CONTRATAPA
Retornos
› Por Juan Gelman
El cese de la Guerra Fría disipó al parecer el fantasma del Apocalipsis definitivo. Al parecer. Ha regresado en forma de documento, se titula “Revisión de la postura nuclear” (NPR por sus siglas en inglés) y el Pentágono lo remitió al Congreso en enero del 2000. Diferentes medios y organizaciones no gubernamentales de EE.UU. han mellado su secreto. Un año y ocho meses antes del 11/9 el documento proponía mantener, modernizar y ampliar los arsenales nucleares norteamericanos para “garantizar la seguridad de aliados y amigos”, “desalentar a los competidores”, “disuadir a los agresores” y “derrotar a los enemigos” que podrían atacar con armas de destrucción masiva. Individualizaba ya entonces a siete países de esta última condición: Corea del Norte, pero también naciones sin armas nucleares como Irak, Irán, Libia y Siria, y China y Rusia que sí las tienen. No sorprende que a mediados de marzo del corriente año el gobierno chino citara al embajador estadounidenses en Beijing para acusar a Washington de “chantaje nuclear”.
La “Revisión” viola de manera manifiesta el Tratado sobre la no proliferación de armas nucleares que entró en vigor en 1970. También el compromiso que los cinco miembros del Tratado con armamento nuclear –EE.UU., Francia, China, la entonces URSS, el Reino Unido– sellaron en 1978, y ratificaron en 1995, de no emplear esas armas contra Estados que no las posean. Pero Bush hijo insiste: “Ponemos todas las opciones sobre la mesa, porque queremos dejar muy claro a las naciones que no van a amenazar a EE.UU. o a utilizar armas de destrucción masiva contra nosotros o nuestros aliados”. La “teoría” de la acción militar preventiva para clausurar esa posibilidad se aplicó en Irak con los resultados –o falta de resultados– conocidos.
La premisa central de la “Revisión” es sobre todo espeluznante: asienta que las armas nucleares formarán parte del arsenal militar estadounidense al menos durante los próximos 50 años. A partir de ahí se formula una serie vasta y muy costosa de programas destinados a renovar y agrandar las existencias nucleares: nuevos misiles balísticos intercontinentales para el año 2020, nuevos misiles balísticos lanzados desde submarinos para el 2030, un nuevo bombardero pesado para el 2040 y nuevas cabezas nucleares en todos los casos. Las armas nucleares –se afirma en el documento– seguirán jugando “un papel crítico” porque poseen “propiedades únicas” que brindan “opciones militares verosímiles” para enfrentar “una amplia gama de tipos de objetivo” de un enemigo potencial capaz de utilizar armas de destrucción masiva. Este hincapié pesadillesco del Pentágono en semejante estrategia, sin antecedente desde el primer gobierno de Reagan, elevará su arsenal total de armas nucleares a unas 15.000 unidades según el neoyorquino Consejo de Defensa de los Recursos Naturales. Una cifra casi ocho veces superior a la meta públicamente declarada de conservar sólo de 1700 a 2200 “armas (nucleares) operativas desplegadas”. Que explica la pregunta que en abril hizo ante sus pares la senadora demócrata Dianne Feinstein: “¿Cómo podemos disuadir a los demás de que desarrollen armas nucleares cuando nosotros mismos estamos avanzando en el desarrollo de nuevas armas nucleares?”.
La “Revisión” no se detiene ahí. Se propone “optimizar” el sistema militar de satélites y crear con ellos nuevos sistemas de inteligencia en tiempo real que permitan atacar con armas de largo alcance y suma precisión, para “desalentar a un adversario potencial que pretenda hacer grandes inversiones en misiles balísticos móviles”. Se proyecta además incrementar la capacidad de llevar a cabo ensayos nucleares en Nevada, y revitalizar la infraestructura nuclear del país a fin de producir armas y sistemas “completamente nuevos”, por ejemplo minibombas que destruyan “objetivos subterráneos profundos”. Para ello se impulsarán en los laboratorios de Los Alamos, Sandia y Lawrence Livermore “labores de diseño (basado) en concepciones avanzadas”.
El Pentágono cree haber detectado la existencia en países “hostiles” de 1400 bunkers subterráneos con armas de destrucción masiva. Sus especialistas quieren fabricar armas nucleares que puedan alcanzarlos. Serían de unos 5 kilotones, es decir, tendrían una cuarta parte del poder de la atómica que devastó Nagasaki y eso –afirman– reducirá la contaminación radiactiva. Los hechos opinan lo contrario. Se recuerda un ensayo nuclear que tuvo lugar en Nevada en 1962: la bomba estalló a unos 250 metros bajo tierra y expulsó a la atmósfera 12 millones de toneladas de tierra y desechos radiactivos. Curiosamente, este operativo fue bautizado “Sedan”. Son más bien contrarios los efectos de la “Revisión de la postura nuclear” que el Pentágono asesta al mundo entero.