existencia justificó la invasión a Irak. En octubre del año pasado no faltó el preconizador del derrocamiento de Hussein que acuñó la figura de “la prueba retrospectiva”: no hacía falta comprobar que Bagdad tenía esas armas antes de atacar; después de ocuparla seguramente se las hallaría. Es muy posible que así ocurra, pero planeará la duda de si fueron sembradas o no. De todos modos, la asesora de seguridad nacional de Bush hijo Condoleezza Rice ya sugirió –en cabal ejercicio de lo que suele llamarse “abrir el paraguas”– la posibilidad de que se encuentren en Siria: Damasco habría aceptado su traslado desde Irak. Por lo demás, cabe preguntarse por qué Bush hijo se molestó en buscar tan lejos esa clase de armamento: hay 23.415 toneladas líquidas de gas sarín, gas mostaza y gas nervioso VX almacenadas en todo el territorio de Estados Unidos, pero es improbable que lo invada para terminar con ellas.

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