› Por José Pablo Feinmann
Las potencias occidentales tienen que tener controles sobre todos aquellos territorios que suponen sospechosos de cobijar terroristas. Ignoramos cuántas bases tiene EE.UU. a lo largo del mundo. El único modo de saberlo sería acceder a los satélites que dejan caer sus miradas sobre el planeta y saben hasta dónde uno guarda sus calzoncillos, sus revistas pornográficas, el revólver que compró para matar a los potenciales malvivientes que arrasan el país o suicidarse. Pero los satélites les pertenecen. Ningún otro país está en condiciones de tenerlos y echar una mirada a lo que ellos hacen. En Guantánamo, por ejemplo, o en el corazón del devastado territorio de Irak. O a qué hora toma el té en los jardines de su palacio la reina Isabel.
La otra obsesión de EE.UU. es crear bases en que asentarse y penetrar en continentes que parecieran estarle negados. El ejemplo, en Medio Oriente, es el Estado de Israel, cuya agresiva ala derecha está conducida por Benjamin Netanyahu, actual primer ministro, que nació en Tel Aviv y se educó en Harvard, por eso es como es. En Sudamérica está Colombia y, en manos de ese formidable socio que es el Reino Unido, las islas Falklands, que nosotros llamamos Malvinas, haciéndolas nuestras al menos desde lo nominativo. Lo que no sabemos de esas islas –de lo que ahí está ocurriendo– es tanto que asusta. Inglaterra las necesita (el Imperio las necesita) pues se requiere tener una base desde donde controlar esa región. Se dice con insistencia que hay ahí cargamento nuclear y ya no es necesario insistir tanto en decirlo porque sí, hay.
Dentro de esta política de asentamientos colonialistas surge poderoso el tema de la Triple Frontera, codiciado desde hace tiempo por los halcones y las palomas del Imperio, que siempre coinciden en estas cosas. Desde años atrás se viene sugiriendo (por usar una palabra suave) que se trata de un sinuoso, sórdido territorio de trata de blancas, prostitución y narcotráfico. De ahí a añadirle a ese cóctel explosivo terroristas hay un solo paso. Ese paso se dio. La Triple Frontera queda así estigmatizada como un abismo de la condición humana, una letrina moral, un espacio de aventuras innobles y –como todo ese tipo de aventuras– fascinantes. Esta es una de las excusas de la distinguida Kathryn Bigelow, célebre propagandista de la tortura a partir de su reciente film Zero Dark Thirty. Bigelow ya tiene el presupuesto para el film, que será costoso y difícil. Asombra la facilidad con que esta mujer consigue sus presupuestos. Acaso porque sus fondos provienen de arcas insondables que se ponen a su disposición. Entre lo que filmó en Zero Dark Thirty y la rapidez con que se armó este film y la necesariedad del mismo queda poco margen de duda para erosionar una certeza: Bigelow filma para las necesidades estratégicas de la CIA, que le proporciona gran parte del material bélico –sobre todo los dos enormes helicópteros futuristas– para llevar a cabo el film sobre Bin Laden.
La Triple Frontera está delineada por las ciudades de Foz do Iguaçu (Brasil, estado de Paraná), Ciudad del Este (Paraguay, departamento de Alto Paraná) y Puerto Iguazú (Argentina, provincia de Misiones). Los candidatos para encarnar al héroe que transitará por esas azarosas latitudes son Harrison Ford, Sean Penn y Brad Pitt. Qué pasará. Difícil saberlo. Posiblemente Argentina se oponga. O Paraguay. Improbable Brasil. Pero –si la poderosa Bigelow se empeña– raro sería que alguien pudiera frenar el film. De hacerse, se mostraría al mundo que cualquier intervención de EE.UU. en ese sitio del Mal estaría justificada. No mucho más hay para decir por el momento. Mujer activa, temple de acero, Bigelow ya estuvo varias veces en el lugar. Si estuvo es porque ese proyecto la atrae con fuerza. Si así la atrae nada podrá impedir que haga lo que quiere hacer: un film en una Triple Frontera plagada de todas las plagas necesarias, pero sobre todo la mayor plaga que a EE.UU. le interesa exterminar: el terrorismo. Si no consigue el permiso con la amplitud y el poder que necesita, Bigelow ya declaró muy calma que reconstruirá la Triple Frontera en cualquier lugar del mundo. Algo que revela una realidad. Eso (el mundo) es casi todo de ellos y el proyecto final es que lo sea. No creo que Bigelow llegue a hacer este film. Salvo que incluya a muchos chinos en papeles protagónicos.
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