Sáb 14.06.2003

CONTRATAPA

La única deuda de América Latina

› Por José Pablo Feinmann

Por ahí, por 1830, en la Universidad de Berlín, Hegel les decía a sus deslumbrados (y con frecuencia atónitos) alumnos: “América es el país del porvenir. En tiempos futuros se mostrará su importancia histórica, acaso en la lucha entre América del Norte y América del Sur”. Tenía razón: el poder imperial, que residía en Europa en el siglo XIX, se desplaza a América en el XX y sigue ahí en el XXI. Pero “América” ha pasado a ser América del Norte. Y América del Sur es “América del Sur” o “Latinoamérica”. Esta apropiación semántica indica que la guerra pronosticada por Hegel ya se libró y que de esa guerra surgieron un ganador y un perdedor. El ganador se quedó con el nombre. El perdedor tiene que añadirle al nombre sus propias características raciales para pertenecer a él. El perdedor ha permanecido americano, pero “latino”. El ganador se apropió enteramente del entero nombre. América del Norte es “América” y lo es porque esa guerra de Hegel se libró y la ganaron ellos, los del Norte. Tanto, que los latinos del sur les deben una deuda descomedida, impagable. Una deuda que eleva la derrota a la temporalidad de lo eterno. La relación Norte-Acreedor/Sur-Deudor ha eternizado un proceso histórico, cristalizándolo. Esa relación no es histórica porque no transcurre, evita el transcurrir; porque no deviene, evita el devenir. Esa relación es un resultado, pero, a la vez, reproduce constantemente ese resultado, congelándolo. En suma, el ser de la deuda es sostener la deuda. El ser de la deuda es inmovilizar un momento de la historia absolutizándolo. Nosotros debemos, ellos exigen. Una relación Amo-Esclavo sostenida por un mecanismo cuantificable llamado Deuda. Una relación que sólo puede quebrarse, historizarse, des-eternizarse, eludiendo el mecanismo que la eterniza, la Deuda.
Veamos cómo empezó esta asimetría. Hegel mismo señala las diferencias entre los colonizadores del Norte y los conquistadores del Sur. En el Mayflower llegaron colonos a crear un país. En los barcos de Colón, Cortés y Pizarro llegaron aventureros en busca de fortuna, saqueadores. Evitar aquí toda consideración relativa a la “raza”. Ni superioridad sajona, ni pereza hispánica. Fueron sajones los que se instalaron en el Sur de América del Norte y generaron una sociedad basada en el monocultivo, la esclavitud y la exportación de productos primarios. Los del Norte dieron inicio al capitalismo más dinámico de la historia; basado, coherentemente, en la industria. Podríamos tomar como elemento de partida el azúcar de Cuba, el café colombiano, el cobre chileno o el estaño de Bolivia. Voy a utilizar los “ganados y las mieses” de la pampa húmeda argentina. El objetivo es el siguiente: una economía que se condena al monocultivo, pierde. Pierde como perdió el Sur contra el Norte industrialista en Estados Unidos. El destino que las oligarquías criollas le impusieron a la América del Sur fue el que el Sur quería imponerle a la América del Norte: el goce de la abundancia fácil, el monocultivo y el latifundio. La Guerra de Secesión no se hizo para liberar a los desdichados esclavos del Sur. Un senador de Carolina del Sur les señala a los hombres de Lincoln que los obreros de New York la pasan peor que los esclavos de los campos de algodón. “¡Señor! Si se topa uno con más mendigos en cualquier calle aislada de la ciudad de New York que los que encontraría en toda una vida en el Sur”. Para colmo, insiste, los esclavos de New York son blancos, “gente de vuestra propia raza”. Los nuestros, al menos, “pertenecen a una raza inferior”. Pero ésta no era la cuestión. ¿Por qué el Sur quiere separarse de la Unión y desata esa guerra sanguinaria entre 1860-1865? Porque los aristócratas sureños son exportadores de materias primas. Producen, pero no para el mercado interno sino para el externo. No necesitan “un país”. Necesitan sus campos, sus esclavos y compradores externos. El resto, todo lo elaborado, todo lo producido por la industriahabrán de importarlo. Viven, así, de la naturaleza. No trabajan, trabajan sus esclavos. No producen, produce el suelo. Viven de “la abundancia fácil”. El Norte es industrialista. Produce manufacturas, ergo: necesita un mercado interno. Tiene que crearlo. Para crearlo tiene que colonizar su propio territorio. Tenemos, aquí, la Conquista del Oeste. Las carretas de los colonos. Los ferrocarriles. Todo se orienta hacia “adentro”. (Comparar el trazado de los ferrocarriles argentinos con los de Estados Unidos. Los argentinos apuntan todos al Puerto: salen de él y regresan a él. Los de Estados Unidos apuntan a la tierra, a lo nuevo, a la nada, a lo que hay que hacer, inventar: un mercado interno, un país. Por cada piel roja que masacraba el furibundo general Custer o quienes fueran como él (el Ejército yanki, en suma) se ponían cien colonos. Por cada tres mil indios que mataba Roca, dos o tres o cuatro familias recibían enormes territorios para explotación latifundista, oligárquica. Para goce privado y poder político.
