› Por Rodrigo Fresán
Desde Barcelona
UNO Un par de fines de semana atrás, tuvo lugar una película catástrofe no dentro de la pantalla sino en las mismas salas de cine: no fue casi nadie a sentarse en la oscuridad por un par de horas y así escaparse de todo lo que sucede ahí afuera mirando fijo ese rayo de luz proyectado y reventando en mil colores y sonidos. Hubo apenas medio millón de espectadores (la mitad de lo habitual) en España toda. Y se confirmó que la venta de entradas en lo que va del 2013 ha descendido ya un 16 por ciento y un 45 por ciento con respecto a lo que se facturaba el año pasado por las mismas fechas. Y en el 2012 ya iba un 40 por ciento menos que en el 2004. Saquen cuentas, hagan cálculos y una cosa es segura: los films –que funcionaron como gran distracción para el pueblo durante la Gran Depresión Made in USA– ahora no sirven de consuelo a nadie. Millones de kilómetros de celuloide que supusieron puertas y válvulas de escape para millones sin trabajo y con poca comida. Pero, claro, entonces la entrada para salir era muy barata. Una monedita y ya estabas en otra parte, tan lejos. Ahora distraerse es un lujo que no muchos pueden darse más allá de los alaridos en tertulias y realities de la cada vez más claustrofóbica televisión en abierto. “Faltan seis meses para echar el candado”, comentó alguien; y ya se dispone a hacerlo la prestigiosa y nunca del todo bien ponderada Alta Films (y 180 salas de cine Renoir en todo el país), responsable de traer cine de autor extranjero y proyectarlo con subtítulos. Las razones son varias: el brutal aumento del IVA al 21 por ciento, las facilidades para piratear y, por supuesto, el buen clima. Ya llega el sol de la primavera. Y el sol de la primavera –gran efecto especial en IMAX 3-D– es gratis al menos hasta que Rajoy y los suyos y Bruselas decidan lo contrario.
DOS La cosa, se supone, habrá mejorado un poco con el esperado estreno de Iron Man 3 en un fin de semana frío y lluvioso. En cualquier caso, ahí están Rodríguez y su hijito esperando volver a saber de Tony Stark. Porque Iron Man es uno de los pocos superhéroes –especialmente desde que Robert Downey Jr. se hiciese cargo del asunto– cuya verdadera identidad es igual o mejor que la del férreo paladín de la elegante armadura roja y amarilla que, en principio, era gris y demasiado parecida a un lavarropas. De hecho, Stark –fabricante de armas sin demasiadas culpas, seguro de ser quien “privatizó la paz mundial” y más que probable entrañable amigo “de negocios” de Juan Carlos I– ni siquiera tiene ese problema de la identidad secreta. Todos saben que él es Iron Man y que Iron Man es él desde su despegue en 1963 y no parece haber demasiados problemas con eso. Stark es un feliz y gracioso millonario con padres muertos en un accidente de aviación nunca del todo aclarado (pero sin nada de la melancolía dark del huérfano Bruce Wayne quien, a diferencia de Stark, juega a ser playboy para disimular y no por convicción y estilo), lleva una relación bastante estable y lo justo de histérica con su novia Pepper Pots y, de acuerdo, están sus dolencias cardíacas; pero nadie ni nada es perfecto. Stan Lee –patrón de la Marvel– pensó en Stark y en Iron Man cuando se le ocurrió la idea de un justiciero, libremente inspirado en la mítica figura de Howard Hughes con más de una pizca de Hugh Heffner. “La quintaesencia del capitalista” con el $ y no la S en el pecho. Lee –tipo perverso si lo hay– apostó a crear a alguien que, de entrada, no gozase de la simpatía del típico lector nerd y contracultural de la Marvel sino todo lo contrario. Y el desafío pasaría por conseguir que, al poco tiempo, lo adorasen. Y la cosa le salió bien. Iron Man pronto fue quien recibía más correo de fans femeninas, y –devolución de favores– desde hace décadas que la revista Forbes ubica a Stark en lo más alto de su lista de magnates de ficción y BusinessWeek lo rankea entre los diez personajes de comics más inteligentes de la historia.
TRES A pesar de todo lo anterior, Iron Man 3 es un tanto más turbulenta que las entregas anteriores. Stark sufre de una especie de stress postraumático luego de la que armó (y desarmó) con sus colegas Vengadores en Nueva York. Así, duerme mal, vive angustiado. Y están todos esos golpes que recibe (el Iron Man de las películas probablemente sea el superhéroe más magullado del universo) cada vez que tiene que calzarse las piezas voladoras de su traje. Y, ah, esa escena formidable en que lo vemos arrastrando su maltrecha armadura por la nieve para así ingresar en el centro extraño de la película donde Stark –sin gadgets– se consagra como el verdadero titán de carne y hueso de la cuestión. Después, por supuesto, explosiones y fuegos artificiales y hasta la próxima; aunque los productores se cuidan las espaldas y dejan un final ambiguo y cerradamente abierto en caso de que Downey, con dudas, decida no renovar contrato porque, como Stark, puede permitírselo. Eso y mucho más.
CUATRO Y Rodríguez y su hijito entraron en el cine justo cuando los adalides de Rajoy se aprestaban a informar sobre nuevas medidas para ver si algo les sale menos mal. A la salida, ya todo había sido consumado. Y, al ver los resúmenes informativos en los noticieros de la noche, Rodríguez extrañó allí lo mismo que echó en falta en Iron Man 3: esas escenas en las que Stark devela algún nuevo producto o modelo en espectaculares convenciones con coristas y música atronadora. Tal vez los Vengadores de Rajoy deberían tomar nota de ello y presentar lo impresentable con un poco más de gracia y entretenimiento. Porque ver a esos tres ministros ejecutar torpes e incomprensibles piruetas e insistir en léxicos extraños –ayer fue el “recargo temporal de solidaridad” y “gravamen complementario”, hoy los flamantes impuestos que se supone no son tales surgen de un “reordenar las cifras” mediante “novedades tributarias” y se analizan “hipótesis que han dado lugares a unas envolventes muy prudentes”– no alcanza para esconder que algo no funciona. Así, la tasa del paro “flexiona” hasta el 26,7 por ciento de la población activa (6.202.700 personas, primer puesto continental, cuarta parte del total europeo); el 57,2 por ciento de esa cifra está compuesto de jóvenes; la destrucción del empleo fijo casi iguala a la del temporal; y ya hay 1.900.000 hogares en los que ninguno de sus miembros tiene trabajo. Y los voceros del PP juran que se estaría aún peor de no haber sido por ellos. Y admiten que nada podrán hacer al respecto al menos en esta legislatura; pero si vuelven a votarnos... Después, por supuesto, el deporte y allí, en la pequeña pantalla supuestamente gratuita que nunca será tan grande como la paga, un desaforado aúlla que tanto el Barça como el Real Madrid tendrán remontadas épicas y llegarán, titánicos, a la final de la Champions. Y hasta ahí aguanta Rodríguez, oxidado y desprotegido, sin blindaje que valga o sirva, listo para sumergirse en una oscuridad verdaderamente gratuita de poder permitírsela, porque cada vez le cuesta más cerrar los ojos: la oscuridad de los sueños que, si hay suerte, serán dulces. Allí, al otro lado de los párpados, Rodríguez tiene una casa sobre el mar, en Malibú, y nada le preocupa menos que se la derriben a golpe de misil: está bien asegurada, ya ha pagado toda la hipoteca, tiene otras, y está muy bien acorazado.
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