Jue 22.05.2003

CONTRATAPA

¿Existe aún Occidente?

Por Immanuel Wallerstein *

No es cuestión de historia cultural sino de geopolítica contemporánea. De 1945 a 2001 pocas personas dudaban de que hubiera algo en la arena política mundial que se pudiera llamar “Occidente”. Cierto, había algunos desacuerdos en cuanto a quién incluir en esta categoría. Algunos países eran parte obvia: Estados Unidos, los estados de Europa occidental, Canadá, Australia y Nueva Zelanda. Pero en los bordes había controversia. ¿Era Europa “oriental” parte del mundo occidental? ¿Lo era Turquía? ¿Y qué con Japón? ¿Era un miembro honorario de Occidente, siguiendo la definición que hiciera el régimen del apartheid de Sudáfrica?
Pero desde que el régimen de Bush se embarcó en su machista marcha unilateral, se han vuelto tirantes las relaciones entre Estados Unidos y Europa. Los políticos y los medios de comunicación han tenido que reconocer que la unidad geopolítica de “Occidente” no es ya evidente en sí misma. Después de la conquista estadounidense de Irak, Tony Blair mismo se aboca a la tarea de restaurar la unidad entre Europa y Estados Unidos, lo que por supuesto significa una tarea esforzada y de resultados inciertos.
Mientras Estados Unidos vive la agonía política de buscar una política mundial para el futuro (pese a los altos porcentajes en favor de Bush en las encuestas, que son transitorias, Estados Unidos de veras agoniza sobre esta cuestión), Europa intenta dolorosamente reconstruirse a sí misma, como Europa, no como parte de “Occidente” o del “mundo atlántico”. ¿Cómo puedo decir esto cuando en este momento Estados Unidos se ve mucho más unificado políticamente que Europa, pues ésta es atravesada por agudos y explícitos conflictos internos?
En realidad hay dos razones. Una es económica, la otra cultural. Los aspectos económicos son bastante fáciles de explicar. Por un lado, Europa comparte con Estados Unidos su interés en mantener la división centroperiferia en la economía-mundo, con todas las ventajas que dicha estructura le proporciona al Norte. Por otro lado, Europa es claramente un rival económico de Estados Unidos, y esta rivalidad se hará más intensa en las décadas por venir. Así, el viejo continente tiene que evaluar lo que gana al hacer frente común con el Norte en arenas como la Organización Mundial de Comercio y lo que pierde por la ventaja económica que le impone Estados Unidos mediante el papel del dólar, sostenido por presiones militares y políticas.
Si Europa no puede quebrar el papel privilegiado del dólar, seguirá condenada a un segundo lugar. Los europeos se dan perfecta cuenta de ello. ¿Sacrificarán entonces sus intereses de clase como miembros integrales del “Norte” si tienen que emprender una lucha importante contra Estados Unidos? No necesariamente, porque creen que la estrategia estadounidense como “Norte” es menos eficiente de lo que ellos mismos desearían, y la posición estadounidense en cuestiones Norte-Sur se vería igualmente comprometida por una lucha simultánea contra Europa. El viejo continente considera que una política Norte-Sur diferente no sólo favorecería sus intereses sino también los de Estados Unidos (aunque los estadounidenses no se percaten de esto). Por tanto, parece muy probable que Europa no cancele su lucha económica con Estados Unidos, la cual gira en torno a arreglos financieros internacionales e inversiones en nuevos productos de punta. Con el fin de impulsar sus intereses económicos, Europa armará una fuerza militar independiente, contra la cual tanto Blair como Colin Powell ya vociferaron su oposición, pues podrían no ser capaces de impedirla.
En cuanto al factor cultural, hay que remontar un poco la historia. Estados Unidos es vástago cultural de Europa. Hasta 1945, tanto en Europa como en Estados Unidos Europa era el hermano mayor. Las realineaciones ulteriores a 1945 dejaron al viejo continente en el papel de hermano menor. Y los europeos no han terminado de asimilar este giro. Fueron tragados en gran medida por la guerra fría. Este sentimiento es compartidoincluso por los europeos más conservadores. Y ese orgullo cultural es absolutamente incomprensible para la mayoría de los estadounidenses. Siempre ha sido así. El vapuleo contra los franceses no es antifrancés. Es antieuropeo. Y los europeos lo saben. ¿Existe aún Occidente? No ha desaparecido por completo, en términos geopolíticos, pero parece ser increíblemente débil.

* Autor de El moderno sistema mundial, Un mundo incierto y El capitalismo tardío, entre otras obras.

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