El Sur del general Lee se opone al trazado de ferrocarriles al Oeste, a la colonización. ¿Por qué habrían ellos de destinar sus impuestos para eso? ¿Qué podía importarles? Secesión, entonces. El Sur no va a financiar los proyectos expansionistas del Norte. El Sur no necesita expandirse. Sus mercados los tiene afuera, no tiene que crearlos. El Norte, sí. Estados Unidos se mantiene durante casi todo el siglo XIX fuera de la corriente colonialista porque está consagrado a colonizar su propio territorio. Estalla la Guerra y gana el Norte: gana la industria, el mercado interno, la producción, las manufacturas, en suma: el capitalismo industrial. Ya en 1895 América del Norte invierte 47.000 millones de dólares en establecimientos industriales. Gran Bretaña: 21.000. Alemania: 17.000. Francia apenas 14.000. En la Argentina, por el contrario, Carlos Pellegrini y Vicente Fidel López, que protagonizan un debate en favor del proteccionismo y la industrialización contra el librecambio y la economía agroexportadora, han sido totalmente derrotados. José Hernández (“Instrucción del Estanciero”) dice que vale lo mismo un vellón de oveja que una máquina. Y propone, coherentemente, tratar bien a los gauchos, que saben mucho de vacas, de ovejas, esas esencias de la patria.
Una simetría impecable: la Guerra de Secesión norteamericana termina en 1865. Ahí, exactamente ahí, Mitre y el Brasil inician la campaña contra el Paraguay manufacturero de los López. “En vuestras bayonetas lleváis el librecambio”, dice Mitre a sus soldados. Mitre es el anti-Lincoln. Aquí, la guerra la ganó el Sur. La ganó el país agroexporador, oligárquico, el país del monocultivo, enemigo de la industrialización, del mercado interno. ¿Para qué quería Buenos Aires un mercado interno? La burguesía porteña no era manufacturera como la burguesía de Lincoln. No era productora, importaba mercaderías y las metía en el mercado interno arruinando todo posible intento de surgimiento manufacturero. Para entendernos: basta de decir que alguna vez la Argentina fue un gran país. Para que tal cosa sea posible es necesaria una clase productora progresiva, moderna, industrialista, con la mirada vuelta hacia adentro y no hacia afuera. Nosotros tuvimos una oligarquía agrícola ganadera que hizo una ciudad y un puerto: Buenos Aires. El país funcionó en tanto funcionó ese esquema precario, elemental: el de la abundancia fácil. El granero del mundo. Esa es la “nostalgia” argentina. No bien los términos de intercambio se inclinaron decididamente en favor de los productos industriales; no bien, luego de la crisis del ‘29, los viejos compradores de la silvestre riqueza argentina decidieron no comprar, la “grandeza nacional” se hizo añicos. ¡Si habrá sido vano y arrogante y hueco ese festejo del Centenario! Un país construido por una clase ociosa, sin ningún horizonte de grandeza, ligada a la producción elemental de la tierra, “a los ganados y a las mieses” que tristemente cantó Darío, cortesano de Buenos Aires, ésa fue nuestra “grandeza”. Y bien, aquíestamos. Los yankis lo mataron a Lincoln, pero Lincoln ya había ganado la guerra. Aquí lo matamos porque la perdió, porque lo derrotamos, y con él a nosotros mismos. En América latina las oligarquías criollas mataron el sueño bolivariano y mataron al glorioso vencedor de Ayacucho, a Sucre. El Norte ganó la guerra e hizo la Unión. América latina se diseminó en naciones pobres, monoproductoras. Entonces, la Deuda. Entonces, el presente. La historia es la que fue, nada puede ya modificarla. Somos eso porque eso hicimos. Hay que hacer otra cosa. Lo Otro, hoy, tiene nombre. Se llama Mercosur. Ojalá estas líneas contribuyan en algo a su consolidación, a su fundamentación ideológica. La única deuda de América latina es consigo misma. Y el primer paso de su futuro radica en la negación de su pasado.

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