› Por Rodrigo Fresán
UNO Rodríguez recuerda que, hace tanto, durante sus primeros tiempos en el colegio, no veía la hora de que llegase el momento de usar el signo de porcentaje. Este: %. Le encantaba, y no sabía mucho por qué. Le parecía como marca de secta secreta, como señal para luminosos iniciados. Con los años, supo que el concepto se venía usando desde 1425, que alcanzó el look gráfico y logotípico con el que hoy lo conocemos en 1650 (cuando su línea hasta entonces horizontal se diagonalizó), y que sumándole circulitos inferiores se obtiene el menos utilizado el signo de pormillaje y por pordemillaje y así hasta el infinito y más allá, supone. De lo que sí está seguro Rodríguez es de que ahora –y desde que se introdujo en su vida y en sus estudios, arruinando para siempre sus promedios matemáticos junto con la coma decimal y las fracciones y los polinomios– detesta el signo en cuestión. Y lo detesta tanto porque –a diferencia de los inútiles y descartados polinomios y fracciones– se ve obligado a utilizarlo y a pensarlo cada cinco minutos que ya son cuatro, tres, dos, uno.
DOS Y, sí, todo es porcentual. Todo tiene y se hace en porcentajes. Rodríguez es consciente hoy que el amor de su mujer se ha reducido en un 45 por ciento desde el día que se conocieron (el 80 por ciento de los españoles desea mejorar su vida sexual, de acuerdo con recientes encuestas); que el de su hija se mantiene estable en un 60 por ciento (pero que alcanzará picos de vértigo y culpa con la eventual muerte de Rodríguez), y que el de su hijo es, por el momento, de un 90 por ciento con pronóstico de caída una vez arribada la adolescencia. Para Rodríguez, su propia vida tiene un 51 por ciento de interés y un 49 por ciento de mejor no hablemos y cambiemos de tema. Rodríguez es consciente también –-todos los días, de ida y vuelta al trabajo– de que los ahora prohibidos, pero resistentes músicos ambulantes del metro entonan “Sólo le pido a Dios” un 85 por ciento menos (canción que, en los años dorados del “España va bien” evocaba problemas ajenos como guerras distantes) y que en cambio ha subido en un 55 por ciento la sentida interpretación de “Color esperanza” (himno cromático-clorofílico de las crisis y depresiones económicas tan próximas). Sí: a su alrededor, todo es y todos son esos dos círculos y raya –algo que puede ser casi el plano quieto de un mecanismo de tobogán o catapulta– pero que a Rodríguez cada vez se le antojan más cercanos a una mordida de Drácula seguido por el trazo del fino bisturí de Hannibal Lecter, quien también pasaba por ahí y que no demorará en disponer del sabroso cuerpo ya vacío de sangre.
Nada se pierde, todo se consume.
Al 100 por ciento.
