Vie 23.05.2003

CONTRATAPA

Febo asoma

› Por Susana Viau

Tan, tararán, tararán, tararán, tararán. El disco con los primeros acordes de la Marcha de San Lorenzo anuncia la entrada de la bandera y de su escolta por el corredor que abre la concurrencia. El auditorio arranca con “Febo asoooma/yaa sus rayos/iluminanelhistóricoconvento”, así, todo seguidito y sin respirar. La abanderada blanquea los ojos, fijos en el hipotético cielo, y se esmera por dejar la mirada suspendida y sin pestañeos. Las conjuntivas sufren; la vista se nubla por el esfuerzo; los lagrimales se activan y las órbitas llegan al punto del estallido. Los padres, de pie, aplauden y los maestros se mueven para acá y para allá acomodando chicos. Después, los felices niños correrán a cambiarse, a vestirse de granaderos, o de indios, o de criollos y bailarán una danza argentina mientras una paisanita de cara embetunada a la Seineldín reparte empanadas y pastelitos de dulce.
Ciclo tras ciclo, caro, medio o popular, conservador o progre, ningún colegio a lo largo y a lo ancho de la geografía ha logrado zafar de esas horrendas sesiones de tortura colectiva con que, modestamente, hemos homenajeado a la Argentina, a Sarmiento, a San Martín y a Belgrano. ¿Quién no ha sido, al menos una vez, un niño Cornelio Saavedra, o una niña Mariquita Sánchez o, a falta de varones, una niña Cornelio Saavedra? ¿Quién, a la voz de ¡aura! no se ha hecho un lío con el derroche coreográfico del pericón? ¿Quién no ha exigido sus cuerdas vocales para alcanzar el “es la bandera...”, de ese monumento al dislate que es “Aurora”? Juan Sasturain, en su infinita sabiduría, le pone fundamentos a aquella infantil percepción de la locura y me cuenta que la letra fue traducida “por un nabo” que se deliró y embriagado –borracho– de inspiración patria creó un pajarraco ad hoc, mezcla de águila y cóndor porque, si se consulta la enciclopedia o se sintoniza Animal Planet, se advertirá fácilmente que las águilas no tienen “purpurado cuello”. El voluntarioso escriba no sólo se metió con el reino de la naturaleza sino también con el diccionario e inventó “irradial” para que le diera la rima. Claro, los “educandos” de entonces se tomaban tiernas revanchas contra tanto incienso y tanta mirra reemplazando el “gloria y loor” (¡”loor”, vaya palabrita!) por gloria y olor, haciendo pareados que acomodaban Sarmiento y viento, Belgrano y mano o inventando al Patriota Susvin. En fin, resistencias primitivas al estereotipo, a los rituales de papel maché que se anudaban con lazos subterráneos a la disciplina militarizada del “¡Formar fila!”, “¡Tomar distancia!” y “¡Vista al frente!”, una cadena de voces de mando cuya perfecta conclusión bien podría ser “¡Apunten! ¡Fuego!” Y uno creía que era así, que debía ser así, que sería así en todas partes y no había escapatoria: los actos eran una leve fatalidad, la letra chica del contrato que suscribíamos con la lectoescritura. Después, la suerte empujó puertas afuera a unos; la dictadura hizo lo mismo con otros. Los hijos de los que salieron fueron a los colegios del lugar del mundo que les tocó. Pasaron los meses y los años y no había actos, ni filas, ni distancia, ni banderas izadas y arriadas a las ocho y a las doce. Habíamos vivido engañados: lo que suponíamos inmanente, consustancial a la educación, era apenas nuestro estilo, una costumbre argentina.
Hace unos días unos amigos me contaron que habían recibido una nota del colegio al que va su hija. La comunicación les explicaba que de aquí en más los actos patrios serán talleres de información y discusión entre padres, alumnos y docentes. Sonaba demasiado bueno para ser cierto. Pregunté a una docente conocida y me respondió que sí, que en su escuela tenían la misma directiva. Por lo que parece, se acabó; adiós a los actos, se terminaron los “días de fiesta” que conocíamos. Aunque por una de estas trampas de la vida, en lugar de olvidar las efemérides quizá haya que incluir en el calendario una más: la del día en que la Secretaría deEducación descubrió que la formal y tontorrona rendición de honores es enemiga de la pasión por la historia.

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