› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Desde que estalló el Caso Bárcenas, Rodríguez compra el periódico todos los días preocupado porque su nombre salte en alguno de los dichosos papeles. Rodríguez no conoce a Bárcenas, a ese apellido que Rajoy sigue empeñándose en no pronunciar Bárcenas del mismo modo en que Zapatero se negaba a decir la palabra crisis. Rodríguez ni se cruzó con él. Tampoco pasó siquiera cerca –ideológica o laboralmente– por las filas o desfiladeros del Partido Popular. Pero, por las dudas, Rodríguez sale poco, lo justo, no vaya a ser que... Como los españoles en general. A quienes ya no enganchan ni para protestas masivas. Tal vez los españoles hayan comprendido que no hay solución porque faltan solucionadores y que salir a quejarse no sirve de nada salvo para engriparse. O tal vez la masiva actividad en foros y redes sociales ha suplantado con electricidad lo que antes se hacía con antorchas. Así, luego de que dos sábados atrás Rajoy compareciera ante la prensa ecto/plasmáticamente (Rodríguez pensó en que, de imponerse esto de presentarse vía pantalla, tal vez sería bueno pasarse a la 3D y repartir gafas entre la prensa para al menos darles cierto relieve a las muchas naderías que salen de su boca/ranura) brotaron cientos de miles de pedidos de dimisión a 140 caracteres, pero fueron más bien escasos los characters que se plantaron frente a la sede del partido pidiendo la hora.
DOS Y Rodríguez es uno de ellos. De los que se queda dentro y sentado. Y aunque lo suyo nunca haya sido ni sea ni vaya a ser lo del mensajito/convocatoria, Rodríguez se niega a rendir el control remoto. El control remoto de la tv es el artefacto al que sucumbió su generación en tiempos en que la televisión era aún la “caja idiota” y no, como ahora, el cofre inteligente donde tienen lugar todas las maravillas y se hace realidad la materia de los sueños y pesadillas. Aunque a Rodríguez siempre le haya irritado esa ya muletilla intelectual de “Si Shakespeare viviera trabajaría hoy para la HBO”. No es cierto. En todo caso el bardo tendría plaza en la BBC. Pero tampoco. Mejor no mezclar y no hacer tanto ruido blanco y catódico porque, después de todo, la verdaderas y buenas nueces no son tantas. Ahora mismo, Rodríguez espera la llegada de los últimos y finales capítulos de Breaking Bad con un buen sustituto, pero sustituto al fin: Boss. Y, sí, era inevitable que fuese a suceder y ya está sucediendo. Lo mismo que pasó con el cine indie norteamericano a la hora de ser rápidamente asimilado por el sistema para convertir sus alguna vez rasgos particulares en lugares comunes. Y Boss es más que un perfecto e ilustrativo ejemplo de lo anterior. Tómese parte de The Sopranos (vida familiar convulsa), otro poco de The Wire (aquel gran procedural policial aquí virando al terreno de la política como arma de destrucción selectiva), y algo de la ya mencionada Breaking Bad (el detonador de una enfermedad haciendo explotar con fuerza y devastadora onda expansiva al monstruo que todos llevamos más o menos dentro). Y envolverlo y perfumado –ay, sí– con aires de aguado perfume shakespeareano de Juego de tronos. Pero, aun así, Rodríguez encuentra cierto consuelo en la visión de las dos temporadas de la ya cancelada Boss y las idas y vueltas y glorias y miserias de Tom Kane. Alcalde de Chicago, para Kane corrupción es nada más y nada menos que una palabra esdrújula y –ahí está el diccionario– la palabra político vale tanto para “Perteneciente o relativo a la actividad política” como para “Cortés con frialdad y reserva, cuando se esperaba afecto” y “Arte o traza con que se conduce un asunto o se emplean los medios para alcanzar un fin determinado”. Y a Kane un día le diagnostican una forma avasalladora de demencia degenerativa que le produce temblores, visiones de muertos y arranques de furia dignos de Hulk. Algo de “Corpúsculos de Lewy” y ojalá que nunca me toque algo así a mí o a mis seres queridos, ruega Rodríguez. Y Kane (¿de verdad que no había otro apellido disponible?, piensa Rodríguez) no es otro que Kelsey Grammer –aquel de Cheers y de Fraser– en eso que los actores norteamericanos suelen llamar tour-de-force. Es decir: el tipo que se hizo famoso con personaje pícaro y querible ahora es un hijo de puta sin atenuantes ni límites prostituyendo a su esposa, encarcelando a su hija y mandando asesinar a su segundo de confianza. Pero, para Rodríguez, el verdadero valor nutricio de Boss pasa por otra parte. Por la admiración que le produce la profesionalidad de Tom Kane para ser una basura humana. En España, piensa Rodríguez, no se consiguen villanos de esta calaña; porque no es lo mismo hacer el Mal que hacerlo mal. Muchos despreciables y ningún temible, a no ser por su ineptitud. Quizá si la serie se retitulara como Mister, trasladada al también corrupto mundo del fútbol, y con Mourinho de protagonista... Porque aquí son todos torpes amateurs sin épica y sin grandeza a los que sólo mueve el dinero. No tienen auténtica y apasionada ambición. Nunca fueron ni serán como –encontraron sus restos inmortales en el subsuelo de un parking de Leicester– el recién desenterrado Ricardo III, cuyo esqueleto añejo impresiona mucho más que cualquiera de los trajeados de este presente español. Ricardo III –lo explicaron tanto Grammer como Spacey– fue la inspiración directa para sus Kane & Underwood. Nada que ver con la corte de los milagros local. Mafiosos rusos y chinos (que siempre salen libres por algún “error judicial”), políticos de bar al otro lado de la barra que se rasgan las vestiduras por la mierda de los demás no olvidando pero sí pretendiendo que olvidemos la propia mierda, yernos reales e irreales, parientes a los que les pagan 4600 euros en papel picado y primeras comuniones, aviso de que el gobierno cambiará reglamento para que –como en el tablero del Monopoly– los condenados puedan dirigir bancos y entidades financieras sin problemas. Ya se sabe: esos banqueros y patrones que ahora piden que se aclare lo de la corrupción porque “daña la imagen de la Marca España” pero que, apenas secretamente, saben que la mejora: vengan, vale todo, Spain Is Different, hecha la ley y hecha la trampa. Y todo lo de ahora no es siquiera una noble tempestad isabelina. Es, apenas, otro chaparrón berlanguiano. Vendrán otros, claro. Y pronto llegará Eurovegas, proyecto que tal vez sí sea digno del indigno Tom Kane. Mientras tanto y hasta entonces, Rajoy I nos regaló otra de sus frases para la historia y nuestra histeria: “Todo lo que se refiere a mí y a mis compañeros de partido no es cierto, salvo alguna cosa que han publicado los medios de comunicación. O, dicho de otra forma, es total y absolutamente falso”. Memorizar y recitar con cadencia de pentámetro yámbico. Y, no, ni aún así funciona.
TRES Ah, sí, por supuesto, faltaba más, pase usted, bienvenido, todo el mundo es un escenario: volvió a subir el paro. Cada vez hay más gente en su casa, pero en la calle. Gritando –tullidos, jorobados, alucinando entre temblores, sin escapatoria ni salida– eso de “Mi reino por un trabajo”.
Y pareciera que en el palacio –entre tanto papeleo idiota y cuento y sonido y furia– nadie la escucha.
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