TRES Y la paradoja: todo baja para que los porcentajes suban. De ahí que aquí y ahora –tan lejos de las aulas, pero siempre rumbo a la dirección para recibir su castigo– Rodríguez ha desarrollado un juego tonto y secreto. Cada vez que leyendo el periódico o mirando las noticias se topa con el signo o con su sonido, cambia de página o salta de canal. Así, Rodríguez es por estos días un lector muy cambiante y un telespectador de lo más saltarín. Imposible permanecer por más de unos segundos en un solo sitio. Porque el porcentaje de titulares con porcentajes alcanza el 95 por ciento y subiendo. Así, por ejemplo, Rodríguez se entera de que, con el aumento del IVA al 21 por ciento, el consumo cultural en España –-conciertos, teatro, cine, libros, DVD, CD– ha venido descendiendo un 20 por ciento promedio (aunque algunos productos específicos han bajado hasta un 70 por ciento) desde el 2008. Cambio. De que el virus del paro ha crecido hasta un 11,8 por ciento en una Eurozona arrastrada por la cepa española; que acapara el 43 por ciento del aumento continental de larga duración entre 2008 y 2011, y donde el 56,5 por ciento de los menores de 25 años no tienen trabajo enmarcados en una tasa de paro del 28 por ciento de la población activa. Salto. De que siempre se habla de 2000 empleos menos en cualquier sector o empresa –fueron 2000 empleos al día los que se volatilizaron durante el 2012– y que eso equivale a un porcentaje diverso, pero siempre contundente de la plantilla. Cambio. De que una empresa privada ya se ha hecho con el 55 por ciento de la empresa que se dedica a la analítica en hospitales que hasta hace poco eran públicos. Salto. De que Telemadrid apagará al 80 por ciento de sus empleados y el Banco Valencia –y no es la única entidad financiera arrojando galeotes por la borda– despedirá al 89 por ciento de sus empleados por lo que, seguramente, todo se hará en cajeros automáticos descompuestos. Cambio. De que Europa –de seguir contrayéndose la economía y pagándose interés al 5 y 6 por ciento– afronta la afrenta de una década perdida. Salto. De que Hacienda calcula que los kakfianos trámites para abrir empresas en el país han descendido un 30 por ciento desde el 2008. Cambio. De que las familias españolas han reducido la compra de alimentos en un 1,8 por ciento el pasado octubre y un 2,3 por ciento en septiembre. Salto. De que la Seguridad Social perdió en diciembre 88.367 cotizantes respecto de noviembre, con lo que acabó el 2012 en 16.442.681 afiliados medios, un 4,57 por ciento o 787.240 ocupados menos que en 2003. Cambio. De que la financiación de los bancos a empresas –exceptuando a clubes de fútbol y partidos políticos, se entiende– ha descendido en un 4,6 por ciento con respecto al 2011. Salto. De que los salarios en convenio subieron el 1,3 por ciento en 2012, muy por debajo de la inflación, porque los precios han crecido un 2,9 por ciento y la pérdida de poder adquisitivo ha sido de 1,6 puntos. Cambio. De que hay un 30 por ciento de abandono escolar y de que el 79 por ciento de los españoles (más allá de un Rajoy, con su popularidad en picada en las consultas, pero orgásmicamente feliz por el descenso de la prima de riesgo, de que el 81 por ciento de los votantes del PSOE no confíe en Rubalcaba, y de que el 96 por ciento de la población crea que se han pasado un poquito con lo de la corrupción política) están convencidos de que dentro de un año todo estará igual o peor y de que el 91,5 por ciento sostiene que, ahora mismo, las cosas están como para arrojarse desde la ventana más alta. Salto. Y, por fin, Rodríguez –-agotado de tanto cambio y salto– se detiene en esas secciones de color local y en la novedad de que alguien con mucho tiempo libre y fondos ilimitados ha descubierto que las plantas también pueden tuitear. O algo así. Rodríguez no entiende mucho; pero al menos no se habla allí de ningún porcentaje. Aunque la historia tiene cierto parentesco y porcentaje de afinidad con todo lo anterior: la planta lanzó desesperadamente mensajes para que la regasen. Pero nadie le hizo caso. Y se secó. Y se murió. Por supuesto, hay plantas tuiteras en Barcelona –ciudad de lo cool por definición– y una es un helecho llamado Mister Melville Green y la otra se llama Welovegarden. Y parece que una y otra y una actúan en óperas y salen en publicidades. O algo así. Pero a Rodríguez no le importa mucho y sólo se pregunta si seguirá en racha de asuntos no-porcentuales. Y la respuesta es no. Lo siguiente tiene que ver con que el asteroide Apofis –-que eventualmente amenazará la vida en la Tierra para el año 2036– tiene un diámetro 20 por ciento mayor de lo que se creía. Sus 270 metros son en realidad 325 metros. Por lo que las consecuencias fatales de su impacto con nuestro planeta aumentarían en un... Cambio y salto.
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