Vie 04.07.2003

CONTRATAPA

Los cinco mosqueteros

Por Alfredo Leuco

Esta debería ser una carta abierta al profesor Enrique Oteiza, el titular del Inadi (Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo). Estas palabras deberían convertirse en una humilde sugerencia para un luchador de tantos años y de tanto prestigio. Es la persona indicada para traducir en algo útil para toda la comunidad la convicción de que en la noche del lunes alrededor de 3 millones de argentinos disfrutamos de uno de los programas más extraordinarios que la televisión haya dado a favor de la diversidad, la tolerancia y el pluralismo.
“Los Simuladores” tienen bien ganado su promedio superior a los 35 puntos de rating. Lo consiguieron a pura creatividad, con textos de relojería que mezclan el ingenio, la emoción y el entretenimiento y con una producción y una estética de la imagen que es cine del mejor.
En su último capítulo, los cinco mosqueteros (Peretti, D’Elía, Fiore, Seefeld y Szifron), sin aburrir armaron un documento contundente contra todo tipo de discriminación. Debería ser pasado en todas las escuelas de la Argentina y también en los institutos donde se forman las fuerzas de seguridad.
Los Simuladores contaron una historia de amor entre un chico judío de familia que sospecha de antisemitismo a todos los no judíos, y una chica católica de familia que sospecha de peligrosos a todos los judíos. La manera en que Los Simuladores consiguen que la pareja se case, con la aprobación y hasta con el fomento de sus padres, es absolutamente conmovedora hasta las lágrimas y hasta las carcajadas.
El manejo del absurdo es casi una marca de fábrica de Los Simuladores. La exposición sin retórica, así como al pasar, de las ventajas del enriquecimiento mutuo que produce un matrimonio mixto y que se expresa en la cultura, en los ritos, en las comidas y en las sensibilidades es de una calidad narrativa infrecuente.
La escena del final con la bobe ñata coqueteando con un negro alto y lomudo (que anduvo por “Caiga Quien Caiga” engañando políticos con su verso de periodista nigeriano) es desopilante. “Mamá, el joven no es de la colectividad”, la chicanea su hijo al verla exultante en la conversación. “No importa –retruca la bobe–, a los negros siempre los persiguieron, a los judíos también... Así que somos lo mismo.”
La sutileza de manejar situaciones disparatadas sin caer nunca en el ridículo aparece una y otra vez. Se agradecen los contrapuntos familiares donde nada es totalmente bueno ni totalmente malo. Existen los matices. Hay un padre que está convencido de que todos los genios son judíos y no se cansa de citar a Freud, Einstein, Woody Allen y hasta a ... Adrián Suar. Hay otro padre manchado por la prevención y la sospecha sobre los judíos que desafía a su hija al preguntarle si conoce a algún judío pobre. “Yo no soy antisemita. No me meto con los judíos. Pero que ellos no se metan con mi familia”, dice el personaje que interpreta con frondosa austeridad Raúl Rizzo sin que se le mueva un solo músculo de más.
Cuando el padre le explica el Holocausto nazi a su hijo y le cuenta la historia cruel de Treblinka aferrándose a la bobe uno espera que le levante la manga de su blusa para mostrar los números tatuados del horror. Pero no. El que más muestra no es el que mejor cuenta.
Esto es civilización frente a la barbarie de sociedades aterrorizadas que por la falta de trabajo, la inseguridad y la amenaza del extranjero hacen parir monstruos alimentados con el odio racial. Pasa en las mejores familias: en la Francia de Le Pen y en el Pentágono de Bush. En los 80 mil votos de Bussi en la capital de Tucumán o en el combo de mano dura de un Rico Patti. ¿O no es cierto que el pavor industrializado por la propaganda de Hadad y sus soldados, por ejemplo, logró que en los últimos tiempos un cartonero haya pasado a ser un delincuente, un piquetero un criminal de la protesta y una villera la madre de todos los males? ¿O no somos conscientes de que un remisero estuvo a punto de convertirse en un violador y un asesino de jovencitas por el solo hecho de ser epiléptico?
El lunes, felizmente conmovido paladeando “Los Simuladores”, recordé la utopía integradora de Jorge Amado. Esa propuesta de que todos se casen con todos. Que se mixturen todas las razas, las religiones, los tamaños y los colores como una forma de que nadie pueda tirar la primera piedra y todos tengamos un poco de la sangre de todos.

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