Mié 10.04.2013

CONTRATAPA

Bioy Casares, en estos días

› Por Enrique Medina

Saca número en el banco y espera de pie, contra la pared. Como una chica joven lo ha visto moviéndose con dificultad y con la espalda encorvada, le hace señas para cederle el asiento. Bioy mentaliza (la mujer, siempre la mujer, tan imprescindible y necesaria) y sonríe con una simpatía imposible de impedir. La joven se suma al pelotón de los de a pie, y Bioy asume el asiento. Con disimulo, el escritor hace como que mira a su alrededor, pero es evidente que sólo radiografía a la joven, ese pelo, esa piel, ese cuerpo que ya nunca más. Aparte de lo baboso, el hombre también es inteligente, así que recupera su realidad observando el cambio de número con el timbre musical que lo anuncia. Coteja con el suyo, y verifica que falta un montón. Sabe que debería haberse quedado parado porque sentado corre el riesgo de dormirse, pero bueno, todo ha sido por la necesidad de comunicación, como quien dice. Y claro, se duerme. Lo despiertan. Es la misma chica que ya hizo su trámite y le avisa:

–No se duerma que puede perder el turno.

Y asimismo le recomienda a una señora, por favor, que le avise, por si en una de esas vuelve a dormirse. La chica sonríe, le desea suerte y se va. Avergonzado está Bioy. El la pensó como amante y ella lo ha confundido con un abuelo de plaza de barrio. Espera sin dormirse. Lo llaman. Se pone de pie con dificultad y traspasa los biombos hasta llegar a la caja:

–Vengo a hacer mi supervivencia y la de mi madre.

Y pasa los documentos por debajo del mínimo espacio que permite el vidrio. Esto le da tiempo a la cajera para pensar que la madre debe tener ya como doscientos años. Le hace la supervivencia a él. Bioy le dice que la madre tiene dos beneficios, y le pasa el papel en el que la autoridad policial hace constar que sí, efectivamente, la señora tal por cual aun sigue jodiendo en estas pampas. La cajera, mujer que no provoca ningún pensamiento eufórico, le dice:

–Acá figura un solo beneficio. Yo tengo que hacerle el que figura acá, solamente.

Bioy se desconcierta, pero logra argumentar que él, desde hace años, trae la supervivencia de su madre con un solo beneficio anotado porque a nadie se le ocurrió que fuera necesario poner los dos, ya que si una persona está viva para un beneficio, se supone que no puede estar muerta para el otro, y que en este mismo banco brasileño, mi banco, insiste, nunca me han dicho esto, y siempre me han hecho los dos beneficios con una sola supervivencia. Y remata algo enojado:

–No es difícil verificar que es la misma persona. ¡Está el DNI de ella en los dos beneficios!

–Perdóneme, abuelo, pero yo le hago el que figura acá. Para el otro vuelva a la comisaría y pídalo allá. Y que sea rápido porque sólo le quedan dos días para el vencimiento de la supervivencia. Mire que si no va a tener que ir nuevamente a la calle Córdoba y volver a hacer los trámites, y eso es engorroso.

Bioy escucha la palabra engorroso y se quiere morir. Engorroso. ¡Un quilombo es volver a aquel infierno! Otra que engorroso, esta mina se cree que porque uno es escritor tiene que ser boludo. Como sabe la joda que lo espera, reclama, suplica, ruega, exhorta en todos colores sin que la maldita se compadezca. El exige hablar con una autoridad. Viene el cajero de al lado y, sin que Bioy se dé cuenta, le hace un corte de manga exportándolo al carajo. Desalentado como quien se desangra sin remedio, Bioy se retira. Se acomoda en una mesa de la hamburguesería colindante al banco. Con ganas putea en los cinco idiomas que sabe. Ya descargado, desparrama los denigrados papeles en la mesa. Piensa que debió haber peleado más, haberse puesto firme. Bueno, ya está. En adelante pediré que me anoten los dos beneficios, de acuerdo. ¿Pero ahora? Si voy a la comisaría deberé esperar a que pasen a dejar la autorización, y en la espera se me vence el plazo y me jodo. Reconsidera. Toma aire, estudia los papeles y ve que él mismo puede agregar el número del beneficio faltante. Como su mano hace un tiempo que tomó la costumbre de temblar, con la izquierda aprieta el brazo derecho, e imita el trazo de los números agregando el faltante. Eso... Bien, no quedó mal... Exaltado va a otra sucursal del banco. Saca número. Le toca una cajera radiante que verifica los números de los dos beneficios y hace el trámite sin problemas. El, sin dejar de disfrutar la belleza de ella, recibe los comprobantes que por tres meses le permitirán a su madre recibir el pago de los dos beneficios. Muy amable, la cajera lo despide diciéndole que si sabía que Dios me lo iba a mandar hubiera traído Dormir al sol para que me la dedicara. Se queda helado Bioy; siente que, si afloja, el corazón le puede hacer una mala jugada; endereza la espalda y sonríe triunfador:

–¿Su nombre?

–Alejandra.

–Vaya... Es usted un personaje de Sabato. Le prometo que para la próxima le traeré un ejemplar dedicado... Gracias, Alejandra, ha sido usted muy gentil.

Como sabe que ella lo está mirando, se retira tratando de caminar derecho, enderezar lo más posible la espalda, aunque duela, y con alegría en los ojos ya comienza a ensayar dedicatorias.

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