Mié 11.06.2003

CONTRATAPA

¿Erase una vez el neoliberalismo?

Por Emir Sader *

El neoliberalismo buscó imponerse, inicialmente, como la mejor alternativa para un mundo que parecía haber agotado otras. Pretendía ser alternativa nada menos que al período de mayor crecimiento de la economía mundial. Se habían combinado ahí la más acelerada fase de expansión económica de las grandes potencias capitalistas y la expansión de países de la periferia con el fortalecimiento de las economías de los países del entonces llamado “campo socialista”. Esa convergencia dio como resultado un crecimiento global de la economía como nunca antes, entre los años 40 y los 70 del siglo XX.
Esas vertientes tenían algo en común: la crítica del liberalismo. Todas habían nacido o se habían fortalecido a partir de la crisis de 1929. Las reacciones fueron diversas, pero todas tenían en común la condena a la confianza en el “libre juego del mercado”.
El ciclo global de crecimiento económico de la posguerra se construyó así sobre la crítica, más o menos radical, del liberalismo. Cuando esas vertientes comenzaron a dar señales de agotamiento el liberalismo se lanzó de nuevo como alternativa hegemónica. Hasta ese momento, los liberales se habían mantenido como crítica marginal, conservadora, de las tendencias económicas y políticas dominantes. Incluso los partidos de derecha se comprometían con el keynesianismo, al punto que, a comienzos de los años 70, el presidente republicano de Estados Unidos, Richard Nixon, declaró “somos todos keynesianos”, reflejando el poder hegemónico de la propuesta reguladora del Estado capitalista.
El diagnóstico neoliberal fue que la regulación desestimulaba al capital y que la libre circulación era la alternativa para regresar al desarrollo, tanto en el centro como en la periferia.
Como política concreta, el neoliberalismo se inició en América Latina, más precisamente en Bolivia y en el Chile de Pinochet. Luego, con la elección de Margaret Thatcher en Inglaterra y Ronald Reagan en Estados Unidos, el neoliberalismo fue asumido como modelo hegemónico por el capitalismo a escala mundial. Se generalizaron, gracias al Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio, las políticas de liberalización económica y financiera, con la desregulación, privatización, apertura de las economías al mercado mundial, precarización de las relaciones de trabajo y retracción de la presencia del Estado en la economía.
Cuando el neoliberalismo fue perdiendo impulso, sus políticas, inicialmente consideradas como las mejores, pasaron a ser consideradas las únicas, conforme al recetario del “Consenso de Washington”. No había alternativa, como si se tratase de un purgante necesario.
Dos décadas después, el balance del neoliberalismo no corresponde a sus promesas: la economía –en varios países y en la economía mundial en su conjunto– no retomó la expansión, la distribución de la renta empeoró, el desempleo aumentó sensiblemente, las economías nacionales quedaron fragilizadas, las crisis financieras se sucedieron.
En América latina, mientras inicialmente los presidentes se elegían y reelegían conforme adoptaban políticas neoliberales, como sucedió con Carlos Menem, Alberto Fujimori y Fernando Henrique Cardoso, a partir de finales del siglo pasado comenzó a suceder lo contrario. Fernando de la Rúa en Argentina, Jorge Batlle en Uruguay, Alejandro Toledo en Perú, Sánchez de Losada en Bolivia, Vicente Fox en México, pasaron a tener el destino opuesto: la amenaza del fracaso si continuaban el mismo modelo económico.
En ese contexto de crisis económica y social –que al mismo tiempo debilitó los sistemas políticos– el neoliberalismo entró también en crisis ideológica, con el creciente cuestionamiento de los valoresmercantiles, incluso por parte de organismos como el Banco Mundial y ex teóricos del neoliberalismo, que pasaron a reivindicar acciones complementarias por parte del Estado y formas compensatorias para remediar los daños sociales causados por aquellos valores.
Los movimientos contra la globalización neoliberal, a partir de Seattle, consolidaron ese agotamiento y el pasaje de quienes aún predican las políticas neoliberales a una posición defensiva.
Pero el agotamiento –teórico y práctico– del neoliberalismo no representa su muerte. Los mecanismos de mercado que ese modelo multiplicó siguen siendo tanto o más fuertes que antes, condicionando y cooptando gobiernos y partidos, fuerzas sociales e intelectuales. Y su remplazo no significa necesariamente una ruptura con el capitalismo. Esta sustitución puede darse por la superación del neoliberalismo en favor de formas de regulación de la libre circulación del capital, ya sea en la lógica del gran capital, ya sea en sentido contrario.
Incluso el gran capital puede retomar formas de regulación, de protección, de participación estatal en la economía, bien sea alegando necesidades de hecho, bien retomando concepciones más intervencionistas del Estado, con críticas a las limitaciones del mercado. Esta última visión está representada por el megaespeculador George Soros, quien afirma que el mercado es bueno para producir cierto tipo de bienes, pero no los bienes que llama públicos o sociales, los cuales deberían ser responsabilidad de políticas estatales. O el gran capital puede simplemente, por vía de los hechos, violar sus propias afirmaciones y desarrollar políticas proteccionistas –como las del gobierno de Bush–, alegando necesidades de seguridad, de defensa de sectores de la economía, e incluso del nivel de empleo.
También el posneoliberalismo puede ser conquistado a contramano de la dinámica del gran capital, imponiendo políticas de desmercantilización, fundadas en las necesidades de la población. En este caso, aun sin romper todavía con los límites del capitalismo, se trata de introducir medidas contradictorias con la lógica del gran capital, que más temprano o más tarde llevarán a esa ruptura o a un retroceso, por la incompatibilidad de convivencia de dos lógicas contradictorias.
Cuál camino prevalecerá es una cuestión abierta, que será decidida por los hombres, arrastrados por la lógica perversa de la acumulación del capital, o conscientes y organizados para retomar el poder de hacer su propia historia.

* Sociólogo brasileño, catedrático de la Universidad de Río de Janeiro. De La Jornada, especial para Página/12.

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