Con cuarenta años recién cumplidos, una incursión cinematográfica que levantó polvaredas
y una notoria ruptura sentimental a cuestas,
Fito Páez saca un disco nuevo –Naturaleza sangre–, se reconcilia con algunos básicos rockeros y demuestra cómo volver a las fuentes puede ser también zarpar hacia lo desconocido.
Gilad Atzmon es uno de los hijos más réprobos del Estado de Israel. A los 17 años se enroló desbordante de entusiasmo en el ejército; la experiencia de la guerra del Líbano lo transformó para siempre. Sus discos de jazz son celebrados unánimemente: pocas veces se consiguió devolverle al jazz el contenido político que alguna vez tuvo. Su primera novela, Guía de perplejos (que se distribuye por estos días en Buenos Aires), fue retirada de las librerías de Israel y le valió las peores acusaciones. Y sus comentarios lo convirtieron en un crítico acérrimo de su país, un defensor de la causa palestina y un militante de la única solución que considera posible: la convivencia pacífica.
Alimentada por la colección de Enrique Sabater, secretario privado de Dalí durante una década, la muestra Dalí, el surrealismo que exhibe el Centro Cultural Borges es tan opípara que sus omisiones deslumbran. Aun así, las 307 piezas curadas por Santiago Shanahan permiten acceder al genio explosivo de un artista que se burlaba de André Breton, leía el destino en su propia mierda y anticipó el pop exhibicionista de Madonna, David Bowie y Orlan.
En sólo diez años de carrera, Analía Couceyro parece haberlo hecho todo: actuó en discotecas y salas oficiales, protagonizó varias puestas de su maestro Ricardo Bartis, dirigió dramas sobre mujeres diferentes, ganó premios y últimamente se aventuró en el cine. La actriz de Donde más duele y
Los rubios cuenta cómo se las arregló para hacer todo eso sin perder jamás la cabeza.
Finalmente se estrena Nadar solo, una película que venía circulando de mano en mano en videos distribuidos por su director. Y aunque en principio parece una película que llega para sumarse a la familia de films “nadistas, en los que no pasa nada”, sus intenciones son precisamente opuestas: oponerse al cine en el que no se sabe de qué trabajan sus protagonistas, evitar los guiones de relojería, rastrear los estados emocionales y ver, de paso, cómo construir la identidad de la generación de los veintipocos.
Inspirada en los recuerdos de niñez provinciana de su directora, Viviana Iasparra,
Baile de campo rescata la danza del mundo formal y estilizado donde languidece y la arroja a esa eterna arena de infancia donde correr, esconderse y trepar son placeres tan vertiginosos como cotidianos.
La historia es lo mejor de Bond con lo mejor de Welles: un dictador comunista fanático del cine secuestra, a fines de los ‘70, al mejor director de su peor enemigo y lo obliga a filmar para él y su pueblo. El escenario: Corea del Norte y del Sur. El director: Shin Sang-ok, considerado el Orson Welles de Corea. El villano: el hoy célebre Kim Jong-il.
El resultado: la increíble Pulgasari.
Aunque usted no lo crea.
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