› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Rodríguez jamás entendió eso de “Conservar la calma” porque ¿cómo conservar algo que se ha perdido? Rodríguez tampoco comprendió nunca a esa enfermera con el índice en los labios en las paredes de los hospitales: ¿puede pedirse silencio en un lugar donde la gente sufre y llora y gime y grita? Rodríguez, por su parte, cruje. A saber: Rodríguez se tomó varias latas de la bebida energética Monster. Ya saben: lata flaca y negra como la noche más oscura del alma y el rastro color verde radiactivo de garras mutantes. Ahora, con su corazón erecto y sin necesidad de disfraz de Halloween, Rodríguez está suelto y feroz y lleno de energía.
DOS Y es que Rodríguez ha sumado a sus preocupaciones habituales –conjuras vaticanas, postales cósmicas que envían el Hubble & Co., importada mafia made in China, no saber para qué sirve el cambio horario si lo que se ahorra al amanecer vuelve a gastarse al anochecer– la necesidad de dominarlo todo acerca de las energy drinks. Esas pócimas dulzonas –cada vez hay más– diseñadas en laboratorio o caldero para ascendernos a Obélix o rebajarnos a Hyde y que, en sus comerciales, prometen cosas tan raras y desconfiables como las propagandas de detergentes, productos de belleza, partidos políticos. Y, sí, el energizado pedaleador Lance Armstrong supo publicitar la gaseosa saltarina FRS con la frase “¿Cansado de estar cansado?”.
Y una noche la hija de Rodríguez volvió a casa en un estado más bien alterado luego de tomarse un par de Red Bulls con vodka. Entonces, Rodríguez buscó y encontró y leyó que –según reciente estudio– el alcohol en realidad disipa todo efecto acelerante del brebaje. Por lo que el supuesto efecto de euforia casi criminal en adolescentes no era otra cosa que puro autoconvencimiento. La necesidad de que algo te cambie, de ser otro, de olvidarte de que seguirás viviendo con tus padres hasta que mueran y te dejen su hipoteca en herencia.
Cuando su hija, por fin, dejó de hablar en lenguas y se durmió con los ojos abiertos sollozando “los jubilados españoles tienen más poder adquisitivo que los jóvenes”, Rodríguez continuó documentándose. Googleó el reciente obituario de Chaleo Yoovidhya, multimillonario tailandés muerto a los 89 años e inventor de Red Bull para así aumentar el rendimiento de trabajadores de turno noche. Rodríguez se enteró también de que la Coca-Cola se preparaba para lanzar en España una versión femenina del brebaje, Tab Fabulous, con el slogan “Ser mujer es muy difícil” (el slogan de la mucho-macho Monster es “El tamaño sí importa”). Rodríguez siguió clickeando sin parar (y ahí fue cuando fue hasta el refrigerador y abrió la primera Monster de su vida y noche) para informarse a fondo de las crecientes investigaciones de organizaciones de salud para averiguar si (a) las bebidas energéticas no producen ningún efecto energizante, o (b) provocan muerte súbita por paros cardíacos. Mientras se ponen de acuerdo y se hacen públicos los resultados de las autopsias de cinco cadáveres recientes que no dejan de moverse, Rodríguez abre su segunda lata (dos latas de Monster equivalen, en cafeína, a catorce de Coke) y se entera de que las acciones de la Monster Beverage Corporation han caído en Wall Street casi tanto como las de Facebook, que se ha frustrado su compra por la Coca-Cola Company, y que ha sido retirada del mercado norteamericano una bebida energética llamada Cocaine. El nombre –un tanto más drástico que Four Loko, Amp, Rush, Hustler, Go Fast, Desperta Ferro!, Rockstar, Magic Man, Toro XL, Venom, Spike Shooter, Hero, Monster Nitrogenous, Speed, Full Throttle, Shark Stimulation, Hooah!, Gladiator, Lokura, Burn, Sobe No Fear, Sobe Adrenaline, Sobe Superman, Dark Dog, Bookoo, Rip, Vive 100%, Reload– no cayó muy bien, parece. Sus fabricantes han dicho que pronto será relanzada con nueva marca. ¿Krisis, tal vez?
