› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Rodríguez se entera de la existencia/
inexistencia de una isla en el Pacífico sur llamada Sandy –igual que el reciente huracán– que alguna vez estuvo, pero ya no está. O que tal vez nunca haya estado. Como la supuesta “mayoría absoluta y excepcional” con la que contaba el independentista por conveniencia Artur Mas. El hombre se creía tan insumergible como el Titanic y cometió el error de confundir un iceberg con un islote de arenas doradas y palaus cinco estrellas. Desde aquel Sunday/Sandy fatídico, el presidente catalán se fue a pique (Mas es Menos es el fácil pero inevitable y eficaz chiste) cuando, adelantando las elecciones dos años, retrocedió al apostar a ganar seis diputados más de lo que ya tenía y acabó perdiendo doce diputados de lo que ya no tiene.
Y se sabe que la hemingwayana teoría del iceberg para la escritura de cuentos ha sido reclamada y mal utilizada por los políticos para, también, contar cuentos. Sólo la punta. El resto, bajo el agua, sólo lo conocen ellos y es sólo para ellos. Y todos a los botes: políticos primero. Mujeres y niños y el resto de los ciudadanos, que floten, si pueden.
DOS Ya se dijo: a Rodríguez nada le gusta menos que el después en esas películas catástrofe. Lo más “divertido” es el largo y sinuoso camino hacia el Apocalipsis y, después, esos catárticos minutos de sonido y furia donde todo vuela por los aires. En lo que hace a las elecciones, en cambio, a Rodríguez sólo le interesan las postales de tierra baldía de la noche después y de los días que siguen. Ese vals histérico en el que todos enarbolan las banderas de excusas y explicaciones absurdas. Frase inolvidable de Mas: “Las elecciones en Cataluña eran necesarias, aunque no hayan salido como esperábamos”. Así, Convergéncia i Unió (CIU), sintiéndose –en la derrota– más comprometida que nunca y, hundida el sueño de mandar a solas, lanzando ahora S.O.S. a apoyos externos diciendo que ha llegado el momento del todos juntos ahora (y anunciando para 2013 recortes cuyas cifras alcanzarán las de los ajustes de 2011 y 2012); la independentista de siempre y ahora ascendente Esquerra Republicana de Catalunya explica que no formará gobierno con Mas, pero que lo apoya a su manera; el Partit dels Socialistes de Catalunya (PSC) se consuela porque retrocedieron menos de lo que auguraban las encuestas y el Partido Popular (PP), feliz por la caída de Mas sin darse cuenta de que –cuando pase el temblor y siga el terremoto– Catalunya será tierra casi ingobernable. Por debajo de todos ellos –y de la captura de votos sueltos por formaciones jóvenes como Ciutadans de Catalunya (C’s) e Iniciativa per Catalunya (ICV)– está la cada vez más arrodillada gente de a pie, intentando intentar algo. Pero cada vez se le ocurren menos cosas. Salvo que va a ser un invierno muy largo y que no sólo Santa Claus no existe. Tampoco existe –llegó la hora de recordarlo– la paga extra de Navidad.
TRES Lo que sí existe, parece, es agua en Mercurio. De pronto hay agua en todos los planetas en los que no había agua. Todo hace agua. Sigue faltando, eso sí, aire puro. Aquí también.
CUATROAhogadas y a la deriva, esposa e hija de Rodríguez dan vueltas por la casa. Como esos náufragos enloquecidos a la sombra de una única palmera o como Artur Mas. Una y otra se preguntan qué pasó y, como Mas, ahora se sienten como espectadoras de una de esas muchas series norteamericanas canceladas a mediados de la primera temporada. Luego saldrá box con algunos capítulos que no llegaron a emitirse, pero, lo mismo, nada tiene sentido ni razón de ser. Al hijo de Rodríguez, en cambio, sólo le preocupa disfrutar de los once puntos de ventaja que el Barça le ha sacado al Real Madrid y, de acuerdo, es otra cepa del mismo virus, pero parece menos peligroso.
CINCO Mientras tanto llega la primera ola de frío polar y, bajo su gorro y bufanda, Rodríguez prefiere seguir pensando en la isla desaparecida, en la posibilidad de desaparecer en una isla. Rodríguez rememora islas de su pasado siempre presente: las islas de Robinson y de Peter Pan y de Nemo y de Gulliver y de Kong. Las islas del tesoro (la de Jim Hawkins y la de Edmond Dantés). Las islas iniciáticas de La tempestad y de El señor de las moscas y de Isla. Y en ellas, héroes limpios y villanos dignos y bien narrados. Todos tan creíbles en sus ficciones. Nada que ver o que leer con los políticos locales y nacionales. Por suerte comienzan a bajar los posters con rostros de políticos en estaciones de metro y paradas de autobús –todavía se resiste alguno de Mas, con los brazos abiertos, como flotando sobre las masas de la última Diada y sobre el más bien ambiguo y traicionero tiro por la culata slogan de “La voluntat d’un poble”– y comienzan a ser suplantados por los afiches del inminente estreno de El hobbit. Es un consuelo. Rodríguez ya no quiere verlos ahí, tan cabezotas. En especial a los del PSC y derivados. ¿Qué pasó? Rodríguez siempre había votado por los socialistas –treinta años de su saga– porque eran como personajes de El señor de los anillos. El omnipresente Aznar –que por estos días presenta sus memorias selectivas y declara cosas como “sufro observando a España”– es Saurón y su ojo que todo lo observa. Pero Felipe González era como Gandalf y Zapatero, se supone, era Aragorn. O por lo menos Frodo. Ahora todos le parecen Gollum. ¿Había islas en la Tierra Media? Rodríguez cree que sí y arranca un nombre a las profundidades de su memoria: Númenor. Otra isla ahogada por designio del supremo Eru, como castigo por creerse única e inmortal.
SEIS ¿Será el destino final de Catalunya aislarse? ¿Convertirse en isla? ¿Quién sabe? En estos días de caos y confusión todo parece posible. Se acerca fin de año y –para ir encendiendo el fuego no de la fogata sino del incendio– ya se informa que 2013 será mucho peor de lo que se ha experimentado hasta ahora. Se superarán sin esfuerzo, pero con sufrimiento, los seis millones de parados, de nada servirán los “deberes” para cumplir el déficit y el PIB disminuirá el triple de lo que augura el gobierno. Habrá rescate para algunos, pero no habrá consuelo para casi nadie; aunque los noticieros insistan en aferrarse a los maderos distractivos de un demacrado Urdangarin en busca del perdón real y cada vez más parecido a Tom Hanks en Náufrago (para que sepamos que los ricos también adelgazan) y las cadenas televisivas estrenen formatos graciosillos donde se les pide a los espectadores que envíen videos de denuncias varias para emitirlos entre risotadas y aplausos. Porque –como cantaba una rumbita catalana– es preferible reír que llorar. Aunque uno parezca tan pero tan tonto riéndose de todo eso que dan ganas de llorar.
SIETE Rodríguez no ríe, pero sí sonríe. Rodríguez es puro ensueño. Y se imagina caminando por los bordes de una isla, el mar lamiendo sus pies. Solo, pero no solitario. Entonces –justo cuando descubre una huella de pie descalzo– su hijo aúlla el primero de los cinco goles del Barça. La huella, claro, es la marca de la realidad, la inminencia de otra patada. Y ni la marea podrá borrarla o evitarla.
Cuando Rodríguez despertó, la isla ya no estaba allí, porque a veces –como Sandy– hasta las islas naufragan.
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