TRES A la altura de su tercera lata, Rodríguez ya sabe que esa noche será blanca. Así que apaga pantalla pequeña de PC y enciende pantalla grande de TV y canal 24 horas de TVE. Y ahí está Alfredo Pérez Rubalcaba declarando que se siente “unánimente apoyado” por el PSOE (Rubalcaba bebe Amp, pero en el momento menos pensado se la van a cambiar por Venom sin que se dé cuenta). Y Juan Carlos I, en otro de sus de safaris de negocios para intentar venderle a alguien eso de la “Marca España”, afirmando que “Desde fuera, España se ve mejor, sales más contento. Dentro, dan ganas de llorar... Con el cuchillo en la boca, sonrisa y ganas saldremos p’alante” (el rey bebe Sobe Superman o Gladiator o ambas). Y Mariano Rajoy explicando que descarta pedir el rescate este año “salvo cataclismo” y convencido de que “vamos a solucionar” las tensiones nacionalistas con Cataluña (una vuelta para todos de Magic Man). Y la ministra de Empleo y Seguridad Social, apenas tres días después de que se difundieran las nuevas cifras de record histórico de desempleo, asegurando que “España está saliendo de la crisis” (Fátima Báñez no atiende a los medios sin antes tragarse dos o tres litros de Four Loko y de fumarse un par de canutos de aquellos “brotes verdes” que alucinaba Zapatero durante la Era del Talante). ¿Es el líder coreano y norteño Kim Jon adicto a la ACME Coyote y de ahí que le perdonara la horca por haber bebido alcohol durante el período de luto por su padre Kin Jong Il, pero, enseguida, le ordenara a un oficial de su ejército esperar, sobre una X pintada en el piso, la llegada de un proyectil de mortero? ¿Beberá Obama Reload? ¿Y Romney Go Fast? ¿Tendrán un Spike Shooter acechando desde un ventanal en su futuro? ¿Y qué habrán glu-glu-glugueado todos esos perfectos insensatos que salen a la tormenta perfecta a fotografiarse y filmarse con sus teléfonos? ¿Sobe No Fear o las todavía en pruebas Sobe Self-Destroy y Sobe Mega Idiot? Después, no hay dudas, todo es puro Burn: las ya habituales imágenes de hombres y mujeres y niños sacados de sus casas a rastras por la policía en cualquiera de los quinientos desahucios promedio que hay por día dentro de España. Algunos no alcanzan a ser arrastrados porque se cuelgan en la sala o se arrojan por los balcones y Rip. Y, sí, a Rodríguez –tres latas más– le dan ganas de llorar y de salir con un cuchillo en la boca a hacer lo que haya que hacer. P’adelante y hasta el fondo. Vivir al ciento por ciento. Hooah!
Pero, sin cuchillo pero con el corazón en la boca y el cerebro en los ojos desorbitados, Rodríguez apenas llega hasta el hospital. Ahí está, sentado. Sacudiendo su patita sin parar. Huracanado y centrífugo y monstruoso. Soñando con nombre consolador y tranquilizante, como ese Nervocalm en gotas al que acudía el papá de Mafalda. Esperando a que lo atiendan, que lo hagan bajar de las profundidades en las que se encuentra para así salir más contento, como un rey.
Pero todo indica que la suya va a ser una larga espera.
Y tiene tanta sed.
En una habitación se inaugura un bebé (¿el hijo de Messi?) y en un televisor encendido, desde Madrid, comienzan a emitirse en avalancha imágenes e informaciones e imágenes de las jóvenes muertas en una macrofiesta del Día de los Muertos.
La enfermera del cuadro lo mira fijo y, sin bajar su dedo de su boca, le pregunta su nombre.
“Llamadme Sandy”, responde, cataclísmico y atormentado, Rodríguez.
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